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Introducción

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En los últimos veinte años, se han producido recomposiciones significativas en el sistema literario del Perú. Géneros que experimentaron largo tiempo una suerte de invisibilidad por parte de los agentes oficiales y pontífices de opinión —encargados de moldear el canon a la medida de sus intereses— se desarrollaron por vías alternas y establecieron su propia dinámica, sometida a las búsquedas de autores no integrados a las corrientes principales o que decidieron instalarse por cuenta y riesgo en terrenos fronterizos. La crítica convirtió a estas tradiciones ocultas en apenas una curiosidad, o en una práctica evasiva o escapista sin mayor relevancia en el panorama general.

El discurso hegemónico u oficial orientado desde la academia, que elevó a las escrituras realistas a una especie de sitial excluyente respecto de cualquier otra poética, petrificó a la literatura del país en un limbo donde solo el realismo y su mímesis constituirían la marca genética de la narrativa, lo que no ocurrió con la poesía, que acusó un desarrollo acorde con los modelos de Occidente y atravesó por casi todas las etapas, graficando así un diálogo fructífero y hasta original con los centros metropolitanos de la creación.

A fines del siglo XIX, desde las esferas del poder político, se intentaba construir una representación ideológica de sujetos también invisibles o estigmatizados como un obstáculo para la inserción de los ideales del progreso: los indígenas. Mediante esta visión paternalista, la vieja oligarquía se propone un rescate o una asimilación de lo que se considera un problema para sus aspiraciones de adscripción a un orbe civilizado.

Por su parte, el modernismo, primera corriente estética genuinamente hispanoamericana (Paz afirmó en Los hijos del limo que fue “nuestro Romanticismo”), se interesó no solo por el exotismo alrededor del incomprendido universo indígena, sino también por lo macabro, lo gótico, lo onírico, la ciencia y el ocultismo. Lo anterior fue precisamente germen de lo que más tarde desembocaría en las primeras muestras de narrativas no realistas: la fantástica y la de ciencia ficción. La segunda de estas prácticas será el núcleo de la presente aproximación a modos apartados de las líneas convencionales en la historia de la narrativa peruana.

En las dos vertientes destacaron creadores cuya genealogía corresponde al modernismo como sustrato formativo e identidad temprana: Clemente Palma, Ventura García Calderón, Abraham Valdelomar y César Vallejo. Son escritores de intereses múltiples y cosmopolitas, interesados por el cultivo de diversos registros. Esta inquietud intelectual y expresiva los lleva a explorar mundos alternativos, extraños e insólitos, con reminiscencias de Poe y sus discípulos franceses parnasianos o simbolistas —Baudelaire, Rimbaud y Mallarmé—. Las razones de por qué la tradición emergente que parecían estar edificando no prosperó o se prolongó sin intermitencias aún son materia de abordaje en estudios contemporáneos, como los efectuados por Elton Honores o Audrey Louyer.

La presente antología crítica se plantea, como objetivo primordial, dar cuenta de la ciencia ficción escrita en el Perú desde el periodo aludido líneas arriba hasta nuestros días. Las razones de esta elección pueden resumirse en una sola: se trata de una corriente anómala en una literatura marcada por la estética realista y producida en una sociedad alejada de las metrópolis culturales.

Desde que Julián del Portillo publicara por entregas una novela atípica titulada Lima de aquí a cien años (1843), en el diario El Comercio, sonó la primera campanada paradójica que caracterizaría al género en nuestro país por más de ciento cincuenta años. Solo habían pasado veintiún años desde la ruptura política con España y un escritor del cual existen pocos datos fehacientes asumía la tarea de apostar por el futuro en un contexto anárquico devastado por el caudillismo. El acontecimiento, mucho más tarde reivindicado por especialistas como Daniel Salvo —voz contemporánea de la ciencia ficción (CF) nacional—, debió enfrentar posteriormente el olvido, en un país que parecía exigir apego a la realidad en cantidades torrenciales.

Cuando la obra de Portillo apareció, aún se encontraban a gran distancia en el tiempo los primeros textos de Julio Verne y de H. G. Wells. ¿Cómo en un país atrasado que no era sino prolongación de una antigua metrópoli expoliadora e insertó en las colonias su ideología de castas feudales se generaba una obra semejante? Los protagonistas, merced a un ingenuo recurso —la intervención de un hechicero— despiertan un siglo después en una ciudad apenas reconocible, donde la transformación operada por la tecnología ha hecho de la urbe un espacio organizado bajo patrones de funcionalidad racionalista.

Es precisamente una narración utópica inusual, y en apariencia imposible para un medio donde la ciencia estaba en una fase primigenia, germinal, de escaso interés para gobiernos y élites dominantes, que no veían en ella un instrumento de desarrollo en la búsqueda de esa República superior en la que sí creía Portillo. La Ilustración, que sirvió de base filosófica e ideológica a la secesión de España, no logró que las disciplinas experimentales formaran parte de un proyecto a largo plazo, con visión de país. Pero sí la hizo esa naciente literatura, precisamente en un territorio paupérrimo, cuya sociedad estamental y racista prolongaba todos los modelos imperantes durante trescientos años de presencia española.

Salvando las distancias, con Portillo y Lima de aquí a cien años ocurrió algo similar a lo que sucedió con algunos autores iniciadores de la modernidad poética: no es fácil explicar cómo pudieron surgir en una periferia cultural. Los casos de Eguren o Vallejo son, en ese sentido, muy ilustrativos. Se convierten en figuras anómalas, fuera de lugar: creadores de una dimensión semejante o paralela a la de los portavoces de las grandes vanguardias europeas —aquella que se consolidará en 1922, cuando aparecen Ulises de Joyce, La tierra baldía de Eliot y, por supuesto, Trilce, un poemario que quiebra por completo el horizonte de expectativas y coloca a su autor en la plana mayor de la literatura de su época—.

Esa misma crítica esclerotizada a la que ya hemos aludido no solo se encargó de satanizar a Clemente Palma (otro de los padres fundadores de la CF peruana) y de casi eliminarlo de la historia —luego del maltrato a Vallejo—, sino que además colocó a la gran producción narrativa del poeta nacido en Santiago de Chuco en un lugar bastante secundario, sin reparar en el hecho de que colecciones como Escalas o Contra el secreto profesional también estaban inaugurando otro momento para la prosa en el Perú.

A efectos de una aproximación objetiva y coherente al asunto, se ha dividido el libro en tres capítulos. El primero, “Ciencia ficción: ¿hacia una teoría unificada?”, es un recorrido necesariamente detallado a lo largo de los principales planteamientos teóricos en torno del género. Se ha recurrido a la bibliografía clásica y de mayor prestigio en el mundo académico de la actualidad. Todos estos materiales cuentan con una traducción española bastante correcta. Dada la naturaleza del trabajo, centrada en el desarrollo de la ciencia ficción en el Perú, hemos creído conveniente utilizar estas versiones, a pesar del origen indudablemente extranjero —en especial, anglosajón, de gran parte de los documentos—. Es el caso de los libros de Suvin, Jameson, Ferrini y Amis, varios de ellos pioneros en las investigaciones sobre el tema. Todos aportan incuestionables instrumentos en la caracterización de la CF, en la cual destacan como ejes conceptuales el extrañamiento cognoscitivo, el novum (desarrollado por Suvin) y la utopía, presentes en la mayoría de los estudiosos del tema.

El segundo capítulo, “Un panorama tentativo de la ciencia ficción peruana”, recorre la historia del género del Perú a partir del siglo XIX, hasta llegar a los autores contemporáneos. Se lleva a cabo una evaluación de los principales cultores mediante referencias críticas a sus obras más destacadas. La mayor parte de ellos figura en la antología que cierra el volumen. Los periodos abordados son modernismo, vanguardismo, generaciones del 50, 60 y 70 y, finalmente, la producción desde 1980 en adelante. Se presta especial énfasis a aquellos escritores que han realizado una auténtica contribución a esta práctica literaria en cada uno de los periodos mencionados.

El panorama no intenta agotar, obviamente, un canon o establecer líneas definitivas o tendencias inamovibles. Se trata de un mapeo, de un estado de cosas susceptible de modificaciones importantes, a medida que nuevos escritores y tendencias consoliden su posición en el sistema. De ahí que al final se incluya una lista amplia de narradores en actividad, muchos de ellos bastante jóvenes, llamados a ocupar un lugar protagónico en el futuro cercano. Por ahora, se trata de proyectos en construcción que se irán enriqueciendo, tanto en el plano de la forma como en el de los contenidos.

Y, en último término, figura la antología propiamente dicha. Esta se ha configurado de acuerdo con la periodificación ya aludida, siguiendo un estricto criterio valorativo de la contribución del autor; sea este recurrente cultor de la CF, o bien visitante eventual. Un ejemplo del primer caso es José B. Adolph; del segundo, Luis Freire. No se ha seguido un criterio generacional, pues varios autores llegaron a este campo muy tardíamente, como lo ilustra la escritora Adriana Alarco de Zadra, perteneciente a la generación del 50 y quien, sin embargo, empieza a publicar relatos de ciencia ficción junto a escritores surgidos en las décadas de 1990 y 2000.

Antes de la antología, se incluye una justificación de las elecciones y una concisa propuesta de tematología (es decir, las predilecciones de los autores peruanos acerca de grandes temas del género). Es obvio que también influye, como en todo ejercicio semejante, el gusto personal del que articula el conjunto. No obstante, el tamiz de aquello que debe de ser considerado como propuesta original o innovadora ha sido también afinado con los consabidos riesgos de las exclusiones.

Cada autor partícipe cuenta con una ficha crítica que antecede al cuento seleccionado, con el objetivo de especificar con detalles más precisos los contornos del creador y de la obra, atendiendo especialmente a la tradición a la que se adscribe. Uno de los parámetros en esta determinación es la oposición entre ciencia ficción dura y blanda (aclaramos para la segunda de estas que no es en absoluto peyorativa respecto de la primera). La diferencia radica en el enfoque: una construye universos en los cuales los detalles técnicos y científicos se exponen con rigurosidad y afán de exactitud; la otra se interesa en los efectos y en las consecuencias socioculturales que provoca la ciencia y sus alcances. Eso no significa que la ciencia ficción dura sea documentalista u objetiva, ni que la segunda no se interese por el rigor. Son modalidades de construcción que no se excluyen mutuamente, sino que pueden compartir elementos o instalarse en territorios híbridos.

A diferencia de otras tentativas similares, nuestra antología es la primera en plantear una visión integradora de la ciencia ficción escrita en el Perú como reflejo de su complejidad en tanto nación en proceso. Ninguno de los pocos precedentes ha tomado en cuenta ni la teoría sobre el género ni su dinámica. No es una muestra, cuestión aclarada por el escritor y estudioso José Donayre Hoefken, en el sentido que no supone una fotografía del momento. Por el contrario, Universos en expansión. Antología crítica de la ciencia ficción peruana: siglos XIX-XXI intenta un abordaje teórico que permita dilucidar, finalmente, el proceso de construcción de este género en nuestro país. También, establece marcas distintas a las exploradas por el crítico Elton Honores, quien es autor de la valiosísima Historia de la ciencia ficción peruana (tesis para optar el grado de doctor en Literatura por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos [UNMSM], aún inédita), que no incluye una selección de textos.

Los destinatarios naturales son los estudiantes de diversas áreas de las ciencias humanas y sociales, en general; y, en particular, los alumnos de literatura interesados cada vez con más entusiasmo en la CF peruana —en difícil pero ahora sostenida emergencia, y mejor atendida en la actualidad por los agentes del sistema literario—. Además, por supuesto, se orienta al público no especializado que también ha centrado su atención en estas prácticas culturales alternativas, en un escenario donde el realismo aún es vigoroso en sus distintas vertientes. Se espera que el libro se convierta en una referencia durante las próximas décadas para todos los investigadores peruanos, hispanoamericanos y extranjeros que se decidan a recorrer estos planetas.

Es de lamentar que, por un asunto de cesión de derechos, no puedan figurar textos de Alberto Hidalgo, José Estremadoyro y Enrique Congrains Martin. No ha sido posible localizar a los herederos de estos importantes autores, ya fallecidos. Aun así, su presencia en el panorama está debidamente argumentada.

Para concluir, es indispensable mencionar y agradecer a los autores que aceptaron generosa y amablemente integrar esta antología, lo cual se materializó en el permiso escrito para reproducir sus obras. En lo que respecta al gran autor y estudioso Daniel Salvo, la gratitud se afianza en el hecho de haber facilitado el acceso a importante bibliografía. Casos especiales son los de José B. Adolph y Héctor Velarde: sus deudos también se sumaron a la iniciativa y facilitaron las gestiones de un modo encomiable. Por último, un agradecimiento al Instituto de Investigación Científica (IDIC) de la Universidad de Lima por su permanente apoyo al proyecto que hoy se hace realidad en este volumen.

Universos en expansión

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