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La sociedad transformada

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En el pasado, la educación ha sido el antídoto más seguro contra el desplazamiento que produce la automatización. Un tejedor artesanal desempleado podía aprender a manejar maquinaria. Un maquinista desplazado podría aprender ingeniería o administración. Este camino ascendente siempre estuvo disponible porque incluso cuando los trabajos de baja calificación desaparecían, las economías se volvían más complejas, al igual que el trabajo que las impulsaba. Las habilidades cada vez más sofisticadas generaban ingresos significativamente mejores. Esta dinámica aún se da en la era de las máquinas inteligentes. La diferencia es que con el crecimiento explosivo de la tecnología, la divergencia educativa entre lo que se enseña y lo que se necesita se está haciendo cada vez más pronunciada. Hace una generación, una persona podía pasar cuatro o cinco años estudiando para sacar un título profesional y esperar con confianza la obtención de un empleo estable. Éste ya no parece ser el caso. Las presiones de la automatización y la globalización, además de las crecientes complejidades del trabajo disponible, pueden llevar a problemas de empleabilidad y un estancamiento de los ingresos de técnicos y profesionales, por supuesto con la excepción de aquellos que puedan demostrar un aporte de mayor valor, a través de competencias y prácticas que los equipan para trabajar en áreas nuevas que requieran de solución de problemas complejos e innovación.

Otro factor que da cuenta de lo que ocurre en una sociedad que está viviendo un fuerte proceso de transformación, lo constituye el hecho de que en su entorno físico no existe ya nada completamente natural pues la vida cotidiana de las personas se desarrolla rodeada de los más diversos dispositivos tecnológicos. La Revolución Industrial del siglo XIX abrió las puertas a una nueva etapa de la civilización. A partir de entonces la tecnología ha invadido todos los rincones de la vida humana. Los avances científicos del siglo XX y sus repercusiones en el diseño y desarrollo de nuevas tecnologías han hecho cambiar por completo, en pocos años, el panorama actual. Por una parte, se han creado nuevas fuentes de energía. La síntesis de nuevos materiales con propiedades insospechadas, como por ejemplo el grafeno, altera por completo el total de componentes disponibles para realizar nuevos productos. La tecnología láser permite utilizar la luz como fuente de energía no sólo extraordinariamente potente, si se desea, sino también insospechadamente versátil y adaptable tanto a trabajos de tipo mecánico como a funciones de comunicación o de procesamiento de información. La biotecnología permite por primera vez la producción de organismos vivos con características predefinidas y siguiendo procesos enteramente artificiales. Nunca como hasta ahora había estado la sociedad en su conjunto tan articulada en torno a la actividad tecnológica, y nunca la tecnología había tenido tan fuertes repercusiones sobre la estructura social, y en especial sobre la estructura cultural de una sociedad. En definitiva, pues, la tecnología actual tiene efectos decisivos en los componentes más peculiares de nuestra cultura: nuestros sistemas de conocimientos, nuestras pautas de comportamiento y nuestros sistemas de valores. Y ello no de una forma esporádica y accidental, sino de manera sistemática, continua, intensa y sin vuelta atrás.

Otro aspecto clave que se potencia con los avances tecnológicos de la era digital, son los cambios generacionales que conforman un cuadro con diversas consecuencias para el trabajo y los negocios. Los representantes de la generación milenio, que ya tienen actualmente más de veinte años, están accediendo a los puestos de trabajo con ciertas actitudes, intereses y demandas que marcan fuertemente las tendencias para el consumo y los requerimientos a las organizaciones y líderes de equipos de trabajo. Están insertos en un mundo, donde se envían 30 000 millones de mensajes diarios por WhatsApp, donde más del 80% nunca se separa de su teléfono inteligente. Este “mundo del ahora” obliga a las empresas a responder en tiempo real dondequiera que estén sus clientes y sean estos quienes sean. Sería un error pensar que esto se limita a economías altamente desarrolladas, ya que abarca a sociedades tan diversas que van desde el auge de compras en línea en China hasta el creciente número de suscripciones de telefonía móvil en África. También se espera que un punto de inflexión muy importante ocurra en 2020, que será el momento, según un vaticinio de Google, en que casi toda la población del mundo estará conectada a internet.

Para liderar esta generación, cada vez más influyente, será necesario hacer también cambios en la forma en que se obtiene su talento y su participación en equipos de trabajo. De acuerdo con la Encuesta Millennial 2015 llevada a cabo por Deloitte, en que participaron más de 7 800 nacidos después de 1983, estuvieron de acuerdo con seis características consistentes con la definición de un “verdadero líder”, que determinan un desafío adicional para comenzar a hacer las cosas de un modo diferente: se valora actuar como un pensador estratégico, es decir anticipar los ambientes cambiantes en los negocios, pensar críticamente, analizar información y alinear sus acciones con las necesidades del negocio y los empleados. También es relevante para los nuevos profesionales que sus líderes motiven y sean una fuente positiva de influencia, comuniquen en forma efectiva y construyan alianzas con otros líderes y equipos para fomentar el éxito en el negocio.

En este cambio generacional, se deberá agregar muy pronto la irrupción en el trabajo de otro importante segmento: la generación Z, o Centennials, que nacieron ya en este siglo XXI, están hiper conectados y tienen más amigos virtuales que reales. La tecnología es, para la mayoría, parte central de su vida y casi una extensión de su propio cuerpo. Son el relevo de la generación Y. Si la generación anterior se caracterizó por romper paradigmas con una mirada más flexible del mundo del trabajo, del concepto de familia y del uso de la tecnología, las expectativas sobre los cambios que impulsarán los Z son mayores. Por el momento, los expertos se atreven a describir su mirada del mundo con tres palabras: inmediatez, rapidez y eficiencia. A ellos se suma otro grupo muy relevante de “migrantes digitales” que se han incorporado a esta era digital con mayor o menor adquisición de las tecnologías. Este escenario estaría formando una nueva “clase” con una disposición distinta frente al trabajo y que se supone posee algunas competencias que los preparan mejor para los nuevos desafíos. Sería una superación de lo que se denominó a mediados del siglo XX “trabajadores de cuello blanco” para asociarlos a los que trabajan en tareas productivas o de servicio que requieren el uso de algunas competencias intelectuales especificas aprendidas en carreras de formación técnica o profesional en áreas como finanzas, administración, servicios y en general carreras universitarias de diverso tipo.

La migración digital, especialmente de algunos integrantes de la generación X anterior a 1985, unida a los comportamientos de los integrantes de la generación Y, y pronto la Z, está reemplazando la clase de cuello blanco por una clase de “cuello dorado”, denominada así por el valor que agregan a las organizaciones en que se desempeñan y que en su conjunto conforman un grupo que está creciendo de manera acelerada: los knowmads, o nómadas del conocimiento según el nombre creado por John Movarec, experto sobre el futuro del trabajo y la educación, que hace un juego de palabras entre Know (conocimiento en inglés) y nómada en referencia a los pueblos y tribus que no tenían un lugar fijo donde residir y buscaban siempre aquello que les era más favorable. Los nómadas del conocimiento constituirán para este autor el 45% de la fuerza laboral en 2020. Hay sociólogos que ya hablan del knowmad como el ciudadano del siglo XXI. No tiene una edad determinada, contrariamente a lo que muchos piensan. No entiende su trabajo como un trabajo. Es una persona imaginativa, pero además de imaginar, tiene la capacidad de transformar lo imaginado en ideas productivas y por supuesto es un usuario frecuente de las nuevas tecnologías digitales. Transforma la información en conocimiento y la comparte. Como explica Moravec, “el conocimiento no es algo impersonal como lo es el dinero. No se encuentra en los libros, en las bases de datos o en un programa computacional. Estos sólo portan información. El conocimiento lo encarna siempre una persona, que es quien lo lleva, lo genera, lo aumenta o lo mejora, lo aplica y quien se lo transmite a otra persona o equipo de trabajo”. En síntesis, el avance tecnológico no es algo que se vaya a revertir, tampoco su rol cada vez más preponderante en la vida moderna, lo que ha traído consigo que las nuevas generaciones puedan ser consideradas nativas digitales y adopten rápidamente las diversas formas en que éste se manifiesta. Sin embargo asumir la automatización en el trabajo es otra cosa diferente, ya que no necesariamente estamos preparados para ello. Se requiere una actitud y ciertas competencias que no se enseñan con mucha claridad en el colegio ni en la universidad, que se deben adquirir o potenciar de modo diferente y que, al parecer, es algo que ya están haciendo los denominados nómadas del conocimiento. En este sentido podría revalorizarse el hecho de que, por mucho que avance la tecnología, hay cosas que los robots será muy difícil que logren emular: se trata de todo aquello que requiera creatividad, capacidad de síntesis, resolución de problemas e innovación, por lo que, si no hemos cultivado destrezas de ese tipo, tendremos que explorar la forma de lograrlo y así recuperar ventajas competitivas en lo personal y profesional.

El desafío crucial

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