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Cuna de heroínas

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Hay una trama principal en Comando marino de René Cardona III (1990), con protagonista más en colectivo, para mejor poner en relieve la vida cotidiana, el funcionamiento interno y las entrañables entrañas de nuestra máxima institución marítima. Pese a las iniciales reticencias del almirante Farel (Bruno Rey), el anciano director del plantel, preocupado por los profanadores riesgos que esa innovación podría significar (“Permitir mujeres aquí es un cambio que podría ser doloroso, una imborrable mancha en nuestra limpia trayectoria”), pero puesto a reflexionar por el veterano capitán emisario (Armando Silvestre), lleno de buenas razones patrióticas (“Recuerde que en esta nación la mujer ha jugado siempre un importante papel social y político, hemos tenido corregidora y gobernadoras”) y con una contundente razón neoliberal (“Es por órdenes superiores”), se forma el primer contingente femenino que será admitido en la H. Escuela Naval Militar de Veracruz, para recibir instrucción y entrenamiento como cualquier otro grupo de cadetes. Habrá damas brigadistas a la fuerza. La encargada de la difícil tarea será una madura capitana graduada en Annápolis (Susana Dosamantes), muy preparada por cierto, celosa de la férrea disciplina y la puntualidad, con duras frases de recibimiento para las jóvenes elegidas, a quienes se ha reunido en el laboratorio de armas (“Se acabó la pintura, las minifaldas, el perfume, el chicle, no podrán casarse hasta que terminen su instrucción militar y su carrera”), aunque también severa en ciertas exigencias feministas (“En este plantel, como en todas partes, la mujer merece respeto, ¡¿enterados?!”) ante los malhabituados cadetes (“Enterados, mi capitán”).

Pronto quedará demostrado que las mujeres cadetes, con vocación militar o sin ella, pueden exhibir disciplina, esfuerzo, condición física, dotes natatorias, puntería, aplicación en el programa de adoctrinamiento, entusiasmo, merecimiento de respeto, amor por la carrera de las armas, entereza, lealtad, coordinación, entrega, capacidad en los simulacros de zafarrancho de combate o abandono de embarcación, presencia de ánimo, don de mando y espíritu de sacrificio (uf). Casi se comportan igual que cualquier cadete varón, de esos que primero las veían como animales raros, que habían invadido por sorpresa su recinto; luego las han admirado como objetos del deseo, que les alborota el hormonal ligador (“Sólo sé que son unos cueros, voy a hacer que pongan mi cama junto a un par de rubias”), y finalmente las consideran compañeras dignas de apoyo, tanto en los ejercicios de escalamiento con reatas, o en el avance pecho a tierra bajo alambradas, como en las prácticas de tiro a descubierto contra blancos reglamentarios, o proporcionándoles Dramamines para los mareos con vomitona en altamar; colegas merecedoras de protección, al grado de ir a madrear en bola a un pelafustán montonero (Marco Antonio Sánchez el Diablo), quien vapuleó a tres de ellas dentro de un salón de fiestas, hasta que el tipo se arrastre ante el cadete galán Alberto (Cristian Crishan), quien lo derrota en buena lid. Prueba de las cualidades desplegadas por las chicas serán su desempeño en labores de auxilio a la más humilde población civil en un temporal (rescate de semiahogados en un río turbulento, rescate de niños en chozas incendiadas) y su desempeño en la ceremonia conmemorativa del 21 de abril, por lo que recibirán reconocimiento público, franquicia por toda una jornada y entrega de galones para las tres cadetes más destacadas: la solidaria enérgica Patricia (Laura Flores), la enamoradiza Silvia (Anaís de Melo) y la dulce Laura (Teddy Fillippini), quienes marchan con gran marcialidad a recibir sus cintas de mano de los altos oficiales en el patio de honor del colegio, para rabieta de la curvilínea rubia aguafiestas Martha (Lorena Herrera), quien todavía cree posible conseguir cualesquiera honores por favoritismo y por su chula cara de conejita descerebrada de Playboy, pero cuya insolencia se achicará en filas ante la recién ungida coacción de su compañera Patricia (“¡Cállese o la arresto!”). No obstante sus diferencias, todas las integrantes del contingente femenino llegarán a probar que pueden asumir incluso una conducta heroica, durante el fiero combate sostenido contra traficantes de armas, desde el guardacostas en que navegaban y donde la Capitana realizaba maniobras de pilotaje; combate en el que ofrendarán su vida varias de ellas, con lo cual se reforzará la decisión del alto mando en permitir el ingreso de mujeres a la Escuela Naval Militar.

Hay una subtrama, malintegrada y expuesta en escenas paralelas al corpus de la trama principal. Visto siempre al fondo de la estancia de su departamento, desde una celosía de acero y con el teléfono celular como prolongación de su brazo, el delincuente de torva carota Giorgio (Jorge Reynoso) comunica un buen día a su compinche homosexual favorito el Muñeca (José Manuel Fernández) que ha resuelto cambiar de giro, para crecer (“El narcotráfico ya está muy quemado, hay que ampliarnos, crear nuevos horizontes; a partir de hoy nos dedicaremos al armotráfico, mis contactos en Israel nos ayudarán, comunícate a Bolivia con el teniente Mendoza, vamos a empezar la operación”), importando poco lo abrupto del asunto y los riesgos que continuarán corriendo (“Si no hubiera sido así, yo seguiría arreando llamas en el Perú y tú seguirías de ‘trasvesti’ en Nueva York”). Acto seguido, se la pasan rondando juntos la playa y el criminal acaricia en la cara al Muñeca, pero se encabrona cuando éste devuelve el cariñito o si lo secunda en la ingestión de coñacs, delante de él, en horas de trabajo.

Ninguna duda cabe: el tal Giorgio es un marino frustrado de la Armada de México, y así se lo hace saber penosamente a su prisionero, el almirante con barbitas de chivo canoso Farel, después de haber acribillado a la esposa-sirvienta del uniformado y mientras lo tortura, clavándole una mano sobre la mesa con un puñal y cortándole a cuchillo pelón dos dedos, que avienta de inmediato al suelo, para obligarlo a confesar cuándo y dónde desembarcarán las nuevas armas que espera la Marina y que él ha prometido a sus clientes sudamericanos, a quienes trata a patadas telefónicas (“Recuerda que yo soy el único que te puedo derrocar”). Una vez obtenida la información mediante tormento (“Barco Lugano, Islas Caimán”), el sádico villanazo se muestra doblemente satisfecho, pues, según él, también ha demostrado al testarudo pero finalmente vencido almirante que se equivocó de profesión, a consecuencia de lo cual manda ultimarlo de inmediato por sus sicarios, con desprecio, sin miramientos y sin que nadie se dé jamás por enterado. Luego, en espera del cargamento clandestino, hace rodear la playa del desembarco (“Bienvenido a las grandes ligas”) con las minas explosivas que el Muñeca acaba de conseguir en oferta quién sabe dónde (“Todas las que quieras”). Sorprendidos con las manos en la masa por la fragata guardacostas GH-06, los armotraficantes presentan un temerario contraataque en varios frentes. En las arenas, con trincheras naturales, donde perecerá la cadete reacia Martha, desangrándose de una pierna y con un tiro en el pechugón que la hace escupir sangre, ante los intemperantes gritos de otra compañera. En las aguas cruzan raudos Giorgio y el Muñeca en una lancha motorizada, dando vueltas a lo loco a babor del buque ya a la deriva (dañado por el choque contra una mina), contestando con mortales ráfagas de metralleta los tiros bélicos de los infantes de marina y provocando bajas de algunos de ellos, incluyendo la muerte de la cadete canonizable Patricia, aún escupiendo fuego con su ametralladora desde una plataforma superior. En el espacio submarino, dos cadetes vueltas mujeres rana intentan desmontar una de las asesinas minas explosivas y salen volando en pedazos por los aires. Y en el aire, la aguerrida Laura lanza tiros desde un helicóptero militar, para hacer reventar por fin a la diezmadora parejita que formaban en su fuga Giorgio y el Muñeca. También ellos Murieron con los chalecos salvavidas puestos (Walsh, 1941), Juntos hasta la muerte (Walsh, 1949).

Limpios tilt downs para descubrir desde el cielo la gloriosa vida naval. Largos dollies laterales para describir el universo desde la placa fundacional del colegio, las mesas solitarias del refectorio, las camas de las cadetes que bromean mientras se levantan al alba, el cronométrico ritual de la comida colectiva. Escenas alternadas contrapunteando ceremonias pomposas de revista de armas en uniformes de gala con diez corbetas alineadas en el horizonte, banderas ondeando en buques adornados, orgullosas cabinas de mando con pieza de artillería en ristre, aviones que pasan rozando las avanzadas marítimas, helicópteros auroleando los mástiles orondos, racimos de marinos montados sobre las vergas horizontales en cruz o sujetando los grátiles de las velas. Grandiosa recapitulación final con el montaje paradigmático de todos los highlights del relato vueltos a admirar. Desde una perspectiva ideal, este enésimo largometraje del joven pero ya prolífico destajista de cine popular René Cardona III (Vacaciones de terror, 1988; Las borrachas, 1988; Nacidos para morir, 1990), filmado poco antes de acometer el imposible lanzamiento de Lucila Mariscal como estrella cómica (Dos locos en aprietos, 1990; Gata por liebre, 1990), constituiría un encomio a la H. Escuela Naval Militar, un gajo privilegiado del inexistente cine épico nacional, cuyas raíces se remontarían a la ingenua pero desatada elegía patriótica a los Niños Héroes de Chapultepec con Jorge Negrete en El cementerio de las águilas (Lezama, 1938).

Desde una perspectiva melcochonostálgica, este nuevo film del inefable guionista-productor asociado Jorge Barragán reclamaría su parentesco ascendente con la Cuna de héroes de John Ford babeando sobre los galones de los cadetes de West Point (1955), una Cuna de heroínas, y formaría un díptico con Cuna de valientes (Gilberto Martínez Solares, 1971), dedicado al H. Colegio Militar y escrito por el mismo Barragán, sólo que ahora el entrenador de novatos Tyrone Power ya no está interpretado por Gregorio Casal, sino por Susana Dosamantes; sólo que ahora el grupo de seis cadetes amigos se ha convertido en un conjunto insociable de seis mujeres cadetes; sólo que ahora ningún cadete abandona la carrera para cumplirle a su noviecita embarazada, sino que los cadetes enamorados Alberto y Silvia deciden volver juntos a la vida civil para casarse y testimoniar la grandeza de las sobrevivientes; sólo que ahora las exaltadas remembranzas del jubilable director del colegio Enrique Rambal (“Hay que aprender a ser hombres, a obedecer para luego mandar”) se han sustituido por un himno gigante y extraño que anuncia en la noche de la discriminación naval a las mujeres una aurora, con perdón del romántico Bécquer. Desde la perspectiva mercenaria, este tercer churrazo al hilo del productor semipirata J. David Agrasánchez y de Cardona III emprendiéndola juntos (luego de El mil hijos, 1989, y Atrapados por la droga, 1990) sería (y es) una babosa cinta de aventuras más, aunque sustituyendo al tema del narcotráfico (“que ya está muy quemado”) con un espectacular despliegue naval, asesorado por el técnico de la Armada, Alfredo Alexandres Santini, y gran letrero de agradecimiento a la Secretaría de Marina por las indispensables facilidades para filmar en sus instalaciones, buques y demás.

La historia de la prohibición de este insignificante bodrio viene a resultar tan bochornosa como el hecho anticonstitucional de su prohibición, acaso un inadmisible indicio de debilidad e incongruencia por parte de la Secretaría de Marina, la cual, después de haber auspiciado y asesorado el rodaje, dictó esa prohibición, mediante dos oficios dirigidos a la Secretaría de Gobernación. Uno del 13 de noviembre de 1990, en el que alegaba que “el film Ellas también son héroes o Mando marino denigraba a la institución, al tratarse la historia de seis mujeres cadetes y utilizar inadecuadamente uniformes, armas y buques”; y otro de julio de 1992, cuando la cinta, con nombre cambiado a Comando marino, ya había sido autorizada por la Dirección de Cinematografía el 19 de septiembre de 1991 (autorización 06172-B), había tenido hasta premier en la Cineteca Nacional, se exhibía en diversas plazas del país y empezaba a circular en video Provisa. El conflicto en ciernes entre los dos ministerios (Marina y Gobernación) se resolvió dando marcha atrás a la autorización, cesando a la jefa del Departamento de Supervisión Sara Murúa (quien había dictaminado con aprobación de sus superiores) y parando la exhibición de la cinta, así como la distribución del video (aunque no, por fortuna, sus copias piratas). Hasta el momento, no hay visos de que la película vuelva a circular normalmente.

Se impone otra lectura del film. Las mujeres aterrizando en la escuela naval ultrajan el honor machista de la institución. Los cadetes admirando el nalgódromo violan en tumulto la virginidad del heroico plantel. La abusiva cadete rubia que esclaviza por dinero a la cadete pobre Juanita (Patricia Álvarez) está haciendo una traslación de las jerarquías militares y poniendo de manifiesto la injusticia inherente de sus tradiciones más añejas. El Capitán vistagorda cachando a los cadetes besucones y la Capitana buenaonda participando en una coperacha prohibida para la cadete pobre, escupen leyes sagradas. El tumefacto almirante soltador de sopa, a quien insultan y zarandean a placer, traiciona al espíritu de cuerpo y demuestra tanta vulnerabilidad en el alto mando naval como la del primer mandatario de Intriga contra México (Pérez Gavilán, 1987). La totalidad de cadetes dando un paso al frente, para respaldar al madreador del pelafustán y evitar solidariamente su represión, atropella la disciplina canino-circense de los cadetes y significa una incitación a la indisciplina más subversiva. La oligocancioncita que se escucha mientras las cadetes hacen su primera práctica de abandonar buque en lanchas kayak, está en realidad llena de indirectas malévolas (“Trotamundos de la vida / rompecorazones profesional / ni siquiera con la luna tienes intimidad”). Y la desproporcionada guerrita del final humilla a las armas inútiles, en una larga pachanga-tiroteo que es rúbrica adecuada de una pachanga-película intolerable.

Todo por pura irresponsabilidad, lo cual no impide el berrinche sígnico-naval, para desdoro de un régimen salinista que logró suspender la censura fílmica durante breves años. Ahora, no sólo la censura ha vuelto a recrudecerse, sino que ya cualquiera puede ilegalmente ejercerla, con el dócil sometimiento de las instancias encargadas por Ley.

La eficacia del cine mexicano

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