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Prólogo

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Madurez de un cine mexicano que acaso está viviendo una nueva Época de Oro, sin darse cuenta nadie nada nunca, sin él mismo saberlo. No únicamente en cuanto a cifras de producción: 140 películas en 2015, lo que supera las 135 alcanzadas en 1958; ello sin contar las difundidas en plataformas digitales tipo FilminLatino, implementada ese mismo año por el Instituto Mexicano de Cinematografía y FilminEspaña. También, paradójicamente, un inusitado perfil de Época de Oro, una irónica Segunda Época Dorada, con más logros artísticos, presencia en el extranjero y premios en festivales (una centena en los internacionales y 115 en los locales a lo largo de 2015), que expectativas o espectadores en su propio país, ya sólo con dos duopólicas cadenas de exhibición a nivel nacional, Cinépolis y Cinemex, para dar azarosa, tardía e implacable salida a las cintas producidas, con una política exhibidora que no corresponde a los apoyos oficiales y sus exenciones fiscales para la producción y la distribución, una política excluyente, mediocremente mercantil, selectiva al capricho, discriminadora de obras complejas, pese a contar, en algunos de sus conjuntos cinematográficos, con válvulas de escape llamadas Salas de Arte, en general destinadas al cine extranjero no-estadunidense.

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En el texto introductorio “La madurez vanguardista” se contextualiza, antes de registrarse un fenómeno característico y representativo de este periodo: cierta preocupación muy específica por el cine con aspiraciones vanguardistas, al que aquí se le estudia así desde sus raíces y en sus diversidades nacionales puestas al día. Los demás capítulos se ocupan y definen una suerte de madurez en racimo, compuesto en efecto por racimos de películas tendientes a rendir testimonio de cierta eclosión de un cine pandiorámico, confeso o no, reconocible o no, consciente o no, que jamás oculta sus aspiraciones de ensayo globalizador en cada tema tratado o porción de la realidad mexicana percibida, unos y otras abordados y desmenuzados aquí en sus mejores, más largos o más cortos alcances. Racimos y más racimos, posibles de formar, con base en cierto auge de un cine propositivamente light que se extiende hasta otro neotremendista. Racimos que sin duda podrían considerarse característicos de este periodo, e incluso hasta podrían juzgarse preponderantes dentro de él. Racimos que determinan la invención de conceptos en este libro, el bombardeo de nuevos conceptos como variantes de una misma noción de madurez. Tan numerosa es la gama de sus especímenes que se ha preferido enfocarlos aquí a partir de sus motivadores ejemplares fílmicos más vistosos y de mayor éxito en taquilla, pero también desde sus mayores fracasos allí mismo, o bien diseminados en otros espacios de la cartelera paralela o alternativa, pues en términos de sobrevivencia dentro de la cartelera comercial, los cineastas mexicanos y sus películas antes luchaban por su existencia, ahora luchan por lidiar con su inexistencia o para sobrellevarla mejor.

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La madurez pandiorámica en sus más diversas formas (en el caso objetivizador y explícito de las directamente documentales: fotográfica, futbolera, vagabunda, idólatra, mitotera, narcocorrida y demás) constituye, por sublimado exorcismo trágico, la presentación como pintoresco y efímero de aquello que es permanente, profundo o inherente, como un conjunto de lacras o taras consustanciales e inextirpables, aunque con las letras de oro de la ignominia, del desgarramiento de nuestro tejido social, y así sucesivamente, a modo de respiraderos para evitar su asfixia.

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La madurez pandiorámica que, se ha dicho, domina dentro del enfoque todoabarcador en cada caso, a modo de un ensayo visual o dramatizado vuelto lo contrario de ligero, por decir lo menos, se ha tornado docuvolátil, algo menos babas y más agenciado que una visión docuficcional panorámica, de carácter estridente y viscerosófico, puesto que sus productos se descubren cada vez menos sensatos, o precavidos, cuerdos o mesurados, es decir, más indiscretos, imprudentes, destemplados, aunque siempre con una fortísima tendencia a la pulverización.

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La madurez pandiorámica en sus más diversas formas (en el caso de las directamente documentales: fotográfica, futbolera, vagabunda, idólatra, mitotera, narcocorrida y demás) constituye, por sublimado exorcismo trágico, la presentación como pintoresco y efímero de aquello que es permanente, profundo, inherente como un conjunto de lacras o taras consustanciales e inextirpables, aunque con las letras de oro de la ignominia, de la sociedad mexicana, y así sucesivamente, a modo de respiraderos para evitar su asfixia.

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Al pertenecer a una serie de libros por orden alfabético, este volumen se integra con capítulos que corresponden, primero, a la veteranía de experiencia o a la novedad de los realizadores de las películas analizadas in extenso, desde los más experimentados, usufructuando la bondad y la eficacia de su ejercicio profesional (en “La madurez summa”), los principiantes (en “La madurez prima”) y los que a veces titánicamente han conseguido levantar un segundo proyecto (en “La madurez secunda”), más un conjunto de repasos de algunos filmes documentales o docuficcionales que resultan significativos (en “La madurez documenta”), un sobresaliente puñado de cortometrajes meritorios (en “La madurez mínima”), para finalizar con una reproducción de esta estructura global pero ahora referida al cine hecho por mujeres mexicanas o regidas por una personalidad femenina dominante (en “La madurez feminea”).

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Todos los materiales ensayísticos contenidos en este volumen son, como le es habitual a la serie, rigurosamente inéditos.

Cuauhtémoc, Ciudad de México

julio 2014-diciembre 2015

La madurez del cine mexicano

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