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El orden y la alteración del régimen de comercio marítimo en Nueva España hasta 1713

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Desde el siglo XVI el comercio entre España y sus colonias americanas se realizó dentro de la Carrera de Indias —nombre con el que se conocía de forma general a los barcos que navegaban entre España y América—. El régimen comercial del imperio español se caracterizó por ser un monopolio reservado exclusivamente a los mercaderes españoles reunidos en tres consulados: el de Sevilla, que en 1717 se trasladaría a Cádiz, y los de México y Lima. El control de este monopolio se ejercía al obligar a que todas las mercancías fueran transportadas en los barcos españoles de la Carrera que debían cruzar el Atlántico en flotas, las cuales navegaban exclusivamente entre los puertos de Sevilla, Veracruz, Cartagena y Portobelo7. En España todo el tráfico se concentraba en Sevilla y Cádiz, y del lado americano en el puerto de Veracruz, en el caso de Nueva España, y en Cartagena y Portobelo, en el virreinato peruano. Este orden de cosas comenzó a alterarse al iniciar el siglo XVIII, durante la Guerra de Sucesión, cuando España tuvo que ceder y permitir que las flotas españolas fueran acompañadas por barcos franceses durante su travesía a Veracruz para ayudarles en la defensa ante los posibles ataques ingleses y, sobre todo, por el compromiso político que Felipe V adquirió con Francia por su apoyo en favor de la causa borbónica. El hecho de que autorizaran el arribo de barcos franceses a los puertos hispanoamericanos significó que se abrió la posibilidad para que el comercio extranjero se colara en ellos. El permitir la llegada de franceses al virreinato de Nueva España vulneró una de las cláusulas del régimen mercantil español que más celosamente se había intentado proteger desde el siglo XVI, aunque bien es cierto que no siempre exitosamente: la intromisión extranjera en el comercio colonial español.

Además de las entradas de los franceses al virreinato novohispano, otro factor que alteró dramáticamente la regularidad del comercio español fueron las maniobras navales inglesas durante la guerra. La presencia de las fragatas enemigas merodeando por el mar a la salida de Cádiz y a la llegada al Caribe provocó que la llegada de las flotas a Veracruz se espaciara mucho unas de otras, tanto que, en los primeros años, entre 1700 y 1705, no llegó ninguna. En ese tiempo solo pudieron llegar los llamados azogues, que eran flotillas de dos o tres barcos cargados con mercurio y una porción corta de mercancías (véase el cuadro anexo al final del capítulo). El envío de estos barcos en plena guerra, a pesar de los riesgos que esta planteaba, era necesario para mantener la comunicación entre España y Nueva España, incluso indispensable por la guerra misma, pues el mercurio tenía que llegar al virreinato para refinar la plata, y la plata tenía que llegar a España para hacer frente a los gastos provocados por la propia contienda bélica. La urgencia de mantener en pie las comunicaciones entre la colonia y la metrópoli obligó a que se echara mano de cuanto recurso estuviera al alcance, como las flotillas de azogues, los barcos de la Armada de Barlovento (que al ser enviados a Europa eran distraídos de su función principal, que era vigilar las aguas del Caribe y el Golfo de México) o los navíos de registro, como se llamaba a los barcos que surcaban el Atlántico de manera aislada sin la protección de una flota8. Navegar sin el acompañamiento de una flota custodiada por naves de guerra era sin duda arriesgado, pero así estos navíos sueltos podían desplazarse con mayor rapidez y ligereza, cualidades que en un momento dado podían permitirles evadir los barcos enemigos.

Los estragos de la guerra que alteraron el orden del régimen mercantil no terminaron con la guerra misma. Antes al contrario, para poner fin a la contienda bélica y poder firmar los tratados de paz entre España y Gran Bretaña en 1713, los españoles tuvieron que ceder a los ingleses notables ventajas comerciales en la América española. Esto trajo como consecuencia que la puerta del comercio americano se cerrara para los franceses y se abriera para los ingleses. Las cesiones hechas por España a Inglaterra quedaron establecidas en el Tratado del Asiento y consistieron en el monopolio o asiento de la venta de esclavos negros en Hispanoamérica y el permiso para enviar un navío de 500 toneladas con mercancías a Veracruz cada vez que los españoles enviaran una flota9. Esto implicó permitir que los empleados o factores de la compañía inglesa entraran y se establecieran en el territorio novohispano mientras efectuaban sus operaciones comerciales. La presencia de los comerciantes ingleses en Nueva España no fue desde luego masiva ni mucho menos, pero sí tuvo un impacto que no se puede menospreciar. Aunque fuera gota a gota, apenas unos cuantos individuos, la intervención de los ingleses fue horadando el sistema comercial español, y aquí solo nos referimos al comercio legal autorizado por el Tratado del Asiento, no al contrabando que era enorme desde mucho tiempo atrás. Baste pensar que los tratos clandestinos entre los novohispanos y los ingleses era una práctica tan normalizada que esos tratos figuran como un mecanismo cotidiano de intercambio entre ingleses y veracruzanos en la novela Coronel Jack, del primer gran novelista inglés Daniel Defoe.

El pensamiento económico del reformismo criollo

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