Читать книгу El pensamiento económico del reformismo criollo - José Antonio Piqueras - Страница 13

La Economía Política, el aumento de las tensiones internacionales y la autonomía de Lisboa

Оглавление

[…] the Theory of Trade is a Princely Science, and the true Regulation of it the Key of Empire.

(Wood, 1718, citado en Armitage, 2009, p. 146).

The interest of the King of England is to keep France from being too great on the continent and the French interest is to keep us from being masters of the sea.

(Coventry, 1673, citado en O’Brien, 2003, p. 11).

El financiamiento del poder estatal y la administración próspera de sus recursos son los fundamentos para la conservación de la paz y del orden público, pues viabilizan las acciones de la autoridad constituida. El apaciguamiento interno que la economía política —la administración pública de los encargos y necesidades del Estado— trajo para las monarquías nacionales, produjo una visión del futuro como una competencia global entre Estados comerciales. Ya para mediados del siglo XVII, la interdependencia de la política y la economía se volvió, por primera vez, tópico central de la teoría de los gobiernos, pues se hizo evidente para los contemporáneos que lo que sucedía en el comercio internacional era determinante para la manutención militar y política de los Estados soberanos. Así, la dirección del proceso económico se volvió político y fue dirigido por la autoridad pública y por los grupos sociales que le daban sustento. Quedaba implícita, en la política moderna, la idea de que la lógica del comercio estaba vinculada con la dinámica de la guerra. Este es el contexto de Jealousy of Trade, momento en que todo el globo se transformó en un escenario de disputas comerciales entre las potencias europeas (Hont, 2005b, pp. 1-8)40.

Este cambio en la perspectiva económica del Estado se basó en movimientos concomitantes: uno de ellos es político y está relacionado con la conclusión de las guerras religiosas en Francia y con el resultado de las revoluciones políticas en la Inglaterra del siglo XVII. Así, después de la solución de conflictos internos, los franceses enfrentarían el poder hegemónico de los españoles. Los ingleses, a su vez, combatieron con éxito la supremacía comercial de los holandeses41.

No podemos olvidar el hecho de que la guerra y la estrategia militar se volvieron cada vez más costosas en la Europa de la posguerra de los Treinta Años (1618-1648). En los albores del siglo XVIII, la guerra se había vuelto extremadamente onerosa, tanto por el desarrollo de nuevas tecnologías militares, como por la participación de las potencias europeas en las sucesivas guerras. El resultado fue la necesidad de la manutención de ejércitos permanentes entrenados, abastecidos y listos para entrar en combate, abandonando así la vieja costumbre de licenciar a los soldados al final de los conflictos (Parker, 2003).

Resueltos los conflictos domésticos y establecido un nuevo status quo político, Inglaterra expandió su aparato administrativo, que sería responsable no solo de su territorio en el Viejo Mundo, sino también de sus súbditos y de sus colonias de allende del mar. Bajo el auge de sus actividades expansionistas, los gastos del gobierno británico pasaron de ser cerca de 2 millones de libras —valor medio de gasto en periodos de paz— a 150 millones de libras: un aumento de aproximadamente 75 veces (Pocock, 2003, p. 425).

La solución de la Corona inglesa para enfrentar esta presión financiera fue movilizar préstamos particulares. Desde la Edad Media, los soberanos endeudados recurrían a la comunidad bancaria internacional para financiar sus aventuras militares. Al final del siglo XVII, mientras tanto, los mecanismos de recaudación de fondos se volvieron mucho más diversificados y complejos, requiriendo una administración gubernamental igualmente compleja. En este contexto los ingleses bautizaron su sistema como Crédito Público o de Deuda Nacional. Para la operación regular de este sistema, fue decisiva la fundación del Banco de Inglaterra en 1690, que pasó a centralizar y a administrar la captación de préstamos, además de estimular la oferta de papeles del Tesoro en las bolsas de Londres y Amsterdam (Hont, 2005a, pp. 325-353)42. Así, el status quo político británico del período de prevalencia Whig, que se extiende de la Revolución Gloriosa (1688-89) a mediados del siglo XVIII, está basado en el Crédito Público (sustentación económica) del ejército del rey con el partido Whig en el Parlamento (sustentación política)43.

Juntos, la guerra y el comercio fueron los motores del desarrollo económico británico (O’Brien, 2003, pp. 11-33; 1988, pp.1-32.)44. Entre ideologías justificativas y la necesidad de comprender y de administrar mejor los resultados de este proceso vemos el uso instrumental de la economía política. De su acepción original —del gobierno del Estado como una casa grande45— las ideas económicas van a servir para calcular y maximizar los beneficios de la colonización de extensas áreas de ultramar (Pagden, 1995, pp.156-177).

El argumento hasta aquí presentado no se separa de la visión que usualmente asocia las ideas económicas del mercantilismo a un conjunto de conceptos desarrollados en la práctica por ministros, juristas y comerciantes como objetivo económico, político y estratégico: el establecimiento de Estados nacionales centralizados. Partiendo de esta interpretación, la receta mercantilista estaba basada en un intenso proteccionismo estatal y en una amplia intervención de las coronas en la economía. Una fuerte autoridad central era vista como esencial para la expansión de los mercados y para la protección de los intereses comerciales de los mercaderes locales. Sin embargo, su aplicación variaba conforme a la situación del país, sus recursos y el modelo de gobierno vigente. En Holanda, por ejemplo, el poder estatal era subordinado a las necesidades del comercio. En Inglaterra y en Francia, a su vez, la iniciativa económica estatal estaba relacionada con los intereses militares, generalmente agresivos, en relación con los otros países europeos. Los mercantilistas, limitando su análisis al ámbito de la circulación de bienes, profundizaron el conocimiento de cuestiones como la balanza comercial, las tasas de cambio y los movimientos del dinero (Heckscher, 1983)46.

Otra transformación fundamental fue la de la propia concepción de mercado, ahora basada en nociones del derecho natural, establecidas en las primeras décadas del siglo XVIII. Partiendo del argumento de que Dios creó el mundo perfecto y bondadoso, además de la idea de que todo lo que hay en el mundo está sometido a las leyes naturales para proporcionar la conservación y la felicidad de los hombres, se creía que el plan divino solo se realizaría cuando cada individuo actuara conscientemente para mejorar su propia condición. El derecho natural sería, entonces, uno de los factores responsables de colocar al hombre en el centro de las especulaciones filosóficas y consecuentemente en el desarrollo de un nuevo espíritu científico que sería guiado por la razón, principal instrumento utilizado por los individuos para descifrar el mundo en el que vivían sin recurrir a explicaciones trascendentales. Este cambio de concepción del mundo origina un proceso de secularización, siendo una de sus características la emergencia de diversas disciplinas intelectuales, cada una con su especialidad y posteriormente, sus especialistas47.

Ya la asociación entre la historia natural y el discurso económico autónomo proviene de la voluntad de comprender el funcionamiento material del mundo natural que, cada vez más, se hacía presente al discurrir el siglo XVIII. Entre las motivaciones detrás del interés público por las nuevas ciencias del mundo natural podemos citar la utilidad y la aplicación de ellas en la solución de problemas de la vida real. Se creó entonces una estrecha relación ente las ciencias naturales y las cuestiones de carácter económico, pues varias concepciones originalmente de las ciencias de la naturaleza —como orden, equilibrio y regulación— son absorbidas por el discurso económico en formación (Cardoso, 2004, pp. 3-23.)48.

La economía política se vuelve así más compleja que las ideas mercantiles, al incluir en su alcance el análisis de las relaciones económicas entre los individuos y el intento de establecer leyes que expliquen estas relaciones de manera integral (Dumont, 2000, pp. 77-94). Tal proceso de valorización del individuo y también del movimiento lleva a la primacía de lo económico sobre la política pública. Se trata, sin embargo, de un movimiento más sutil, pues tiene un sesgo filosófico y cultural, y agrega la transición de la hegemonía a la idea de gloria —típica de la Edad Media y del inicio de la Edad Moderna— a la noción de interés, fundamental para el control de las emociones personales (pasiones) y reguladora de un nuevo orden político en el que la expansión económica llevaría bienestar a la mayor parte de la población49.

Para el reino de Portugal y los soberanos de la casa de Braganza, las últimas décadas del siglo XVII fueron de lucha por su independencia y por el reconocimiento internacional. El periodo de la guerra de Restauración (1641-1668) (Costa, 2004) fue de disputa de paradigmas gubernativas de la Corona: ¿cómo maximizar la eficiencia de los engranajes del poder y del esfuerzo de guerra contra los enemigos en las fronteras del reino y del imperio?

Con los Braganza, los tribunales regios pasaron a tener el predominio en la estructura de gobierno, sirviendo de contrapunto al modelo de gobierno de Madrid, basado principalmente en las Juntas y los válidos50. Entonces se crearon nuevas instancias gubernativas superiores, como el Consejo de Estado, el Consejo de Guerra, el Consejo de Ultramar y la Junta de los Tres Estados. La gestación de las políticas regias se daba a través del diálogo y a través de disputas por la influencia entre estos consejos superiores que centralizaban la administración diplomática, militar, financiera y patrimonial de la Corona. Además, estos consejos debían responder y arbitrar demandas que se originaban en los espacios periféricos del imperio (Loureiro, 2014, pp.44-57).

Pero este proceso de reorganización de las esferas de gobierno de la monarquía portuguesa no fue unívoco. Todavía en los años más perturbados por la guerra con los Habsburgos el control del gobierno de la casa real y de los procesos políticos de la Corona estuvieron a cargo de Luís Vasconcelos e Sousa, tercer conde de Castelo Melhor. Durante casi cinco años completos (1662-1667) Castelo Melhor asumió el cargo de secretario de la Puridad (Escrivão da Puridade) con una gestión de los asuntos públicos próxima a los privados españoles (Dantas, 2012, pp.171-186).

Percibimos entonces que diversos paradigmas de gobierno para la Corona portuguesa todavía estaban en disputa a fines del siglo XVII. El modelo mercantilista de consolidación estatal avanza en el reinado de don João V, cuyo largo reinado (1706-1750) fue el momento de la actividad de don Luís da Cunha. Incluso, al comienzo de este reinado algunos eventos marcaron la percepción de que se necesitaban reformas gubernamentales. La Guerra de Sucesión por el trono español demostró que la doctrina militar portuguesa, un éxito durante las luchas de la Restauración, ya no satisfizo las necesidades de los nuevos campos de batalla. La modernización era necesaria, por ejemplo, en la elección de comandos militares, generalmente entregados a la alta nobleza del reino. Además, el proceso de toma de decisiones en Lisboa comenzó a exigir una mayor agilidad, como lo demuestra el nuevo prestigio que las secretarías de Estado alcanzan frente a los consejos y otras esferas de toma de decisiones colectivas51.

Otro cambio significativo fue el papel destacado que desempeñó la diplomacia de representación en la política de la Corona portuguesa. Se pone mucho énfasis en las relaciones de Lisboa con la Santa Sede, con los Braganza demandando paridad de trato con las otras grandes potencias católicas en su relación con el papado, lo que se logró con el título de Su Majestad Fidelísima otorgado a los monarcas portugueses por el papa Bento XVI en 1748. Pero en las primeras décadas del siglo XVIII, la diplomacia portuguesa también participó activamente en congresos que buscaban pacificar el continente europeo y establecer un nuevo status quo dinástico y el reconocimiento de nuevas dimensiones para conceptos como el de límite —que ahora significa el límite del poder/soberanía. A partir del Congreso de Utrecht (1713-1715), la contradicción entre la creencia en el cosmopolitismo y la necesidad de definir fronteras serán arbitrados por la diplomacia y por los rituales del ceremonial diplomático.

El pensamiento económico del reformismo criollo

Подняться наверх