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Martes 8 de septiembre, 15:00 horas.

Berja, Almería

Hicieron un descanso para comer algo, y sobre todo para beber. El calor era aplastante y habían sudado mucho. El guardia al que habían mandado al pueblo apareció con los bocadillos y los refrescos. Se sentaron en la mesa del laboratorio portátil que había quedado libre. Ya habían terminado de recoger todas las muestras posibles de aquel «terreno de los horrores», como lo denominó Ybarra. Localizaron trece enterramientos, dieciséis cuerpos en total. A simple vista todos eran menores de edad. Según el forense, algunos llevaban enterrados cerca de quince años.

Todos estaban agotados. El esfuerzo físico de desenterrar todos aquellos cadáveres era superior al ejercicio que Ybarra hacía en un solo día, que no era poco. Entonces su móvil sonó por enésima vez.

—Es Talavantes —dijo en voz alta mientras descolgaba. Negrete y de la Bárcena lo observaban con curiosidad.

—Dime, Armando.

Negrete pudo observar cómo su compañero abría los ojos y se dilataban sus pupilas. Aquello era indicativo de que pasaba algo importante. Sin embargo, como era normal en Ybarra, su expresión no cambió ni un ápice más. Continuaron escuchando su parte del diálogo, que fue bastante escueta. Este se cuidó de no decir más de la cuenta.

—Vale… ¿a qué hora fue?… ¿Saben quién es?… Aquí terminaremos sobre las cuatro y media… Bien, ahí estaremos. Gracias.

Ybarra colgó el teléfono con la parsimonia y seguridad de costumbre. Le dio un mordisco a su bocadillo y bebió otro poco de refresco, mientras lanzaba una mirada al horizonte sobre el terreno anexo. Observó con tristeza todas las fosas levantadas. Negrete no le quitaba la mirada de encima, esperando que dijera algo. De la Bárcena continuó comiendo, su mirada saltaba de los ojos de uno a los del otro esperando adivinar algo en sus miradas.

—Tenemos que darnos prisa, Sergio —dijo Ybarra sin dejar de mirar el terreno.

—¿Qué pasa? —preguntó de la Bárcena extrañado.

—Nada, un asunto antiguo que requiere de mi presencia inmediata. Una investigación de hace meses. —Negrete sabía que mentía. El resto de los agentes prestaba atención en silencio—. Tenemos que estar listos antes de las cuatro y media, me requieren con urgencia.

—Vete, yo me quedo y espero a que todos terminen —se ofreció de la Bárcena.

—Prefiero que me acompañes —insistió Ybarra—, quiero comentarte qué línea de investigación me gustaría seguir en este caso y necesito que me ayude tu departamento con ella. —De la Bárcena se dio cuenta de que Ybarra no quería o no podía hablar delante del resto de agentes. Ya empezaba a conocerlo.

—Vale, voy a dejar indicaciones para que terminen el muestreo y precinten el terreno y la casa hasta nuevo aviso.

Cuando acabaron de comer, Ybarra se llevó a Negrete y de la Bárcena aparte con la excusa de revisar el inventario de los vídeos incautados. Entonces sacó uno de sus puritos, Negrete hizo lo mismo con su Ducados. Los tres estaban solos, era el momento de hablar.

Os resumo rápidamente. Ha llegado otro embalao. En las mismas condiciones y montando el mismo show en la entrada, esta vez no han podido atrapar al mensajero —comentó Ybarra visiblemente preocupado—. Aún no han identificado al embalao. La única diferencia con el de ayer es que este venía en bastante mal estado y completamente sedado. El asunto ya ha trascendido al Ministerio de Interior y a la Presidencia. Quieren que se sepa lo menos posible para que la prensa no se nos eche encima. El asunto es muy complejo, jurídicamente hablando. Han convocado una reunión de urgencia a las ocho. Un helicóptero nos recogerá para llevarnos al aeropuerto de Almería. La avioneta nos llevará a Madrid a las cinco.

A las cuatro y cuarto un helicóptero de la Guardia Civil descendió en un terreno colindante muy amplio. Los tres estaban listos para subir. Melero se quedó al mando de la investigación en Almería.

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