Читать книгу Confesor - José Alberto Callejo - Страница 26
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ОглавлениеMartes 8 de septiembre, 10:30 horas.
Dirección General de la Guardia Civil
Acceso principal; puerta de la calle Guzmán el Bueno
Madrid
No era normal que hubiera tanta gente entre semana. Al verse obligados a cerrar las oficinas por la amenaza de bomba, el trabajo se les había acumulado. Cuando más ocupados estaban los agentes atendiendo a todas las personas que hacían cola, la alarma del escáner empezó a pitar.
Los guardias que estaban ese día en la recepción no eran los mismos del día anterior. El capitán Talavantes les había alertado sobre cómo actuar en una posible situación similar, aun así, tardaron en reaccionar. Cuando lo hicieron, el mensajero que había dejado el paquete ya se había marchado. Entonces todo el mundo echó a correr. Ninguno de los agentes recordaba cómo era físicamente, pues había varios mensajeros entregando paquetes a la vez. Uno de ellos activó la alarma general y procedieron como indicaba el protocolo. Una vez más, empezaron a desalojar el recinto. No se produjo tanto pánico como el día anterior; más bien era una extraña combinación entre consternación y algo de temor.
Era la segunda amenaza de bomba en dos días. Los agentes no tenían ningún dato, ya que la investigación se estaba llevando a cabo en absoluto secreto. Algunos estaban convencidos de que la posibilidad de explosión era más factible que el día anterior. Uno de ellos avisó por radio al capitán Talavantes, como había ordenado a los responsables del escáner.
Una vez desalojado el edificio comenzó el protocolo de seguridad para que pudiera actuar el escuadrón de artificieros. Lo que más tiempo les tomó fue acordonar la zona, como siempre. Se repitió la misma maniobra del día anterior y con los mismos responsables del escuadrón de artificieros.
Veinte minutos después de la llegada del segundo paquete aparecieron en la recepción los sargentos Álvarez y Beltrán enfundados en sus trajes especiales. Esta vez caminaban con más seguridad. Todo aquello ya les resultaba familiar y estaban convencidos que la posibilidad de explosión era nula. Por instinto, lo primero que hicieron fue buscar la caja grande. Estaba junto al mueble de la recepción, a un metro del escáner y sobre una carretilla.
—Capitán, ¿me recibe? —preguntó Beltrán por la radio.
—Afirmativo.
—Tenemos una situación similar, señor: una caja enorme sobre una carretilla.
—¡Joder! —exclamó Talavantes visiblemente molesto—. Seguro que es otro embalao. Aun así debemos de actuar conforme al protocolo, no vaya a ser que lo de ayer fuera un señuelo.
—Sí, señor.
—Y daos prisa. Si hay otra persona dentro de la caja, estará en las mismas condiciones que el de ayer. Pero no toquen la caja grande hasta que verifiquemos el contenido de la que está dentro del escáner —advirtió—. Beltrán, acércate a la caja grande y dime si está embalada tan meticulosamente como la de ayer.
—Así es, capitán. Idéntica —confirmó Beltrán unos segundos después.
Mientras tanto, el sargento Álvarez se sentó frente al escáner e introdujo la llave hexagonal para acceder al programa. Beltrán lo ayudó a conectar el inhibidor de frecuencia para así ahorrar tiempo. Perdieron la comunicación durante un par de minutos. Cuando desde la sala de mandos localizaron la frecuencia, comenzó el operativo.
Álvarez empezó a aplicar todos los filtros, dejando el de rayos x para el final. Como todos esperaban, de nuevo encontraron en la pantalla la imagen de una pastilla similar a la del día anterior.
—Capitán, ¿la ven? —preguntó Álvarez.
—Sí. Estamos calculando de nuevo el volumen de la pastilla, a simple vista parece idéntica a la de ayer —aseguró Talavantes—. Mientras, pasad los rayos x para verificar el contenido. Debemos ganar tiempo.
En cuanto activaron los rayos x, la pantalla mostró las mismas imágenes que el día anterior. La caja contenía los mismos objetos. Hicieron varios encuadres a diferentes distancias hasta verificar todo el contenido.
—Parece que contiene lo mismo que la caja de ayer, incluidas las guindillas picantes.
—De acuerdo —respondió Talavantes—. La pastilla de nitrocelulosa es del mismo tamaño y no lleva ningún detonador. Sacadla del paquete y llevadla al tambor de explosivos. Antes comprueba si hay alguna etiqueta. Si es así, haz un par de fotos, esta vez procura no moverte mucho, por favor. Recuerda que la de ayer salió muy borrosa.
Mientras los artificieros manipulaban la pastilla explosiva, desde la sala de mandos verificaban que una ambulancia estuviera lista cuando liberasen al embalao que viniera en la caja.
Efectivamente, la pastilla llevaba una etiqueta. Beltrán la colocó junto a la entrada del escáner e hizo un par de fotos en alta resolución. Después la cogió con las pinzas y la llevó al tambor. En cuanto la lluvia de arenilla blanca se disipó, entró el personal médico ayudado por dos agentes. Beltrán había quitado la tapa de la caja grande y había cortado con cuidado las cuatro esquinas. En cuanto cortó la última, se retiró un poco y la caja se abrió dejando a la vista a otro embalao. Talavantes salió a toda prisa hacia la recepción en cuanto vio la imagen en su monitor. Hasta que regresaran Ybarra y de la Bárcena, él era el responsable del caso. De camino, llamó al laboratorio para que enviasen un par de agentes a recoger todo el material y analizarlo.
El embalao estaba exactamente igual que el anterior: desnudo, amordazado, maniatado, en posición fetal, recostado de lado y precintado por la circunferencia que formaba su cuerpo al estar recostado. En su muslo, igualmente, tenía escrito con letras rojas la palabra culpable. La única diferencia con el anterior era que este estaba completamente inconsciente. Parecía muerto y desprendía un olor aún más vomitivo. Estaba claro que se había vomitado, meado o cagado. O todo lo anterior junto.
Tardaron poco tiempo en desembalarlo. Lo colocaron en una camilla y los médicos intentaron reanimarlo sin éxito. Le pusieron dos sondas intravenosas de suero y le colocaron una mascarilla de oxígeno. Continuaba inconsciente, con las constantes vitales muy bajas, pero dentro de los parámetros aceptables. Le revisaron las pupilas y los reflejos nerviosos. No era nada grave, simplemente estaba muy sedado.