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Historia de fuego y arena

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El dominio del uso del fuego por el hombre, hace ya alrededor de un millón de años, constituyó, tal vez, uno de los primeros ejemplos de cómo las ideas, descubrimientos e invenciones que se convierten en conocimiento son una fuente de alto valor. Al observar el poder destructivo que tenían las gigantescas llamaradas emergentes desde los volcanes o de grandes incendios provocados por los rayos, que iluminaban los cielos y encendían praderas, el hombre de la época comenzó a entender que era “estratégico” controlar este elemento. Fue el inicio de la “guerra del fuego”, ya que tribus rivales serían capaces de arriesgarlo todo por tener la fórmula para producir y aplicar este recurso en sus rutinas de sobrevivencia. El primer logro lo consiguieron aquellos integrantes de una tribu que fueron capaces de mantener la llama encendida en un depósito o vasija, pues les permitía trasladar el fuego desde las zonas de origen hasta las cuevas o refugios y replicarlo varias veces antes que se les apagara o extinguiera, por falta de elementos combustibles, para protegerse del frío, de los animales, de enemigos, fundir metales y fabricar herramientas; además de hacer algo especialmente importante: cocinar alimentos. El impacto de esta última aplicación del fuego tendría grandes consecuencias en el ahorro de energía usada para el procesamiento de los nutrientes a nivel del metabolismo, además de acelerar la disponibilidad de dicha energía para otros fines productivos o de defensa. Esta ganancia que surge a partir de un conocimiento, que hoy nos puede parecer muy rudimentario, grafica el valor que adquiere este factor como “ventaja competitiva” en tiempos remotos y que origina una espiral de consecuencias impulsoras del progreso y desencadenantes de nuevo conocimiento. Lo anterior sucede porque se pone en marcha de manera “natural” el proceso evolutivo por querer mejorar lo que ya existe.

Si bien era altamente beneficiosa para las tribus que lograron controlar el fuego en vasijas o canastos, esta técnica tenía grandes limitaciones para su conservación: se apagaba fácilmente con el viento y debían acudir nuevamente a las fuentes originales: volcanes, incendios espontáneos que podían quedar muy lejos de su refugio, por lo que otros grandes peligros, animales y enemigos, los hacían altamente vulnerables durante la travesía, sin considerar que su ventaja de poseer el conocimiento ya pudo haber sido alcanzada por alguien más, perdiéndose el “monopolio temporal” que otorgaba el ser los únicos que lo dominaban. El siguiente paso surge ya no de controlar el fuego, sino de ser capaz de generarlo cuando se requiriera, lo que se logró inicialmente, como es ampliamente sabido, por la generación de calor al frotar piedras o metales hasta alcanzar una temperatura que enciende arbustos, ramas o pasto seco. El salto cualitativo en el control del fuego que esta técnica permite, al fabricarlo “de la nada”, es posible que haya provocado asombro e incredulidad entre nuestro antepasados que observaban el proceso por primera vez y de paso facilitó la fama a aquellos integrantes del clan que tenían el conocimiento para hacerlo. Probablemente la popularidad de estos miembros del clan les dio acceso a privilegios, les otorgó posiciones de poder y aumentó su atractivo reproductivo.

Otro acontecimiento muy relevante para dimensionar lo que significa el poder del conocimiento y cómo éste va creciendo y diversificándose a partir de descubrimientos, a veces casuales, es lo que ocurrió hace 26 millones de años. Algo pasó sobre las arenas del desierto del Líbano. No se sabe qué fue exactamente lo que ocurrió, pero sí se sabe que hubo mucho calor, al menos 1 000 grados de temperatura. Como el agua, el dióxido de silicio, es decir la arena, forma cristales en estado sólido y cuando sube la temperatura cambia a un estado líquido, pero la arena necesita para ello mucho más calor que el agua, sobre 500 grados y, a diferencia de ésta, si se vuelve a enfriar no puede volver a reordenarse en forma de cristales. La nueva forma que permanece es algo intermedio entre sólido y líquido, una sustancia que el ser humano ha observado desde los inicios de la civilización: el vidrio. Así se inició el largo y variado uso de este material, probablemente a partir de alguien que caminó sobre esos terrenos y pudo observar las especiales propiedades de los objetos que tenía frente a sus ojos. El vidrio hizo la transición desde ornamentos a alta tecnología durante el apogeo del Imperio Romano, cuando artesanos fueron encontrando la forma de hacerlo cada vez más transparente y se fabricaron las primeras ventanas, hasta lograr lo que son hoy en los grandes rascacielos completamente vidriados.

A través de los ejemplos del dominio del fuego o el uso del vidrio, ocurridos en los albores de la civilización, hemos ido mostrando la espiral de conocimiento que se forma como una fuerza incontrarrestable a través de los siglos y épocas marcadas por puntos de inflexión significativos, como el Renacimiento y en especial la segunda mitad del siglo XX, testigo de avances teóricos científicos y tecnológicos muy decidores para lo que está ocurriendo hoy en día. El matemático Claude Shannon en 1948, con la publicación de su Teoría de la información, define las bases de toda la compu­tación moderna a partir de sólo tres operaciones fundamentales que permiten la programación digital. En 1953 James Watson y Francis Crick logran descifrar el código genético, presente en todos los seres vivos, basado en sólo cuatro pares de aminoácidos que constituyen los pilares de un lenguaje de programación biológica. Hoy en día estamos observando la convergencia de ambos tipos programación, esencialmente manifestados en lo que se denomina inteligencia artificial, no siendo raro escuchar hablar de algoritmos evolutivos y computación genética. Se agrega a lo anterior la masificación de internet y todo lo que ello implica en el ámbito de la información, las redes sociales, el aprendizaje y el comercio, además del alto desarrollo y también masificación de la tecnología móvil en teléfonos celulares inteligentes, tablets, computadoras personales y la aplicación de estas tecnologías en artefactos domésticos a través de la denominada “internet de las cosas”. Como si fuera poco, en paralelo ocurre la automatización digital y robotización de plantas industriales, vehículos, máquinas, camiones y una gran variedad de equipos de uso productivo o recreativo como los lentes de realidad virtual, impresoras 3D y mucho más. Ya es posible leer artículos o libros donde se menciona que las emociones serían “algoritmos bioquímicos” o donde se pregunta sobre cuáles serían las etapas para “crear una mente”.

El avance tecnológico descrito anteriormente contribuye a entender por qué hoy se dice con frecuencia que vivimos en la “era del conocimiento”, sin embargo ya vimos cómo a partir del uso y control del fuego hace miles de años este activo intangible ha jugado un rol clave. No obstante lo anterior, en la actualidad su relevancia es cada vez mayor para la creación de valor. Algunos de los más importantes gurús de la administración de la última década del siglo pasado, ya avizoraban este panorama. Peter Drucker, autor de numerosos libros de administración considerados clásicos, fue uno de los primeros expertos en hablar de este hecho singular. Para este profesor de la Universidad de Harvard, la sociedad actual se distingue de las anteriores porque en ella el conocimiento desempeña un papel esencial. No sólo es otro recurso además de los tradicionales factores de producción (tierra, trabajo y capital), sino el único que se ha vuelto “el” recurso en vez de ser sólo “un” recurso y que hace que la nueva sociedad sea única en su clase. Alvin Toffler, otro famoso autor, especialista en temas del futuro, coincide con Drucker al afirmar que el conocimiento es el recurso de más alta calidad. Su opinión es que este factor dejó de ser un elemento más del poder, como el dinero, la fuerza muscular que caracterizaron épocas anteriores, para convertirse en su esencia y sustituto de los otros recursos. Así las capacidades de una empresa moderna se basarán más en sus capacidades intelectuales y de servicio, que en sus activos, como tierra, plantas y equipos. El valor de la mayoría de los productos y de los servicios depende ahora de la forma en la que se desarrollan los elementos intangibles, como el know-how tecnológico, el diseño, el marketing, el nivel de comprensión de las necesidades del cliente, la creatividad personal y la innovación. Los autores citados también coinciden en que el futuro pertenecerá a las personas que posean este conocimiento, que han conseguido poniendo en juego un conjunto nuevo de habilidades no sólo técnicas, sino de pensamiento, de aprendizaje y una forma diferente de hacer las cosas.

El gran avance del poder del conocimiento comienza en la mitad del siglo XVIII, momento en que se marca la transición desde el uso de la energía muscular a la mecánica, para llegar a lo que estamos conociendo hoy, en que el protagonismo lo tendrá el poder cognitivo artificial que aumenta la producción humana en una manera muy diferente. La Primera Revolución Industrial fue desencadenada por la construcción del ferrocarril y la invención del motor de vapor, luego la segunda fue posible por la producción en masa, fuertemente impulsada por el uso de la electricidad y la cadena de montaje. La Tercera Revolución Industrial se inició en la década de 1960 y dio comienzo al uso creciente de la computación hasta alcanzar el gran desarrollo de las computadoras personales e internet y la creación de inteligencia artificial para reemplazar al hombre en tareas que hasta hace poco era imposible de pensar que podían ser asumidas por otros entes que no fueran con las competencias, talentos o sensibilidad exclusivas de “seres racionales”, marcando el inicio de la Cuarta Revolución Industrial, de acuerdo con el nombre acuñado por Klaus Schwab, presidente del Foro Económico Mundial del año 2015. Allí se definió que esta nueva era industrial implica la “fusión de tecnologías que está desdibujando las líneas entre las esferas físicas, digitales y biológicas”, y predijo que esta revolución haría desaparecer 7.1 millones de puestos de trabajo y creará dos millones de trabajos en los próximos cinco años. Mediante la creación de “fábricas inteligentes”, la cuarta revolución industrial genera un mundo en el que sistemas de fabricación virtuales y físicos cooperan entre sí de una manera flexible en todo el planeta. Esto permite la absoluta personalización de los productos y la creación de nuevos modelos de operación. Al mismo tiempo, se producen oleadas de más avances en ámbitos que van desde la secuenciación genética hasta la nanotecnología, y de las energías renovables a la computación cuántica.

En un escenario como el descrito, va a existir, alternativamente a la desaparición de empleos, un aumento de la demanda de recursos humanos con competencias que son irremplazables por las tecnologías automáticas, tales como la creatividad, la sensibilidad frente a hechos o situaciones de interpretación compleja, habilidades sociales y emocionales de interacción, además de la capacidad de actuar con flexibilidad frente a cambios rápidos. No obstante lo anterior, lo que parece predominar es miedo por lo que pueda ocurrir, ya que en el mismo año 2015 en que se hicieron los anuncios del Foro Económico Internacional, la Universidad Chapman de Orange, California, publicó los resultados de una encuesta que clasifica los peores temores de los ciudadanos estadounidenses. Los desastres provocados por el hombre, tales como el terrorismo y los ataques nucleares estuvieron en el tope de la lista de los horrores más populares. Pero cerca en el segundo lugar, aún más terrorífico que el crimen, terremotos y hablar en público, fue el temor a la tecnología. De hecho, la tecnología parece asustar a muchos de nosotros más que lo absolutamente desconocido. Según las respuestas dadas, el estudio concluye que “los americanos le temen más al remplazo de la gente en el trabajo que al miedo a la muerte”. Lo dicho anteriormente podría explicarse por el hecho contradictorio de que crecerán los puestos de trabajo cognitivos y creativos de altos ingresos y las ocupaciones manuales de bajos ingresos, pero disminuirán con fuerza los empleos rutinarios y repetitivos de ingresos medios. En el futuro previsible, los trabajos de bajo riesgo en términos de automatización serán aquellos que requieran de capacidades sociales y creativas; en particular, la toma de decisiones bajo situaciones de incertidumbre y el desarrollo de ideas novedosas, según el estudio conducido por Carl Benedikt Frey y Michael Osborne de Oxford Martin. La cruda realidad es que, en la nueva economía, la gran mayoría de la gente hará todo lo que se espera que haga, estudiar una carrera universitaria, especializarse, hablar distintos idiomas, para buscar un trabajo estable y, sin embargo, no le será fácil.

Para dimensionar el cuadro que se está formando a partir de esta tendencia a la rápida automatización de capacidades, no sólo productivas tradicionales, sino cognitivas, debemos recordar el extraordinario avance tecnológico en robótica y su impacto en el trabajo, que se remonta a noviembre de 2006, cuando Nintendo introdujo la consola para videojuegos Wii. Como especialmente los jóvenes de la época recordarán, éste era un dispositivo compacto y ligero con una tecnología de visión muy compleja. Los investigadores del área de la robótica supieron apreciar de inmediato el enorme potencial de esta tecnología que permitía “ver” y que hace imposible no relacionarlo con el surgimiento de la visión en la evolución, cuando hace 600 millones de años los primeros animales marinos que tuvieron ojos provocaron lo que se conoce como la Explosión Cámbrica, pues las ventajas que esta nueva capacidad les otorgaba para encontrar alimentos, defenderse y adaptarse a su entorno, hizo crecer en cantidad y diversidad las especies que poblaron los océanos. El camino seguido por los robots que pueden ver, está comenzando a ser la clave para que asuman muchas tareas nuevas que antes les eran imposibles, en contraste con los robots industriales de la generación anterior, que además exigían una programación compleja y costosa, por lo que estamos asistiendo al inicio de una oleada expansiva de innovación que producirá robots destinados a realizar casi cualquier tarea comercial e industrial. Martin Ford, autor de un inquietante libro, El ascenso de los robots, que a primera vista, por el nombre, parece un texto de ciencia ficción, indica que en Estados Unidos y en otras economías desarrolladas, el principal problema se dará en el sector de servicios, que es donde están empleados la gran mayoría de los trabajadores. En la misma línea indica, por ejemplo, que Momentum Machines, Inc., una empresa de San Francisco, California, se ha propuesto automatizar por completo la producción de hamburguesas, con iniciativas que ya estaría estudiando Mc Donald’s para reducir drásticamente el personal en sus locales.

El desafío crucial

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