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La ñerez voluntariosa

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En Lo más sencillo es complicarlo todo, antes Como va (Cinéfilos - Eficine 189, 94 minutos, 2018), excedido tercer largometraje del autor total ensenadense bajacaliforniano de 52 años René Bueno (7 mujeres, un homosexual y Carlos, 2004, y Recién cazado, 2009), la linda y alegre preparatoriana sonriente de 17 años y con superconvencionales pero comprensivos padres empresariales Renata (Danna Paola para su exclusivo lucimiento) asiste a la elitista Universidad Cuauhtémoc de Querétaro, junto con su inseparable amiga ingenuota Valeria Vale (Daniela Wong), y despierta la atracción de guapos compañeros de su edad, como un aferrado Tomás (Lalo Brito) ya ascendente en el mundo laboral mediático, pero desde siempre (“A mis 17 años no he tenido novio”) ella sólo tiene ojos para admirar y desear al conductor televisivo doce años mayor Leonardo Leo (Alosian Vivancos), el mejor amigo y socio de su medio hermano Óscar (Eduardo Tanus) que la conoce desde pequeña y la quiere como hermanita, lo cual no desanima a la tenaz y voluntariosa Renata, quien, al enterarse de que su inalcanzable objeto erótico está enamorado y a punto de casarse con su insuperablemente bella y bien preparada novia ideal Susana (Marjorie de Sousa), siente que le están quitando algo suyo (“¿No sabes lo que acaba de pasar, me acabo de enterar que Leonardo tiene novia?”), se indigna (“Algún defecto tiene que tener esa desgraciada, qué sé yo, que se le ponche un implante”) y decide hacer lo indecible separar al muchacho de su pareja y conquistarlo (“¡Nos la vamos a pasar increíble, amiga! / Sí, amiga, va a estar ¡deli!”), aprovechando un viaje al hotel Melià en el paradisíaco Puerto Vallarta al lado de su hermano, Leo, Tomás y Valeria, durante el cual, para colmo, ha sido también una deslumbrante Susana llena de amabilidades con ella quien manipula a todos los que la rodean, más algunos otros, y recurriendo a mentira sobre mentira, Renata urde una compleja trama para que Leo desconfíe de la fidelidad de Susana, discuta agriamente con ésta y rompa su compromiso, provocando situaciones absurdas, como hacer creer que Valeria está embarazada, aunque eso de nada le sirva a la maquiavélica Renata, quien será delicada y cariñosamente rechazada por Leo cuando en una cena entre dos hábilmente agenciada por ella, le confiese su amor a modo de consuelo, y sólo comprendiendo el sentir del deseado varón cuando sea puesta en una situación de rechazo semejante por el esperanzado Tomás, no quedándole otra solución que renunciar a su infatuación original y manipular de nuevo a los adultos, para reunir a Leo y a Susana, lograr que se reconcilien y se casen de una buena vez, para que, el mismo día de la regia boda, la heroína abra su interés a nuevas aventuras sentimentales, más allá de su retorcida, abusiva y nefasta, pero a tiempo corregida, ñerez voluntariosa.

La ñerez voluntariosa deviene abrumadora en su parloteo (“En la guerra y en el amor todo se vale, ¿es válido, no?”), ya que algo debe dar la apariencia de estar aconteciendo, pues aquí, como en las anteriores comedias desesperantes de Bueno (sobre todo Recién cazado), la trama romántica trata y gira en torno a una sola situación estancada, alargada, detenida, reiterada, planteada una y otra vez de igual manera (“Tengo el plan perfecto para eliminar a Susana, ahora sí me voy a ir derechito al infierno”), como si fuera radicalmente distinta a ella misma hace un momento, adobada con diez variaciones sobre lo mismo y llevada a diferentes extremos, adoptando, o más bien usurpando, una estructura narrativa ramificada que, si estuviera desarrollada con talento e invención, sería digna del maestro sudcoreano de la aventurada aventurera relación sentimental siempre idéntica y siempre distinta a sí misma Hong Sang-soo (Hahaha, 2010, o Justo ahora, mal entonces, 2015), de igual manera que ese personaje catastrófico de Danna Paola que podría haber redundado en una encantadora criatura cándida e inasible, especie de versión femenina juvenil a la mexicana del cómico tartamudo / casi mudo Rowan Atkinson Mr. Bean, metamorfoseada en Miss Jumping Bean: infantil y llena de manías que, cada vez que intenta realizar u omitir las tareas más sencillas, acaba complicándose más y más la vida, ensartando mentira tras mentira, aduciendo y retorciendo patraña tras patraña, para conseguir en vano remediar o hacer creíble la anterior, y así sucesivamente.

La ñerez voluntariosa cuenta con la enorme disculpa cincuentona perfecta, esgrimida tan anacrónica cuan creativa y mercantilmente desde Los jóvenes de Luis Alcoriza (1960) hasta Patsy, mi amor (Manuel Michel, 1968) pasando por Los adolescentes (Abel Salazar, 1967) o Las bestias jóvenes (José María Fernández Unsaín, 1969): respaldar y exteriorizar lo que se puede entender por mundo emocional e interior de una chava fresota: Danna / Renata caminito de la escuela a bordo de un coche azul que va recogiendo a las autoexcitadas compañeras de la manera más deliberada por un supuesto accidente, Danna más que su Renata irrumpiendo en el saludadero galante y tomándose todas las selfis posibles en el universo, Danna y su cándida amiga Vale sólo irresistiblemente atraída por gorditos coquetos, Danna secundada en cualquier circunstancia por las actitudes de escucha inteligente de su mimado perro dogo con hilarante apariencia feroz, Danna ahuyentando a una resbalosa azafata internacional (Consuelo Vega) para viajar ilusionada al lado de Leo aunque acabando con el indeseable Tomás en el asiento contiguo, Danna aterrada viendo a la irreprochable Susana emerger extraordinariamente adulta y hermosa de la alberca, Danna detenida con su amiga a la entrada de la disco de la seudocita amorosa (“¿Me permite su identificación, por favor?”) para fingir mediante visajes sumar ya los 30 años de la foto de una credencial falsa (“¿No se me notan, verdad?”), Danna pintándose el ojo con el auxilio de su amiga para ambas proclamarse a la menor provocación gratuitas e inútiles presas sojuzgadas de las más autárquicas vestuarista (Mónica Araiz), maquillista (Elvia Félix) y peluquera (Estrella Lorrabaquio) archiprofesionales, Danna pavoneándose sin cesar porque según ella ostenta la Edad Ideal (“Es que no lo puedo evitar, le gusto a todos”), Danna inspirada por la discusión de una pareja que compraba hot-dogs en un carrito, haciéndose acreedora de un desatado número musical onírico que ninguna relación guarda con el film ni con el videoclip que lo contiene, Danna propulsada víctima y verdugo de su fe y la razón de su sinrazón narcisistas (“Hola, princesa”), Danna Paola la exactriz infantil de Arráncame la vida (Roberto Sneider, 2008) vuelta estereotipada estrellita televisiva (la Patito del TV hit Atrévete a soñar de 2009, además de Amy, la niña de la mochila azul) vuelta cineactriz espontánea y carismática a fortiori, Danna asediada en los casilleros escolares y abordada sin positiva respuesta en un mirador paisajista.

La ñerez voluntariosa se siente con derecho de dar descriptiva, narrativa, expresiva y dramáticamente vueltas en redondo, porque ataca las explicaciones / autoexplicitaciones del vacío de su heroína desde cuatro frentes a la vez: el frente declarativo sin pudor de una conductora e invasiva voz en off (“Soy de esas personas que puedes llamar las más populares de la escuela”), el frente no menos discursivo de las declaraciones frontales a cámara de Renata desde un diván rojo o sentada sobre el amplio lecho retacado de almohadas mientras se atasca o no con algún compensatorio helado de bote ingerido a cucharadas (“Ahora sí te vas a dar cuenta de todo lo que te has perdido este tiempo”), el frente cinefílico cultísimo de las sugerentes ilustraciones arbitrarias del imaginario del personaje a modo de algunas películas clásicas poshollywoodenses (el semidesnudo de Danna / Renata cubierta con los pétalos rojos de la lolitesca-navokoviana Belleza americana de Sam Mendes, 1999), o protagonizando escenas de persistentes otras improbables cintas clásicas (al hilo: Thelma y Louise, un final inesperado y Los duelistas de Ridley Scott, 1991 / 1977; Fiebre del sábado por la noche de John Badham, 1977; Gilda de Charles Vidor, 1946; Lo que el viento se llevó de Victor Fleming, 1939) y de variadas películas silentes inidentificables (con cadencia chaplinesca e intertítulos en italiano cual cinta de divas martirizantes), aparte de un auténtico arsenal de imágenes y animaciones facilitadas por un gif (formato de intercambio de gráficos), y last but not least los fantásticos encuentros introspectivos de la chava con una malaconsejadora darketa cínica llamada Chantal (Paulina Matos) dentro de un museo de bellas artes adonde ha acudido ante reproducciones de dibujos de Leonardo (¡otro Leonardo!) da Vinci (“en busca de inspiración”), cuatro ficticios frentes-guiño de ojo y ninguno verdadero, para un retrato sin relato.

La ñerez voluntariosa pertenece así, de manera vergonzante pero con bastante rodeo, al género de comedia romántica en boga, compuesto por películas insustanciales y huecas sobre personajes huecos e insustanciales, en una adecuación perfecta entre fondo, forma y referentes reales, ahora so pretexto de hacer la crónica lírica de los primeros impulsos amatorios, tan henchidos, inflados e infatuados, porque están narrados para (y en lugar de) una diecisieteañera niña bien que de entrada se asume, reconoce y confiesa orgullosamente como tal, muy por encima de la elegantísima dirección de arte de Alisarine Ducolomb, la fotografía relamida de Alberto Lee llena de perfiles delicados luego de manos tendidas, y la edición del realizador y Zeiddy Silva Ríos ahíta de subliminales brincos intrasecuenciales de un infrashakespeariano mucho ruido para nada, en este subproducto neto de teleseries chafas hasta con moraleja ad hoc.

Y la ñerez voluntariosa culmina, pero no acaba, en la boda por la juvenil estrella incipiente dichosamente agenciada, atendida por la sonriente manaza salvadora, saeta y ancla, de un intempestivo guapo-guapo prometedor (Xabiani Ponce de León), para rescatar a Danna / Renata de su propia impaciencia del corazón (“Sólo una pieza”), después de haber reconocido por sus botas descaradamente negras a su ahora domesticada consejera dark (absorbiendo en esta ocasión a la icónica tentación lésbica de Todo el mundo tiene a alguien menos yo de Raúl Fuentes, 2012) y repitiendo cual lorito madurado a golpes la frase con la que Papá (Fernando Serfatti) demostraba la sabiduría que le había hecho ganar una portada de revista como empresario del año (“Decidí soltar el volante y a ver adónde nos lleva la vida”), desde su femenina mirada cómplice y pícara al fin congelada.

La ñerez del cine mexicano

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