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Lunes 7 de septiembre, 21:14 horas.

Dirección General de la Guardia Civil

Madrid

Ybarra estaba escribiendo un resumen de la situación en su portátil. Después de comer repasó todos los archivos y documentación del caso de pederastia. Quiso aprovechar aquellas horas de silencio de la noche, cuando apenas quedada nadie en el cuartel y el teléfono solo sonaba para asuntos verdaderamente importantes.

Había mandado a Negrete a casa para que descansara un poco. La semana anterior había sido muy complicada y esta sería peor. Estaban agotados, y apenas era lunes. El estrés de la amenaza de bomba no había ayudado. Trataba de ordenar un esquema de hechos. Había marcado una línea de sucesos intentando encontrar alguna pista que les permitiera identificar al remitente del embalao. No tenían nada con que señalar a un posible culpable.

Continuó dibujando durante media hora más en una gran pizarra que tenía colgada de la pared. Aquel dibujo parecía más el diagrama de un programa informático que un esquema de sucesos. A cada elemento que consideraba importante le asignaba un color. Se sintió frustrado cuando se dio cuenta de que solo tenía cinco colores, aun así se las arregló. Por más que se estrujaba el cerebro, buscando cualquier dato que le pudiera servir de referencia, la información que tenía era insuficiente. Además, su instinto le decía que aquel no sería el único paquete humano que recibiría. El modus operandi, el cuidado en cada detalle, lo bien planeado de la entrega… Aquello era más propio de un asesino en serie que de un justiciero. Así es como se consideraba el remitente: un justiciero o un vengador.

La alarma de su móvil interrumpió el silencio. Era el capitán Armando Talavantes.

—Dime, Armando —respondió Ybarra.

—Santiago, tenemos la imagen de la etiqueta que venía en la pastilla de nitrocelulosa —aseguró Talavantes sin ni siquiera saludar—. A los informáticos les ha costado un poco reconstruir la imagen, ya que la foto estaba muy movida y la letra era muy pequeña, pero lo han conseguido. Ven ahora y te lo enseño.

—Ahora estoy un poco liado —se excusó Ybarra—. ¿Qué pone la etiqueta?

—Preferimos que vengas. Quiero explicarte algunas cosas en persona —insistió Talavantes.

Ybarra captó el mensaje. No debían comentar nada por el móvil. Tardó muy poco en llegar al cuartel de los artificieros.

—Pasa —dijo Talavantes al escuchar los pasos de Ybarra.

—¿Qué ocurre? —preguntó alarmado.

—Esto es lo que encontramos al aplicar varios filtros digitales a la imagen —le contestó Talavantes al tiempo que le mostraba una copia a color impresa en un folio.

—¡Qué hijo de puta! —exclamó muy sorprendido Ybarra—. Este capullo está jugando con nosotros.

En la imagen se leía, con letra de máquina de escribir antigua del tipo Olivetti, sobre un trocito de post-it, el texto:

Qué bien que al fin han podido reparar el escáner. ¡Enhorabuena!

—Este cabrón sabía que el primer escáner no funcionaba bien —afirmó Núñez.

—No lo tengo tan claro —lo contradijo Ybarra con contundencia—. Él habla de un solo escáner, tal vez no sepa que lo cambiaron. Por la forma en que lo dice, creo que solo sabe que ya funciona.

—Entonces, él sabía que no funcionaba bien cuando lo instalaron —intervino Talavantes.

—Sería lo lógico, o bien se dio cuenta de ello —respondió Núñez a su capitán.

—Pues la cosa está jodida —intervino Beltrán—. Puede ser uno de los nuestros, alguien de dentro, un guardia civil.

—Es una posibilidad —afirmó Talavantes.

—No lo creo. Hay algo que no me cuadra —respondió Ybarra.

Los tres artificieros lo miraron interrogantes.

—Él sabía que este escáner funcionaba. Y si cuando voló el primer escáner, no funcionaba, es porque también lo sabía —afirmó de forma retórica—. Si no es uno de los nuestros, solo hay una posibilidad de que él supiera que no funcionaba; que el remitente hubiera enviado algo anteriormente que no activó la alarma del primer escáner.

Los tres artificieros asentían a cada deducción de Ybarra.

—Así se dio cuenta de que el escáner no funcionaba, pues no hubo respuesta de alarma a un posible primer envío —dedujo el capitán muy seguro de lo que decía—. La pregunta es: qué coño mandó, cuándo lo mandó y… —se quedó pensando un segundo— ¿a quién se lo mandó?

—Joder, Santiago, blanco y en botella. Si este paquete venía a tu nombre, seguro que el primero también iba dirigido a ti —respondió Talavantes con contundencia—. La pregunta es cuándo lo envió y dónde coño está ese paquete.

Ybarra marcó un número en su móvil. A los pocos segundos le contestó Chari, su secretaria. Le preguntó por los paquetes recibidos a su nombre en las últimas tres semanas. Colgó y sonrió levemente con aire de culpabilidad.

—¿Qué pasa? —preguntó Talavantes.

—Creo que os voy a dar más trabajo esta noche —se lamentó Ybarra—. Han llegado varios sobres grandes a mi nombre, de esos de publicidad que recibimos todos cada mes. Suelo abrirlos cada dos semanas, o cuando me acuerdo. Tendremos que revisar los de los últimos dos meses. Sin embargo Chari no recuerda que haya llegado ningún paquete, solo sobres.

—Eso no significa nada —respondió Talavantes—, el primer escáner lo hizo volar un sobre grande. Por eso el muy hijo de puta mandó el paquete completo, para poder montar su show.

—Tienes razón, Armando —asintió Ybarra con culpabilidad, mordiéndose el lado izquierdo del labio superior.

—¿Cuántos paquetes serán aproximadamente, capitán? —le preguntó Beltrán, el agente que mejor conocía el funcionamiento del escáner.

—No lo sé —respondió Ybarra resignado.

—¿Podría decirme aproximadamente el peso o el volumen?

—Aproximadamente creo que cabrían en una caja como esa —dijo señalando la caja de una impresora láser que estaba en el suelo.

—Vale, entonces lo haremos de una vez —dijo Beltrán aliviado—. El escáner detectará cualquier cosa que haya dentro de todo ese volumen. Tardaremos más en ponernos los trajes y trasportar la caja con el robot hasta el escáner, que en revisar su correspondencia.

—Lo siento mucho, chicos —volvió a lamentarse—. Me adelanto e intento recopilar toda mi correspondencia, ¿vale?

—¡De eso nada! Desde este momento, y siguiendo el protocolo de seguridad, tú no regresas a tu oficina —lo increpó Talavantes—. Ven conmigo a la sala de mandos para que puedas guiar a Beltrán por la pantalla de vídeo. Él se encargara de recoger todo y llevarlo al escáner. Núñez vendrá con nosotros. Con uno que se la juegue esta vez es suficiente. Además, necesito que alguien me ayude con los ordenadores, el resto de los artificieros ya se fueron a casa.

—Pues yo soy el menos indicado para manejar programas informáticos —sentenció Ybarra.

—No te preocupes, el programa es muy intuitivo. Solo necesito que nos ayudes a guiar a Beltrán, así acabaremos antes. Ya casi es media noche.

Capitán, ¿quiere que mande acordonar la zona de oficinas? —preguntó Núñez.

—Solo la del capitán Ybarra y el trayecto hasta el escáner, y por cumplir con el protocolo de seguridad —afirmó Talavantes—. Si hay algo que aún no ha explotado, será porque no lleva mecanismo de detonación, como el resto de envíos. Aun así, tomaremos las precauciones correspondientes, aunque sean las mínimas.

—Armando, ¿no te da la sensación de que con todo esto, lo de los envíos con material explosivo, lo que pretende el mensajero es causar alarma entre la gente y que llegue a los medios de comunicación sin que podamos detenerla? —preguntó Ybarra a Talavantes.

—Eso parece, Santiago —afirmó Talavantes—. Si no, para qué querría montar un show como el de esta mañana. Con que te enviara el paquete con el embalao bastaría para que le tomáramos en serio.

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