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Don Luís da Cunha y los orígenes del Reformismo Ilustrado portugués
ОглавлениеO poder próprio em que se funda a conservação de Portugal, ou são as forças interiores do Reino ou as exteriores das Conquistas [...] porque, posto que o poder militar conste e se componha de gente, armas, munições, cavalos, etc., tudo isto se reduz a dinheiros.
El mismo poder en el que se basa la conservación de Portugal, o son las fuerzas internas del Reino o las externas de las Conquistas [...] porque, puesto que el poder militar está compuesto por personas, armas, municiones, caballos, etc., todo esto se reduce a dinero (Padre Antônio Vieira).
Posiblemente el hombre que mejor entendió la nueva coyuntura internacional, sus disputas y su nuevo equilibrio de poder fue don Luís da Cunha (1662-1749)52. Sirviendo como representante diplomático en las principales Cortes de Europa, don Luís vivió parte de su vida en el extranjero, donde entró en contacto con las nuevas ideas del siglo y participó activamente como observador en importantes conferencias diplomáticas, como las que concluyeron los acuerdos de paz de Utrecht (1713-1715)53.
Así, podemos ubicarlo, junto a Luis António Verney (1713-1792), como uno de los arquetipos de los extrangeirados, letrados que, a la sombra del Estado, intentaron adaptar las ideas y la epistemología del nuevo siglo al contexto portugués54. Como defensor de la razón del Estado55 pudo construir una red de poder a través de sus opiniones y consejos, difundidos a través de cartas, memorias e instrucciones. En particular, dos de esos textos describen claramente su visión de la geopolítica portuguesa y los caminos que deben seguir los que tomaron las riendas del poder en Lisboa: las Instrucciones Políticas, escritas para su alumno Marco Antônio de Azevedo Coutinho (1688- 1750) y su Testamento político, remitido al futuro rey don José I (1714-1777) (Cunha, 2001; 1976)56.
El primero de estos textos aborda directamente el trípode estratégico de prosperidad económica, fuerza militar y liderazgo político. La primera preocupación que don Luís da Cunha externó a su discípulo es el pobre equilibrio entre los intereses portugueses y los de sus vecinos españoles. Era una prioridad, entonces, disminuir las ventajas comparativas que el gobierno de Madrid exhibía sobre el poder de los secretarios de Estado en Lisboa, ya que solo de esa manera la independencia política del Reino de Portugal estaría definitivamente asegurada.
El razonamiento de don Luís sigue la lógica de las ideas mercantilistas: las ventajas españolas se basaban en su población más numerosa, en su mayor extensión geográfica, tanto en el Viejo como en el Nuevo Mundo —y en el mayor poder económico y militar que sus territorios y su población le proporcionaban. El hecho de que el territorio portugués en Europa fuera pequeño podría evitarse con la consolidación de la soberanía portuguesa sobre los dominios de ultramar. Tales dominios deberían garantizarse mediante la firma de tratados que legalizaran la posesión de tierras que ya estaban bajo control portugués y el establecimiento de límites naturales que permitiesen la defensa militar y el control económico57.
Respecto a la brecha demográfica, fue necesario detener las sangrías que llevaron a la despoblación del Reino y a la ociosidad58. Confiado por el hecho de que estaba sirviendo en el extranjero y sabiendo que su Instrucción circularía entre un público restringido, don Luís da Cunha no temía denunciar, a veces con comentarios poco ortodoxos, las causas del problema.
La gran cantidad de conventos y monasterios en el reino fue la primera sangría que se tuvo. Este factor fue el culpable de obstaculizar la inversión productiva debido a las donaciones hechas por los devotos. En muchos casos, las donaciones se convirtieron en activos inalienables de las comunidades religiosas que poseían grandes extensiones de tierra ociosa o producían solo para la subsistencia o el beneficio de los religiosos. Así, los claustros estaban llenos de hombres que podrían ser útiles en la administración del imperio y en el sector productivo. Los recogimientos femeninos también iban en detrimento de los intereses del reino, ya que en ese proceso estaban vinculadas las dotes necesarias, como los capitales y las mujeres sin la más mínima vocación religiosa59.
En el mismo sentido, la situación de los recogimientos en los territorios conquistados era aun más preocupante. Esta segunda sangría podría conducir a la pérdida del Imperio, ya sea por la falta de hombres en la administración civil y militar o “donde se necesita gente para trabajar en sus plantaciones y minas para aumentar su comercio”, o por los elevados costos de mantenimiento de los celibatarios. Sin embargo, don Luís dejó en claro que la solución debía abarcar tanto el reino como el ultramar, ya que todos los territorios de la monarquía enfrentaban el mismo problema60.
El diagnóstico de la tercera sangría es uno de los pasajes más controvertidos en los escritos de don Luís da Cunha. El objetivo de su crítica es la Inquisición61 y, en ese pasaje, escuchamos los ecos de la protesta del Padre Antonio Vieira (1608-1697), quien, en la coyuntura histórica de la Restauración (1640) y la lucha por la independencia de Portugal, defendió una política de tolerancia para los judíos, debido a la necesidad de capital en la economía portuguesa62.
Para don Luís, el “proceder de la Inquisición, en lugar de extirpar el judaísmo, lo multiplica” y también “hace salir de Portugal a la gente más apropiada para su comercio”. Se proponen algunos remedios: la adopción de las etapas procesales utilizadas en los tribunales reales, la obligación de los bienes confiscados de ser devueltos a los herederos de los acusados y, finalmente, un perdón general seguido por la decisión de “dar a los judíos la libertad de conciencia”63.
La mejoría de la explotación del territorio y el fomento del crecimiento de la población productiva deberían ser acompañados por una nueva política de alianzas y por el fortalecimiento del poder militar de la Corona. En asuntos militares, don Luís defendió la formación de un escuadrón de guerra y una marina mercante, para la nacionalización efectiva del comercio ultramarino y para la defensa del imperio. El ejército, a su vez, debería ser profesionalizado para que al menos pudiera garantizar la defensa del reino y los territorios de ultramar. Estos objetivos solo se cumplirían a largo plazo. Hasta que se alcanzara dicha estructura, no había forma de escapar de la alianza inglesa y del apoyo de su armada (Cunha, 2001, pp. 273-276).
Si la riqueza es el resultado de la circulación de bienes, el comercio es la clave para la prosperidad de las naciones. Al identificar los obstáculos para el fortalecimiento del comercio portugués, don Luís demuestra los límites de sus ideas. Una lectura apresurada muestra a un reformador dispuesto a soportar las consecuencias de un cambio social más profundo: mera ilusión. Su primera sugerencia para aumentar la prosperidad del comercio es la reforma de los abusos de los privilegiados, “porque los impuestos y las cargas de los que están exentos llevan a los mismos pueblos y, por lo tanto, socavan la hacienda real”. Se destacaron los familiares del Santo Oficio, hombres que se distinguieron al “arrestar a cuatro judíos miserables, si es que lo son” y que solo querían ser reputados cristianos antiguos (Cunha, 2001, pp. 281-282). Don Luís no profundiza sobre la discusión en torno a los privilegios fiscales de la nobleza y el clero. Su posición como hombre del Antiguo Régimen queda clara en dos de sus sugerencias: la elevación de familias nobles a Casas de Primera Nobleza, para que sus miembros puedan asumir el gobierno de las provincias del reino y de los territorios conquistados64; y la reorganización de las órdenes honorarias, con el reconocimiento de la Orden de Cristo, que, entre las portuguesas, tenía el mayor prestigio internacional, para no trivializar su atribución65.
Otras medidas en busca del equilibrio de la balanza comercial son propuestas por don Luís, entre ellas una renovación de la pragmática sobre el lujo. Para el autor, hay una división entre lujo profano y lujo devoto. El profano es aquel que sigue la moda, “que puede satisfacer la ambición o la locura de los hombres”, dando forma a nuevos patrones de consumo en los que los gustos de la alta aristocracia se convierten en una referencia para la sociedad. Este tipo de lujo no podría traer beneficios al reino: sus bienes eran producidos en el extranjero —generalmente en Francia— y gravaban las importaciones66.
El lujo piadoso, a su vez, era pernicioso, porque además de limitar el entorno circulante del reino, de él “nace que el oro que se pierde tanto en el dorado de la madera, deja de circular entre el pueblo, que pagaría las cosas a precio justo” (Cunha, 2001, p. 286). Además, este segundo tipo de lujo también restringió el crédito necesario para impulsar la economía. En este punto de su razonamiento, don Luís criticó a otra institución presente en todo el imperio portugués: la Santa Casa de la Misericordia. Hermano ausente de la Casa de Lisboa, el diplomático defendió la buena costumbre de dar limosna y cuidar a los más necesitados. Sin embargo, el problema era el mal hábito de aquellos que creían que las malas acciones serían perdonadas a quienes daban limosnas sustanciales a la institución o el equivalente en capitales a las arcas de la Misericordia67.
Otro aspecto de la devoción portuguesa que no se vio excluido por el ojo crítico de don Luís fue el número excesivo de feriados y de festividades religiosas. El objetivo de la crítica es combatir la ociosidad, “porque la ociosidad es contraria al buen gobierno, y la madre de todos los vicios”. Era un lujo sacrificar dos tercios de los días del año en contrición y manifestaciones públicas de fe. Era aceptable que los hombres participasen de las festividades y las misas, siempre que el resto del día estuviera ocupado con actividades productivas. Coqueteando con la herejía, don Luís cita el ejemplo de los países protestantes que solo guardaban los domingos y el período de Pascua. En esos países, el respeto por el trabajo productivo y la condena a la ociosidad aumentaron la riqueza del Estado y no desviaron a los fieles del camino de la justicia68.
Una solución al lujo profano fue retomar la política de manufacturas del reinado de don Pedro II (1667-1706). Dirigido por don Luís de Menezes, 3er conde de Ericeira (1632-1690), este esfuerzo intentó reequilibrar las finanzas públicas en un contexto de crisis. La Corona portuguesa extrajo del comercio colonial y de los derechos de aduana una parte significativa de sus ingresos, por lo que fue trágico para el Estado reducir el comercio y bajar los precios de los productos portugueses durante el último cuarto del siglo XVII. Además de la crisis internacional, los gastos de la Guerra de Restauración (1641-1668) resultaron en una falta de moneda —debido a los gastos del conflicto—, en el aumento en las importaciones y la disminución en el suministro de plata de la América española (Pinto, 1979, pp. 1-38; Pedreira, 1994, pp. 21-63).
La caída de los ingresos del Estado, combinada con la falta de medios de pago en el escenario internacional, llevó a la Corona a optar por una reforma monetaria basada en la devaluación y un nuevo proceso de acuñación. El problema era el déficit incontrolable de las importaciones de bienes manufacturados y de alimentos, así como de la necesidad de abastecer a la ciudad de Lisboa (Pedreira, 1994, pp. 23-24).
En este contexto, surgen las primeras pragmáticas y textos de autores como Duarte Ribeiro de Macedo, defendiendo la instauración de manufacturas en el reino para reemplazar las importaciones y equilibrar la balanza comercial. Uno de los sectores más fortalecidos por el apoyo estatal fue la lana, hecho que pesó mucho sobre el resultado del déficit. Asimismo, la producción de paños de lino fue expandida por diversas regiones del país y, tradicionalmente, tuvo su parte en el suministro del reino y del imperio. Las nuevas fábricas recibieron el beneplácito real y se instalaron en regiones con tradición en el oficio y con gran disponibilidad de materia prima (Serra da Estrela y Alentejo). Las manufacturas consideradas centrales69 se encontraban en Covilhã y Estremoz70.
Al elogiar la política manufacturera del siglo anterior, don Luís da Cunha se mostró escéptico ante el Tratado de Methuen (1703). Así, las ventajas políticas del pacto eran evidentes, mientras que las económicas no tanto. La protección de la escuadra inglesa y la legitimidad proporcionada por la alianza con ingleses, austriacos y holandeses protegieron a Portugal del avance francés sobre el trono español. El problema, según el diplomático, era la inconsistencia del argumento defendido por los productores y tejedores ingleses: la entrada de vinos portugueses en Inglaterra debería compensarse con la salida de telas británicas en condiciones recíprocas. En su análisis, la consecuencia de esta política y la suspensión de la pragmática que protegía las manufacturas de telas del reino, fue la profundización del déficit en la balanza comercial portuguesa (Cluny, 1999, pp. 60-62).
Sin embargo, la reanudación de la prosperidad económica no sería el resultado de equilibrar las desventajas con los vecinos españoles, la alianza inglesa, la estabilidad de las finanzas estatales, una visión más pragmática de la vida religiosa y la tolerancia hacia judíos y sus capitales. Por lo tanto, para que Portugal se estableciera como potencia de primera magnitud, era necesario tener un control efectivo de la riqueza del imperio. Don Luís es explícito en su declaración: “los territorios conquistados que supuse eran un accesorio de Portugal, los considero fundamentales e incluso garantías de su conservación, especialmente los de Brasil”. Nos enfrentamos a una curiosa inversión: la relación entre Portugal y su imperio siempre se había expresado en los términos en que el reino, debilitado en el contexto europeo, debería proteger sus conquistas de la codicia de los poderes rivales. Ahora, las riquezas de los dominios ultramarinos deberían reforzar el prestigio portugués en Europa71.
Para que la riqueza de Portugal no solo generara la prosperidad de los demás, era necesario transformar inmediatamente los territorios conquistados, posesiones y dominios de ultramar en colonias. Un control más racional de los recursos de la América portuguesa conduciría inevitablemente a la Corona portuguesa a ocupar un lugar entre las principales potencias europeas (Furtado, 2007, pp. 69-87).
Todavía en sus Instrucciones, don Luís demuestra tener una visión global del imperio, proponiendo políticas para los dominios de Oriente y África. Dichas políticas deberían reducir los gastos de la Corona al liberar recursos para el gobierno de América. Este es el propósito de su propuesta de crear una empresa comercial de India y África72.
Era necesario establecer una compañía para mantener el suministro de esclavos negros a Brasil, que abriera el camino por el hinterland africano —uniendo Angola y Mozambique— y explorara la riqueza mineral que ahí existía. La misma compañía debería reemplazar a los contratistas de tabaco, porque de esta forma la Hacienda Real estaría segura contra el riesgo de quiebra y la pérdida de su contrato de arrendamiento. El pago del privilegio exclusivo sería otra fuente de ingresos para la Corona y podría renegociarse cada vez que expirara el período de suspensión.
Respecto al Oriente, “el primer uso de esta compañía sería ahorrarle a Su Majestad el gasto de mantener al Estado de la India, que dicen supera con creces el beneficio que obtiene”. Los barcos de la compañía, ensamblados en el reino, servirían no solo para el esfuerzo de defensa del dominio oriental, sino que también distribuirían sus productos en los mercados del norte de Europa. El capital para todo el negocio se recaudaría entre la comunidad de cristianos nuevos exiliados e incluso en grupos de comerciantes de otros reinos73. Todo dependería del apoyo real para la empresa, un compromiso que se establecería con la extinción de la Casa de la India y del Juez de India y Mina, y las futuras disputas podrían ser la jurisdicción de la corte civil. Esto demostraría que la Corona no era la única parte interesada en este acuerdo74.
En cuanto a la América portuguesa —el Brasil de don Luís—, la expansión de la economía debería basarse en el trabajo, el comercio y la apropiación de la fiscalización. El trabajo no solo lo realizaría la mano de obra esclava en las grandes propiedades, sino que también incluiría a los extranjeros capaces de plantar cultivos distintos al del azúcar y el tabaco, como el beneficio del cacao, la vainilla, la cochinilla y el índigo, por ejemplo. Por lo tanto, la diversificación de la producción se consideraba un elemento fundamental para la prosperidad del comercio. Siendo así, los extranjeros y los portugueses nativos embarcados rumbo a Brasil deberían tener una entrada difícil en la región minera. Esa política debía ir acompañada de medidas contra el riesgo de una revuelta de esclavos (Cunha, 2001, pp. 346-347).
Otro tema importante fue la mala recaudación del quinto sobre el oro. Un tema delicado, porque despertó los intereses y la lealtad de los vasallos americanos. El pasaje de las “Instrucciones” que tratan este punto es muy interesante. En él, don Luís informa de un diálogo con un judío nacido en Río de Janeiro. Según el exiliado carioca, el problema de la recaudación estaba en las casas donde “se quintaba” el oro. Allí reinaba la corrupción entre los funcionarios reales, siempre dispuestos a no registrar una parte del metal presentado. La solución sería aplicar el quinto no al metal precioso extraído y presentado, sino a los productores individuales75. Don Luís se mostró escéptico ante la propuesta, ya que cuanto mayores son las ganancias de la Corona, menores son las ganancias de los mineros. Todo cuidado era poco al tratar con los pueblos de Minas, “personas tan ambiciosas y de tan malos principios”, siempre al borde de la revuelta (Cunha, 2001, pp. 345-346.)76.
Es necesario enfatizar que este es uno de los pocos temas sobre los que don Luís se niega a opinar, a elaborar un proyecto. Al tratar el tema de los impuestos, el diplomático se enfrentó a lo que sería el gran dilema de una futura generación de reformadores portugueses: ¿cómo es posible que un pequeño reino controle un territorio más grande y más rico sin exponer el vínculo de su dominación? ¿Cómo extraer la riqueza americana para generar prosperidad en Portugal sin propiciar la resistencia? Era necesario fortalecer los lazos entre ambos territorios, porque el rey “para conservar Portugal, necesita totalmente las riquezas de Brasil y de ninguna manera las de Portugal, que no tiene, para apoyar a Brasil”77.
Un nuevo modelo de interdependencia económica entre las partes del imperio fue la respuesta al dilema. Para hacerlo, era necesario desarrollar la economía del reino fortaleciendo a sus comerciantes, fomentando las prácticas mercantiles y recompensando con mercedes a quienes invirtiesen en el comercio imperial.