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2. La antología consultada y el campo literario

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Fue a partir de las consideraciones anteriores que diseñamos la consulta que nos llevó a la elaboración de la presente antología. Como quedó señalado, la propuesta era indagar acerca de la opinión de un número significativo de miembros calificados de nuestro campo literario —incluidos algunos extranjeros conocedores del proceso de nuestra poesía reciente— sobre quiénes eran para ellos los autores, entre los que comenzaron a publicar poemarios después de 1968 y nacieron hasta 1978, cuyo trabajo poético reconocían entre lo más destacable o representativo.

Esta delimitación inicial nos enfrenta a un universo vasto y múltiple cuya valoración supone inclusiones y exclusiones necesariamente discutibles. Como se verá en el siguiente apartado, varias de las antologías que han cubierto el mismo ámbito y periodo que el propuesto por nuestro trabajo —o que lo incluyen o corresponden a una parte de él— han pretendido ofrecer una mirada ajustada únicamente a la calidad poética, como si aquello que se suele calificarse como lo “exclusivamente literario” pudiera desprenderse de otros criterios que inevitablemente se ponen en juego en toda evaluación. Entre dichas antologías, sin embargo, es posible reconocer algunas que han dejado claros sus presupuestos o coordenadas de lectura,9 mientras que otras han dado, al menos, algunos indicios respecto a la posición desde donde se establecieron las decisiones que dieron lugar al corpus presentado.10 Otras, finalmente, han declarado el sesgo que las llevó a privilegiar ciertas producciones por encima de otras.11

A diferencia de todas las antologías existentes de poesía peruana, la nuestra se propuso desde un inicio no representar la mirada particular (preferencias y valoraciones) de un antologador o un reducido grupo de estos, sino de ser “consultada”, es decir, registrar una suerte de consenso dentro de la dinámica de tensión y lucha del campo literario. Esto, si bien no elimina los sesgos operantes en la opinión de cada consultado, sí permite limitar los efectos de la primacía de un modo de leer sobre otros. No obstante —como se puede intuir—, los resultados arrojados por esta consulta, aun cuando puedan ayudar a delinear aquello que podría identificarse entre “lo más representativo” del periodo mencionado, no pueden ni deben, en ningún caso, llevarnos a suponer que equivalen a una valoración definitiva. En tal sentido, creemos que una de las mayores ventajas del método adoptado en esta selección consiste en demostrar precisamente el carácter provisorio y proteico, por definición, de toda selección: a pesar de que puede resultar paradójico formular un juicio de tales alcances en una “antología consultada”, es necesario recordar que toda antología se define precisamente por su carácter antinómico, esto es, por la naturaleza cambiante de aquellas elecciones que realizan el o los antologadores. La posición estratégica de quien selecciona resulta entonces ser el producto de una operación contradictoria que habla más bien acerca de su propia imposibilidad de dar un juicio permanente y perdurable acerca de aquello que conoce, pues quien elige no hace más que afirmar el carácter provisional de su propia configuración como sujeto, construcción que a su vez se enmarca dentro de un determinado periodo histórico.

Nuestra consulta, sosteniéndose como está en una lista referencial de autores peruanos que han publicado poemarios en un lapso determinado, considera específicamente —a partir de un recorte inicial en el concepto de “poesía peruana”— la producción poética desde el soporte fundamental de la escritura, dejando de lado la poesía oral en castellano o lenguas indígenas, o las más recientes búsquedas en las posibilidades de la poesía registrada en soporte audiovisual, electrónico o sonoro. Haber incluido estos caminos hubiera supuesto un trabajo y unos objetivos claramente diferentes de los que propusimos, y necesariamente supondría otros marcos teóricos y referenciales más allá de los utilizados, además de otros sujetos participantes de la consulta y la consideración de otros sistemas de difusión de los productos. Incluso, a partir de todo ello, implicaría un cuestionamiento radical sobre las fronteras de lo que acostumbramos llamar género poético. Si bien sería interesante, como lo han intentado algunos proyectos,12 una exploración como la mencionada, que incluya dentro del corpus de la poesía peruana toda su amplitud y complejidad cultural y discursiva, e indagar en las fracturas producidas en la relación entre los diversos sistemas literarios —como los llamó Antonio Cornejo Polar— que coexisten en nuestro país, sus comunicaciones e incomunicaciones, era evidente, desde el diseño de nuestro proyecto, que no apuntábamos en esa ambiciosa dirección.

Lo que buscábamos, entonces, era obtener un consenso que pudiera representar una aplicación posible —en el terreno de la poesía peruana de las últimas décadas y dentro del “sistema literario culto” (Cornejo Polar 1989)— del metatexto vigente. Una aplicación posible, insistimos, y no la única, pues pensar en una sola es obviar la dinámica de tensiones y fricciones de todo campo literario referida en las páginas anteriores. Además, en tanto esta aplicación es el resultado de una consulta realizada a partir de una selección particular de opinantes (establecida por nosotros, lo que supone inevitablemente también decisiones de carácter subjetivo y marcadas ideológicamente) que bien podría haber sido diferente, con la consecuente variación, mayor o menor, de resultados.

Para lograr lo señalado, se contó con la opinión de un conjunto de ciento veinticinco miembros del campo literario peruano (incluidos algunos extranjeros, como lo explicamos) conocedores de nuestra poesía escrita de las últimas décadas. Tratamos en lo posible de acoger dentro de lo uniforme —esto es, el interés que suscita entre los encuestados la producción poética del periodo señalado— la heterogeneidad que atañe, principalmente, a las diferentes posiciones que ocupan estos sujetos dentro del campo. Se puede reconocer, así, entre nuestros opinantes la presencia tanto de investigadores académicos como de críticos literarios, periodistas y promotores culturales, así como creadores de diverso origen cuyas preferencias estéticas, perspectivas ideológicas, pertenencias grupales y procedencias geográficas varían significativamente.

De los ciento veinticinco opinantes, ciento catorce son peruanos y once extranjeros. Entre los primeros, ochenta y ocho son poetas, la mayoría de ellos integrantes del periodo establecido por la consulta. De estos, entre setenta y cinco y ochenta, además de poetas, son o han sido investigadores académicos, periodistas culturales, promotores o gestores culturales, editores de revistas o directores de editoriales. Obviamente no todos realizan en la actualidad dichas tareas, pero las han realizado y por periodos extensos en muchos casos, lo que los ubica como agentes dinámicos del proceso y nos permite suponer en ellos un conocimiento sistemático de la poesía del periodo o de parte de ella, incluso más allá, si cabe, de la que demanda por sí sola la actividad creativa. Algo semejante se puede decir de los veintiséis consultados peruanos que no escriben poesía, sino narrativa o exclusivamente crítica o estudios literarios, además de que varios de ellos fueron, incluso, compañeros de ruta de poetas o de grupos poéticos en diversos momentos durante las últimas décadas. Queda claro, con lo anotado, que la consulta no pretendía convocar exclusivamente a los especialistas académicos en poesía peruana contemporánea (que, además, pudieran demostrar tal condición con diversos ensayos o estudios publicados), sino a quienes, por su participación activa en el proceso, desde diversas posiciones, forman parte del conglomerado que implícitamente determinó o determina las valoraciones en la poesía peruana reciente. Por su parte, entre los doce extranjeros consultados, siete han elaborado antologías de poesía peruana o hispanoamericana contemporánea; los cuatro restantes, estudiosos de la literatura, han publicado trabajos diversos sobre poesía peruana como parte destacada de sus intereses académicos.

De lo anterior se desprende que no pretendíamos que todos nuestros consultados tuvieran un conocimiento relativamente exhaustivo e integral del proceso poético peruano de los últimos cuarenta años y que —aunque respetamos las opiniones de quienes se excusaron de responder la consulta aduciendo desconocimiento de una parte significativa del corpus propuesto (porque, en esa medida, pensaban que su respuesta partiría necesariamente de un universo recortado que dejaría de lado involuntariamente voces probablemente valiosas y, quién sabe, más valiosas que otras sí consideradas)—, a nuestro juicio, un conocimiento profundo aunque parcial de este era no solo suficiente para responder cabalmente la consulta, sino la condición de la mayor parte de nuestros opinantes. Por ello nuestro interés en abarcar un número significativo de actores del proceso, cuyas opiniones, al complementarse y contraponerse, permitieran que los resultados reflejaran cierta diversidad de pareceres existente sobre aquella poesía que, como señala Bourdieu, está “socialmente instituida como obra de arte por unos espectadores dotados de la disposición y de la competencia estéticas necesarias para conocerla y reconocerla como tal” (Bourdieu 1995: 339).

Cabe señalar que esa misma información profunda aunque parcial ha sido el punto de partida de diversas antologías de poesía peruana contemporánea, en las que los antologadores han buscado apoyarse en consultas informales hechas a unas pocas personas con el objetivo de acceder a un corpus mayor. Pensamos que una consulta como la nuestra puede ofrecer —como creemos que efectivamente lo ha hecho— un resultado que reduzca limitaciones de este tipo y que conlleve un mayor margen de inclusión y consideración dada la multiplicación de las perspectivas y pautas de los encuestados, todo lo cual redundaría en la posibilidad de ofrecer un panorama más completo del estado actual de la opinión de nuestro campo literario sobre lo más relevante de la producción poética contemporánea. Aun así, tal como se verá más adelante, se ha podido constatar la presencia de otros factores condicionantes que contribuyen a explicar mejor el desconocimiento aludido por algunos de los convocados y que trascienden su interés particular o la imposibilidad individual de conocerlo todo.

Con relación al número de poetas incluidos entre los consultados y, sobre todo, poetas participantes del mismo proceso en evaluación, alguien podría hacer un reparo afirmando que eso supone un sesgo peligroso por el hecho de que muchas de las opiniones brindadas por ellos corresponden a algo que directamente les compete, lo cual a su vez podría traslucir ciertos intereses personales o de grupo. Creemos, sin embargo, que existen dos razones fundamentales para desvirtuar esta objeción. La primera reside en el hecho de que difícilmente podría haberse logrado una consulta seria y exhaustiva si se hubiera dejado de lado a quienes están directamente involucrados con el quehacer poético. Como bien se sabe, desde el surgimiento de aquello que solemos llamar “modernidad poética”, a mediados del siglo XIX, y su configuración en las múltiples manifestaciones de la poesía contemporánea, han sido muchas veces los propios poetas quienes se han dedicado más esforzada y lúcidamente a la reflexión acerca del fenómeno poético, no solo a través de un sinnúmero de poéticas y manifiestos, sino también directamente del ensayo, la crítica y los estudios literarios. Esto, como se conoce, es lo que ocurre —y no solo en nuestro país— con la reflexión acerca de la poesía contemporánea (y en especial la más reciente), por lo general desatendida por la crítica académica ejercida por autores dedicados exclusivamente a la investigación. Bastaría un registro de los libros más recientemente publicados sobre poesía peruana para darse cuenta de ello. El trabajo de los poetas sobre la poesía, en ese sentido, ha resultado fundamental no solo para entender el alcance y valor de sus respectivas obras, sino la de aquellos que han compartido o, incluso, enfrentado sus posiciones o tomas de posición (Bourdieu). Pensamos, por tanto, que el deslinde entre “creadores” y “críticos” en este caso no parece redundar en una aproximación más objetiva al problema que nos ocupa, sino que, creemos, obedece más bien a una visión bastante estereotipada acerca de cómo se produce el proceso de la comunicación literaria. Si asumimos que hoy en día la tarea del lector de un texto literario, sea un crítico o investigador o no, implica la necesidad de producir un conjunto de lectura(s) que contribuyan a darle vida al texto dentro de una sociedad o periodo determinados, resulta claro que no existe lector que no se haga responsable de la representatividad de un texto: todo texto reclama un lector y todo lector ha de ser considerado copartícipe del texto que enfrenta en la medida en que este no existe sino a través del acto de la lectura.

En segundo lugar, con relación a la presencia de cierto tipo de intereses que obliguen a desvirtuar la respuesta de un creador en una encuesta de este tipo, tampoco creemos que exista una lectura desinteresada. De hecho, la posición que ocupa el crítico, ya sea como reseñista de un medio de comunicación o como académico universitario interesado en nuestro proceso poético, necesariamente se vincula con ciertos intereses personales o de grupo o ciertos presupuestos ideológicos de lectura que de algún modo determinan sus juicios estéticos. No debemos olvidar que en ambos casos se trata de instituciones desde las cuales el crítico/estudioso ejerce una influencia muy importante en el reconocimiento de una determinada obra o autor: no existen, en tal sentido, críticos “puros”, “imparciales” u “objetivos” que ejerzan desinteresadamente la función de consagrar a tales autores u obras. Existen, más bien, críticos cuyas lecturas obedecen a criterios establecidos de antemano a través de ciertas valoraciones de lo que ideológicamente consideran “literario” o no. En esta medida resulta evidente, una vez más, que los textos literarios existen siempre en función de aquellas subjetividades que establecen contacto con ellos y, en tal caso, la tarea más productiva para el crítico ha de consistir en determinar cómo se han configurado esas subjetividades y a qué condiciones sociales o históricas responden.

Con relación a las diferencias que atañen a aquello que podríamos caracterizar como “lecturas generacionales” —y que se vinculan con las edades de nuestros encuestados— constatamos que la inclusión y consideración de un número proporcional de participantes cuyas edades fluctúan, casi todos, entre los treinta y los setenta años nos ha permitido establecer una aproximación equitativa de la producción poética del periodo. Aun cuando resulta evidente que el conocimiento del estado de la cuestión entre poetas-críticos-estudiosos de edades mayores —y probablemente más aún en el caso de quienes residen fuera de nuestro país— puede resultar insuficiente dado que su conocimiento de la producción más reciente se ha ido debilitando, resulta también claro que la participación de los más jóvenes poetas-críticos-estudiosos ha contribuido a atenuar el efecto que ello podría suponer. Igualmente, es posible suponer en muchos de estos últimos un conocimiento más panorámico (quizá más endeudado con las consagraciones y canonizaciones establecidas a través del tiempo) del proceso poético de las décadas de 1970 y 1980, por lo que la participación de un buen número de poetas-críticos-estudiosos mayores resulta fundamental.

Así como pretendimos cubrir diferentes edades entre los consultados, creemos que la selección de opinantes logra abarcar también las diversas corrientes dentro del panorama de nuestra poesía reciente. En este sentido, entre los convocados, puede reconocerse no solo a poetas que pertenecieron a algunos de los grupos más importantes de la escena nacional durante el periodo estudiado (Hora Zero, La Sagrada Familia, Kloaka, Neón, Noble Katerba, Inmanencia), sino también a diversos miembros del campo literario vinculados con otras posibilidades de lo que Raymond Williams llamaría “formaciones literarias” (Williams 2000: 141) que, como explican Beatriz Sarlo y Carlos Altamirano, corresponde a “los movimientos, los círculos, las escuelas, es decir la variada gama de formas de agrupamiento intelectual a través de cuya existencia y actividad se manifiestan algunas de las tendencias de la producción artística y literaria” (Altamirano y Sarlo 1993: 97). Así, están incluidos entre los consultados poetas representativos de diversas estéticas y registros explorados o consolidados durante el periodo estudiado, así como también críticos, estudiosos o gestores culturales, que sin necesidad de ser necesariamente “orgánicos” a tal o cual corriente, sí han demostrado una preferencia clara o un interés particular por alguna de estas, sin que ello signifique que la elección de su nómina de poetas se viera restringida a la tendencia o grupo en cuestión.

En cuanto a la distribución de género de los consultados, pensamos que el número de mujeres (veinticinco) y de hombres incluidos (cien), a pesar de evidenciar un fuerte desequilibrio, refleja aún, lamentablemente, la realidad de la dinámica de nuestro campo literario.13

Uno de los aspectos más delicados en la búsqueda de heterogeneidad en la lista de consultados está vinculado con la representatividad geográfica. En este sentido, pretendimos que los opinantes peruanos correspondieran a diversos lugares de nuestro país, pero sin que esto significara la postulación de la existencia de un campo literario imaginariamente descentralizado y realmente democrático, en donde los actores de todas las regiones tuvieran —en la disputa de poderes que constituye la dinámica del campo— igual posibilidad de participación e influencia a la hora de definir las valoraciones de la poesía, situación que, como es claro, no se condice con la precariedad institucional literaria en el Perú ni con las desigualdades y fracturas de nuestra sociedad. Es necesario señalar, entonces, que la configuración de la lista de opinantes buscó reflejar la realidad de la dinámica de nuestro campo literario, antes que los deseos de una urgente e indispensable modificación de las estructuras de este y del conjunto de la sociedad.

Obviamente, la concreción de este empeño no se puede sostener sino en intuiciones, percepciones relativamente subjetivas y, a lo más, en indicios que no pueden asumirse como definitivos en tanto se carece de datos sistematizados al respecto. Veamos: de los ciento catorce consultados peruanos cerca de treinta están vinculados con provincias distintas de Lima; esto quiere decir que nacieron y vivieron un tiempo prolongado en ciudades diferentes de la capital, que viven actualmente en ellas o que, siendo limeños, cuentan con una relación muy estrecha con la producción literaria de provincias.14 Como anotamos, a pesar de la desproporción numérica, pensamos que estas cifras no están lejos de reflejar la real dinámica de funcionamiento, en la actualidad, de nuestro campo literario. Uno de los indicios que permiten esta sospecha se vincula con los lugares de publicación de poemarios de los poetas peruanos de las últimas décadas que gozan de algún tipo de reconocimiento relativamente consensual. En su estudio Fiesta prohibida. Apuntes para una interpretación de la nueva poesía peruana 60/80, Jesús Cabel incluye una “Bibliografía selecta de la poesía peruana”. Allí, en la sección correspondiente a “Libros”15 registra ciento cincuenta y cinco títulos, de los cuales solo veintiocho fueron publicados en provincias diferentes de Lima (Cabel 1986: 341-349). El dato es interesante en tanto el estudio de Cabel busca abarcar los procesos poéticos de los diversos lugares del país. En los cuadros estadísticos que aparecen al final de este mismo estudio, informa Cabel que entre Lima y Callao habita el 52,8 por ciento de los poetas peruanos nacidos después de 1935 que logra registrar (371).16 Otro libro cuya referencia resulta interesante como indicio, es la antología Poesía peruana. Siglo XX de Ricardo González Vigil, publicada en dos tomos por Ediciones Copé en el año 2000. En el segundo tomo, a partir de la sección dedicada a la Generación del 70 (acápites “Generación del 70”, “De los años 70 a los 80” y “Años 90”), es posible reconocer, entre los noventa y siete autores incluidos en total en dichos bloques, que solo dieciséis de ellos cuentan entre sus títulos con algunos publicados en provincias.17 De los ciento un títulos que suman en total estos dieciséis autores, solo treinta y tres han sido publicados en provincias distintas de Lima, mientras que treinta y seis aparecieron fuera del Perú.

Otro dato que puede ayudar a formar una idea sobre la realidad del campo literario peruano es el número y la distribución de facultades de literatura en el país: solo hay cinco en un total de ciento dos universidades existentes en el territorio nacional; cuatro de ellas en Lima y una en Arequipa.18 Aunque sería absurdo afirmar que solo aquellos que han cursado estudios formales de literatura pueden lograr un cabal acercamiento a la poesía o ser poetas, creemos que las cifras evidencian carencias y debilidades que redundan en la desigual posibilidad de participación de los miembros del campo literario peruano en las luchas que lo configuran y lo redefinen permanentemente y, por ende, en las valoraciones de la poesía actual. Muchos otros factores, además, han agravado y agravan las dificultades para estructurar un campo literario más descentralizado y democrático; entre ellos, por ejemplo, la dificultad de encontrar en bibliotecas públicas y universitarias material bibliográfico que permita una sólida información y formación en poesía contemporánea, la carencia de librerías que merezcan realmente ese nombre, las dificultades económicas que obligan a que las revistas sean empresas truncas y que impiden, por tanto, la configuración de escenarios de discusión enriquecedora, e, incluso, la acción de ciertos núcleos con poder local más bien empeñados en mantener y propugnar retóricas obsoletas como base para su prestigio. Un factor adicional se puede vincular con la ausencia de concursos poéticos de proyección nacional convocados fuera de Lima: aunque han existido y existen (como el concurso Poeta Joven del Perú), estos son muy escasos y en la actualidad llevados a cabo con mucha irregularidad.

Lo anterior no implica, por supuesto, desconocer la importante actividad poética existente más allá de Lima y la configuración de núcleos dinámicos en diversos lugares, con recitales, revistas y, en los últimos años, incluso con encuentros de poesía y —aunque todavía muy pocas— ferias de libros. En este escenario, Arequipa, Trujillo, Chiclayo o Chimbote parecen ser algunos de los polos en que la mayor efervescencia se ha dado la mano con una más acentuada voluntad de diálogo e intercambio con otros espacios del país, e incluso con el extranjero. Sin embargo, en general, todavía el impacto de dichos eventos fuera del espacio local es muy reducido, al punto que —a diferencia de lo que sucedió, por ejemplo, en los años veinte con las vanguardias o, en alguna medida a inicios de los setenta— tiene muy poca capacidad de influencia en las decisiones y valoraciones a las que se les reconoce un carácter “nacional”. No obstante, es posible esperar que precisamente en estos momentos se esté gestando —sobre todo en la promoción que sigue al periodo abordado por nuestra antología, o a los menores entre los incluidos— un interesante cambio, vinculado fundamentalmente con las posibilidades que ofrece internet para el acceso a una formación y un conocimiento poéticos que no dependa del objeto físico libro ni, por tanto, de las bibliotecas entendidas en un sentido tradicional. Obviamente para ello no bastan los recursos electrónicos; ni únicamente la mayor y mejor formación poética de muchos actores de los procesos más allá de Lima será suficiente para quebrar la correlación de fuerzas que coloca a la capital como escenario no solo hegemónico sino fuertemente excluyente. Pero la posibilidad existe y, sin duda, podría permitir que el proceso poético que siga al contemplado por esta muestra evidencie una configuración del campo literario y poético radicalmente distinta de la actual.

Finalmente, en esta revisión sobre la metodología empleada por nosotros para elaborar la presente antología consultada, valdría preguntarse a modo de ensayo abierto de respuestas, cuáles pudieron ser los criterios que llevaron a un opinante a establecer su lista de veinte poetas, que fue lo que les solicitamos en la invitación a la participación en esta consulta. Damos por descontadas las razones vinculadas con el nudo conocimiento/desconocimiento explorado líneas arriba, y confiamos plenamente en que los consultados han partido de la consideración del valor poético de sus elegidos como factor fundamental. Sin embargo, como lo señalamos páginas atrás, no hay valoración que pueda atenerse a criterios “exclusivamente literarios”, puesto que estos siempre —y creemos que se puede desprender del recorrido que hemos trazado— están teñidos de otros componentes, intereses, preocupaciones, poéticas, etcétera. A propósito de esto, son interesantes los comentarios de Wendell V. Harris en su trabajo “La canonicidad”. Señala Harris que los criterios en que se basan las selecciones que pretenden establecer un canon literario o poético (o de cualquier tipo, en última instancia)19 son diversos y se encuentran habitualmente entremezclados. Y apunta algunas de estas posibilidades (mencionaremos o reseñaremos brevemente aquellos que creemos podrían haber intervenido en la selecciones de nuestros opinantes): a) la estimación personal que “trata de hallar un sentido en relación con las necesidades y experiencias individuales”; b) la estimación histórica que “trata de proporcionarnos los hitos que marcan los cruces y giros en el desarrollo histórico de los géneros, los temas nuevos y las características formales”; c) la provisión de modelos, ideales e inspiración; aunque apunta que “en la actualidad moralizante e inspirador son términos que están bastante pasados de moda como adjetivos honoríficos para la literatura, […] las funciones que designan siguen siendo todavía operativas”, y señala los ejemplos de las selecciones establecidas desde los discursos marxista y feminista; d) el intercambio de favores, que explica a partir de la idea de que “los escritores han conseguido entrar en el canon del día no solo por el poder de sus obras (‘poder’ podría entenderse como ‘interesante para unos intereses [sic] críticos o sociales existentes’) sino también por la aceptación activa de textos o criterios compatibles con sus propios objetivos”; e) la legitimación de la teoría; pone como hipótesis el caso de “[u]n crítico experimentado practicante del new criticism, la deconstrucción o el marxismo [que] puede, naturalmente, leer casi cualquier texto de modo que apoye sus propias preferencias, pero los textos que selecciona cada grupo son aquellos que le permiten ofrecer una mirada más rica, dramática o convincente; y f) la pretensión de pluralismo; es decir, de lograr una imagen variada que represente los diversos ámbitos recorridos por los textos literarios (Harris 1998: 37-60).

En el caso de nuestra muestra, al ser tanto poetas como opinantes contemporáneos, es inevitable que las selecciones de estos últimos hayan estado mediadas también por cercanías o distancias irreconciliables — amicales, grupales o ideológicas— con los posibles elegidos. Incluso, al tratarse de una antología que parte de una invitación realizada por, junto a un narrador, tres poetas del periodo, no es imposible imaginar que las decisiones de incluir o no incluir en la lista a alguno de nosotros haya estado tamizada por esta circunstancia.

Todo lo señalado nos lleva a reafirmar que la multiplicidad de miradas o posiciones que pudiesen existir respecto a aquello que podríamos definir como “lo poético” —representado a su vez bajo otra forma de heterogeneidad que involucraría las diversas posibilidades que asume “lo poético” en la propia obra de los poetas considerados en la encuesta—, y que hemos tratado de reflejar en la lista de consultados, no conlleva necesariamente al establecimiento de una valoración definitiva u objetiva del periodo que nos ocupa. Como bien intuye el lector literario, una de las condiciones que definen todo juicio estético o crítico que se realiza acerca de un texto se funda no solo a partir de una experiencia y competencia lectora individual, sino también a partir de una posición dentro de una determinada sociedad y estructura económica, una pertenencia a un determinado género o una identificación con determinados discursos históricos o literarios vigentes, entre otros elementos.20

Espléndida iracundia

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