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Nota introductoria

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Es un lugar común establecer justificaciones que sustenten los criterios de una antología. Una reunión de textos como la que sigue a esta nota estará, como siempre se ha dicho, circunscrita a una serie de factores. Y, además, sometida a las críticas de los especialistas y conocedores en relación con su particular configuración.

A diferencia de una muestra, como lo ha hecho saber el escritor y editor José Donayre Hoefken a propósito de Se vende marcianos (2015) —ejercicio que supone una visión amplia y no rigurosa de un determinado instante de producción narrativa de la CF peruana—, las antologías se desplazan en dirección contraria: se proponen construir, con objetivos más o menos canónicos, una selección lo más exigente y rigurosa posible en materia del corpus trabajado.

En este caso no hay novedades: nuestro propósito, luego de demostrar que efectivamente contamos con una tradición de larga data en el género, es destacar las contribuciones valiosas de autores que llegaron a los linderos de la ciencia ficción por una serie de afinidades electivas. Estas fueron consecuencia de la época en que escribieron (incluso, cuando ni siquiera se había acuñado el término, lo que ocurriría solo en la década de 1920), pasando por aquellos interesados en aprovechar algunos aspectos de esta práctica, hasta desembocar en autores contemporáneos que se asumen a sí mismos, en mayor o menor medida, como escritores a tiempo completo de estos terrenos, compartidos en más de un caso con el ejercicio de la narrativa fantástica propiamente dicha. Obviaremos la discusión sobre si la CF es parte o no de esta literatura. En el primer capítulo hemos intentado realizar los deslindes correspondientes.

Pretendemos brindar una visión panorámica de los textos más representativos de la CF peruana; sin embargo, también es necesario defender una postura estética y el aporte particular a la construcción de un sistema literario que por muchos años fue casi invisible, más allá de la escasa y hasta peyorativa atención que se le dispensaba en diversos ámbitos. En el panorama del segundo capítulo hemos seguido una línea evidentemente cronológica, que ha dictado finalmente la configuración de esta antología.

La separación en seis grandes periodos tampoco agota el asunto o anula la posibilidad de pensar en otras maneras de organizar los textos y autores. Sin embargo, la coincidencia con investigadores del nivel de Elton Honores o Daniel Salvo es un buen punto de sustentación, aunque existan naturales diferencias en cuanto a los autores propuestos. Por ejemplo, no se ha tomado en cuenta la novela del poeta y artista plástico Jorge Eduardo Eielson, Primera muerte de María, porque consideramos que su propósito —cuando utiliza ciertos tópicos del género— es distinto al que plantean autores decididos a escribir clara y explícitamente desde las convenciones o códigos argumentados por Darko Suvin acerca del novum o extrañamiento cognoscitivo. Estos, de acuerdo con lo expuesto en el primer capítulo, son condiciones sine qua non para considerar una obra dentro de la denominada ficción científica o no.

Hemos procurado adecuarnos a los instrumentos de Suvin, puesto que, por ahora, su obra Metamorfosis de la ciencia ficción sigue constituyendo el más importante estudio teórico a la fecha. En consecuencia, nuestra elección también se ha visto determinada por la necesidad de adecuar el conjunto a ciertas herramientas indispensables en la búsqueda de una identidad para los textos canónicos del género en el Perú.

Examinando la lista de creadores incorporados y por todo lo expuesto anteriormente, es sencillo concluir que, desde el siglo XIX hasta la década de 1970, la ciencia ficción de raigambre nacional cuenta con una reducida lista de representantes. Al mismo tiempo, la escasez de nombres revela la colocación periférica de este particular dominio narrativo, cuyo germen habita en el mundo industrial europeo, la consolidación del capitalismo y el ascenso de la racionalidad como paradigma, desde el siglo XVIII.

Entre 1843, año de la aparición de Lima de aquí a cien años, y mediados del siglo XX, la CF peruana atraviesa por su gran periodo formativo o, como sugiere Roman Gubern al explicar la evolución del género, “ingenuo”, sin que ese vocablo implique una calificación despectiva. En otras palabras, hasta Eugenio Alarco (y esto se puede ampliar a José M. Estremadoyro), quien publica sus novelas a fines de la década de 1960 —el segundo no figura en la antología, pues fue infructuoso obtener la cesión de derechos—, la primera ciencia ficción cultivada en el país se caracterizaría por su carácter naif, sin preocupación por la llamada verosimilitud objetiva de los presupuestos narrados. Es imaginativa y a veces tenuemente crítica (los casos disímiles de Palma, Valdelomar o Velarde son muy gráficos), y ostenta ribetes particulares, como el humor negro o la ironía, que otros escritores recorrerán más tarde.

No le interesa la comprobación fehaciente de las leyes científicas en las situaciones, aunque parta del discurso u objetos propios de esa forma de conocimiento de la realidad como elemento impulsor. Se trata de coincidencias o apropiaciones de gran parte de la producción de Verne y Wells, cuyas obras gozarán de gran difusión desde fines del siglo XIX, a través de su inclusión en colecciones destinadas a un circuito masivo y en varios formatos.

La primera ciencia ficción escrita en el Perú, más que la proyección directa de esos autores sobre la narrativa del momento, está mediatizada por los intereses temáticos y estéticos del modernismo, sin que aún los mass media y sus referentes dejen una huella significativa. No obstante, hacia la década de 1920, con el asentamiento de la vanguardia y de su apertura a otras plataformas —el cine, por ejemplo, o la radio—, este periodo formativo, quizás influido por la presencia de la cultura de masas y sus productos representativos —de raigambre norteamericana—, parece tornarse un tanto más complejo que sus precedentes, sin perder ese carácter intuitivo, débil o blando. Así sería denominada la CF que se interesa no tanto en los detalles técnicos comprobables al milímetro, sino en las atmósferas o en los efectos que las innovaciones o los experimentos provocan en los contextos sociales.

En efecto, en las obras de Vallejo y Bedoya se desliza una tímida orientación hacia la problemática contemporánea: la posibilidad de que el ser humano involucione, la lucha contra la medicina entrevista como negocio perverso o las consecuencias nefastas de la creación de la vida en laboratorio. Resulta evidente que se han operado transformaciones en la búsqueda de contenidos y, sobre todo, en la mirada de los escritores que deciden elaborar estas historias no como proyectos exclusivos dentro de su escritura, sino como una de tantas manifestaciones expresivas. Es un aspecto también presente en la obra humorística de Héctor Velarde. La ciencia y sus aristas absurdas ingresan al cúmulo de sus inquietudes. Es un observador agudo de una realidad —la limeña— en un momento específico: la década del odriismo, marcado por la dictadura militar y el ingreso del Perú e Hispanoamérica a una modernidad contradictoria, compleja, irresuelta, todavía anclada con firmeza en las jerarquías estamentales, en los complejos de casta y en una severa brecha socioeconómica y cultural.

Hacia 1968, el género parece encontrarse anquilosado, diluido entre obras dispersas o curiosas, o la escasísima atención de críticos interesados en una producción de carácter local que se asume o bien excéntrica, o bien inexistente. El retorno de Aladino, un clásico moderno de José B. Adolph publicado aquel año, marcará el inicio del momento, siguiendo otra vez a Gubern, “adulto y problemático” de la ciencia ficción peruana. Los cuentos que lo integran, que destilan una perspectiva sombría no exenta de sarcasmo, humor negro y tragicomedia, constituirán un cambio de paradigma en todos los órdenes: cosmovisión, desarrollo de los temas y sentido de pertenencia a una tradición.

Adolph será el primer escritor en el Perú que no llega al género por mero divertimento o exploración estética, sino que desplegará una autoconciencia y una voluntad deliberada de inscribirse en una específica forma de practicar un uso literario. Actuaría, en consecuencia, como una bisagra o puente.

Muy cerca de Adolph en esta manera emergente de encarar la especificidad de esta narrativa desde sus propias codificaciones está Rivera Saavedra. Este autor, en Cuentos sociales de ciencia ficción (1977), elige el formato breve y utiliza el sustrato del pensamiento marxista en la edificación de un mundo plagado de tecnología, que se usa para la explotación salvaje de seres humanos por parte de quienes llevan las riendas y el control político de la sociedad. Su contribución, pese a que no volvió a cultivar el género, es tan esencial como la de Adolph. Con ambos, la CF peruana cuenta con dos figuras que se identifican plenamente con esta literatura y concentran en ella sus quehaceres. Otros autores, más identificados con lo fantástico en términos clásicos y parte del canon reconocido por la institución literaria, también postularán una CF más personal, con apropiaciones de ciertos motivos propios de la cultura massmediática, difundida ampliamente por la televisión y el cine desde la década anterior. Entre ellos, es indudable la mención a Harry Belevan. Estos abrirán el camino para la gran explosión, suscitada desde 1980 hasta nuestros días.

Lo ocurrido desde el retorno a la democracia aún espera sondeos profundos. Desde ese año, en sincronía con los acontecimientos políticos que golpearon al país —la violencia subversiva en contra del Estado peruano—, la ciencia ficción experimentó un crecimiento significativo. Esto llevó al género a un cambio en su posición dentro del sistema cultural y literario. Las razones ya han sido expuestas en la sección precedente. Pero, no está de más enfatizar en algunos hechos importantes: primero, que escritores pertenecientes a otras generaciones comenzaron a desarrollar un interés por la CF en tanto es núcleo central de su producción; por ejemplo, Adriana Alarco de Zadra.

En segundo lugar, son los escritores nacidos a fines de la década de 1950 y durante la década de 1960 quienes fortalecen la existencia de una línea, gracias a su lectura y conocimiento de la tradición y el diálogo con los productos de consumo masivo, con los cuales crecieron.

En tercer término, es destacable la importancia de la globalización, en la que se da el crecimiento exponencial de nuevas tecnologías comunicativas; no solamente en el campo de nuevos temas, sino en el protagonismo de las plataformas virtuales de reciente data. Esto hará factible que muchos autores jóvenes, sobre todo los nacidos desde la década de 1970, dada su condición de nativos digitales, ya no encuentren obstáculos para difundir su producción fuera del libro clásico.

En cuarto lugar —quizás el fenómeno más relevante—, la emergencia de una escritura femenina de CF, paralela a la de las autoras reconocidas dentro de las poéticas fantásticas, como Carlota Carvallo, Pilar Dughi, Viviana Mellet o Yeniva Fernández. Son los casos de Alarco de Zadra, Tynjälaä, Pulliti y P. Demarini, quienes integran la punta de lanza de un movimiento que en la actualidad se asocia casi mayoritariamente a los circuitos de los blogs, las páginas web o redes sociales. Ellas, con una obra que ya excedió esos límites, confirman que en el Perú ya se está produciendo otro cambio de gran significación: la CF no es patrimonio exclusivo de los varones, y las escritoras, con su sensibilidad, inteligencia y mirada crítica, tienen mucho que aportar al canon en los próximos años. Esto ya ocurre en Argentina, Cuba, Chile o México, por citar casos del mundo hispanoamericano. En esas sociedades, las prácticas en torno de la CF no se comprenderían sin la participación de sus autoras de renombre y de las jóvenes que dan sus primeros pasos, con originalidad y sentido del riesgo, en estos predios.

Igualmente, debe destacarse la existencia de autores nacidos en provincias, como Bisso, Salvo, Novoa y Herrera. Es cierto que se hallan afincados en el circuito capitalino, centralista y absurdamente aislado del dinámico interior del país; no obstante, y por lo menos como hecho simbólico, demuestra en pequeña escala que en diversas ciudades del Perú existen creadores que una nueva antología estará obligada a difundir, con los mismos criterios aplicados a la producción comentada. Será un intento justo por desentrañar la madeja de una ciencia ficción regional que está aguardando su momento, muchas veces mejor conectada que su par limeña con las redes internacionales, congresos y revistas especializadas.

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