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3. Las antologías y la poesía peruana 1968-2008

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Nuestra antología consultada21 se sitúa al lado de muchas otras selecciones que con mayor o menor rigor han pretendido observar la poesía peruana de los últimos cuarenta años. Una somera revisión de algunas de ellas es, entonces, indispensable para entender y valorar el sentido de nuestra propuesta y para recalcar que todas ellas son marcas transitorias, espejos móviles y parciales y que de ninguna manera significan el arribo a un parnaso definitivo.22 El año 1973, José Miguel Oviedo publicó la antología Estos 13 con la intención de auscultar la nueva sensibilidad que empezaba a percibirse en nuestra poesía y que aparecía en la producción de Manuel Morales, Antonio Cillóniz, Jorge Nájar, José Watanabe, Óscar Málaga, Elqui Burgos, Juan Ramírez Ruiz, Abelardo Sánchez León, Feliciano Mejía, Tulio Mora, José Rosas Ribeyro, José Cerna y Enrique Verástegui. El crítico señalaba que los nuevos poetas, a pesar de estar cercanos cronológicamente a los autores de la generación del sesenta, le otorgaban una actitud vitalista y parricida a nuestra tradición.23 Una serie de hechos y referentes culturales los marcaban: el fracaso de las guerrillas del sesenta, la muerte del Che Guevara en Bolivia en 1967, los acontecimientos insurgentes del mayo del 68, el gobierno reformista de Velasco, los movimientos hippies y pacifistas y, sobre todo, los “hervores” —para utilizar la expresión arguediana— de las migraciones de esos años, que configuraron el nuevo rostro sociocultural peruano. Casualmente, ese era el tronco que reunía una serie de propuestas y de voces disímiles:

Creo que uno de los aspectos más interesantes y significativos que está detrás de la poesía peruana última, es el hecho de que sus nuevos autores pertenezcan (con una o dos excepciones; notoriamente la de Abelardo Sánchez León, que surge de un sector cómodo de la clase media limeña) a una capa proletarizada, de extracción obrera o artesanal, que proviene del interior del país. […] Proletarios y provincianos, estos jóvenes incorporan a la literatura de la metrópoli un rasgo que había casi desaparecido en los últimos 30 años: el espíritu regionalista, esa esperanza de articular las formas de la cultura local en un solo proyecto de alcance nacional (11-12).

La antología de Oviedo configuró el rostro más visible de esos años. Se trataba de una voz que discurría casi monolíticamente por los cauces de lo conversacional en el espesor del discurso, recorría ardorosamente las calles y exploraba los cimientos de una conflictiva identidad. Cualquier otra mirada o disonancia era entonces leída y valorada como una aventura insular.

Una propuesta más abierta podemos encontrarla en Antología de la poesía peruana del siglo XX: (años 60/70) de César Toro Montalvo (1978).24 Esta selección es el primer intento de ampliar la mirada del setenta reconociendo la existencia de distintas poéticas que van del registro conversacional a algunas modulaciones más líricas, a otras míticas y trascendentes y a un espacio adicional que privilegia la experimentación y las exploraciones visuales. No obstante, la ratificación del peso conferido a la línea urbana y conversacional la hallamos, unos años después, en Fondo de fuego. La generación del setenta de Ricardo Falla (1990)25 que revisa los colectivos y las revistas de Gleba, Estación Reunida, Nueva Humanidad y Hora Zero. Para Falla solo han existido tres generaciones en la poesía peruana: la Generación de la década del veinte que surgió con el propósito de aniquilar el contenido y la forma del Modernismo, la “Generación del 50” en la que incluye a los poetas surgidos en los años sesenta y la “Generación del 70”. Esta última puede ser definida como la de la ruptura y el cambio:

Como rasgo expresivo, el poeta del 70 manifestó la caótica heterogeneidad o la irregularidad formal, como resultado de la interacción social y cultural de Lima y la provincia, y la del castellano con estructuras lingüísticas traducidas. Esta irregularidad se desarrolló en las formas arquetípicas del verso libre articulado por el lenguaje narrativo y las palabras prosaicas. Por ello, la poesía adquirió un matiz abierto, de clara rebelión contra las tradiciones académicas cerradas. En este sentido clausuró la época de la poesía cerrada para dar paso a la poesía abierta que invita e incita a la participación de todos (141).

La última cena (1987) es la antología elaborada por José Antonio Mazzotti, Rafael Dávila Franco y Roger Santiváñez, los anónimos autores del prólogo,26 quienes escindieron el río central de la década en dos vertientes que señalaron los rumbos de la poesía ochentera: la de la actitud contestataria y expresionista, por un lado, encarnada en el movimiento Kloaka, y la de la renovación de los moldes consagrados por otro en el dominio de una narratividad culturalista; a ellos se unía la irrupción del sujeto poético femenino. En el volumen se ofrecían poemas de José Velarde, Raúl Mendizábal, Roger Santiváñez, Dalmacia Ruiz Rosas, Julio Heredia, Rafael Dávila Franco, Eduardo Chirinos, Domingo de Ramos, César Ángeles, José Antonio Mazzotti, Rodrigo Quijano y Jorge Frisancho.27 Esta mirada de los ochenta fue ampliada en El bosque de los huesos / Antología de la nueva poesía peruana 1963-1993, elaborada por Miguel Ángel Zapata y José Antonio Mazzotti. Después de revisar “las fundaciones de los años 60”, el prólogo reconoce en el tronco principal de los setenta, a diferencia de los poetas surgidos en la década anterior, el “código popular y el coloquialismo exacerbado” (1995: 24). La poesía surgida en los ochenta oscila entre las tres vertientes ya identificadas en La última cena, aunque en la parte correspondiente del estudio introductorio se resalta la propuesta de Kloaka como el aporte más novedoso de la década. Igualmente, el lector puede percibir cierta escisión entre los juicios del prólogo y la selección de autores del cuerpo de la antología que revelan varios registros poco o nada atendidos en el estudio introductorio.28

Aunque no se trata de una antología, el siguiente eslabón le corresponde a Luis Fernando Chueca (2001) con su trabajo “Consagración de lo diverso. Una lectura de la poesía peruana de los noventa”, en el que se refiere al fin de la hegemonía de lo conversacional como rasgo distintivo de los setenta y ochenta. Chueca distingue una serie de compartimientos por los que empieza a discurrir la poesía de los noventa: el malditismo urbano, la representación del espacio suburbano y popular, el coloquialismo y el discurso de la cotidianidad, la veta culturalista, la construcción del sujeto autobiográfico, la poesía como espacio de ritualización, el lirismo extremo, las poéticas constructivas y barrocas y la poesía de la libertad total de la palabra.29 Hubo que esperar algunos años para que apareciera una antología que contextualizara la poesía surgida en la década de 1990 y seleccionara a sus autores representativos. Nos referimos a Los relojes se han roto. Antología de poesía peruana de los noventa de Enrique Bernales y Carlos Villacorta (2005). En el prólogo los antologadores agrupan a los nuevos creadores surgidos al final del siglo XX bajo el rótulo de “generación de la violencia” sumida en un camino de desesperación, para usar el título de un poemario de uno de sus autores representativos,30 aunque varios de los poetas incluidos procesen esta experiencia de un modo oblicuo o simbólico. Estilísticamente, los autores de los noventa encarnan el desgaste de lo conversacional como poética hegemónica y exploran una pluralidad de registros. El libro recoge poemas de Montserrat Álvarez, Roxana Crisólogo, Xavier Echarri, Victoria Guerrero, Lorenzo Helguero, Miguel Ildefonso, Carlos Oliva, Josemári Recalde, Martín Rodríguez-Gaona, José Carlos Yrigoyen y Chrystian Zegarra.

La propuesta de Los relojes se han roto revela además el aliento de casi todas las antologías de poesía peruana aparecidas en la primera década del siglo XXI: leer y valorar la poesía de los 70, 80, 90 y 2000 desde el cristal de la diversidad, desde las coordenadas de un sin-centro y desde la inclusión de un discurso otrora marginal como el de Hora Zero y Kloaka en el seno del canon. Una muestra de ello la hallamos en La mitad del cuerpo sonríe. Antología de la poesía peruana de Víctor Manuel Mendiola (2005)31 o Antología de la poesía peruana. Fuego abierto de Carmen Ollé (2008) que acogen otros caminos alternativos a la poética conversacional en los setenta y ochenta. Mendiola busca en el prólogo contrastar la poesía peruana con la mexicana y percibe en la nuestra la búsqueda de una “modernidad más pura, radical” para observar, en la clausura del siglo XX, poemas que se sitúan “[…] lejos de la armonía tradicional y sin olvidar las aportaciones de la vanguardia, están creando una nueva lírica donde el verso y la prosa, lo simultáneo y lo lineal, la forma y el contenido, la poesía del lenguaje y la poesía de la experiencia, se mezclan” (2005: 39). Ollé, por su parte, le otorga el mismo peso específico a distintas variantes que oscilan, con múltiples modulaciones, entre “una poesía que nace de la tradición y vuelve a ella sin contaminarse con el ruido social” y otra que “refleja una cultura mixta, híbrida en la que lo culto y popular no se diferencian con facilidad” (2008: 9). Del periodo que nos interesa, Ollé selecciona 42 poetas y los agrupa en siete compartimentos identificados con los títulos de algunos libros de la poesía peruana de los últimos treinta años. Estos son, respectivamente: “En los extramuros del mundo”, “Contra el ensimismamiento”, “Amores imperfectos”, “Flama y respiración”, “O un cuchillo esperándome”, “Ya nadie incendia el mundo” y “Delgadísima nube”. Si bien Ollé no explora los rasgos esenciales de cada una de estas zonas, su reconocimiento sugiere una pugna o un diálogo que refleja, a fin de cuentas, la mirada plural que se tiene de la poesía peruana contemporánea en este nuevo siglo.32 Esta antología, a diferencia de todas las otras muestras, recoge textos de 24 poetas mujeres, en contraposición a los 18 poetas varones seleccionados.

El mismo interés por la diversidad puede percibirse en el trabajo de Paul Guillén, Poesía peruana contemporánea. 33 poetas del 70 (2005),33 que examina la pluralidad de lenguajes en una década en la que las antologías anteriores solo descubrían el discurso urbano y conversacional. En esta selección coexisten el discurso de la oralidad y las calles, con lenguajes afincados en el neobarroco, el simbolismo, el expresionismo o la experimentación lingüística. Algo parecido propone La letra en que nació la pena (2004)34 de Raúl Zurita y Maurizio Medo, quienes reconocen, a partir de los setenta, una “dispersión” creciente en el discurso poético peruano. Esta muestra, como manifiestan los antologadores, pretende ser la auscultación de la polifonía presente en la poesía actual y el reconocimiento de diversos autores no atendidos suficientemente por la crítica y por otras selecciones. Referida a las promociones de los ochenta y noventa, puede mencionarse también Caudal de piedra. Veinte poetas peruanos (1955-1971) (2005) del mexicano Julio Trujillo, que busca dar cuenta de la diversidad de la poesía peruana reciente, pero apoyada en “una solidez existente que se llama tradición”.35

Dos selecciones aparecidas en los últimos años exploran territorios alejados de la poesía conversacional. La primera de ellas es Actual triantología de la poesía argentina, brasileña y peruana (2004) de la revista Homúnculus, que pretende recoger el reverso de lo conversacional soterrado en las selecciones previas y privilegiando, en cambio, el neobarroco y la experimentación.36 La otra propuesta está en Festivas formas. Poesía peruana comtemporánea del uruguayo Eduardo Espina (2009).37 El prólogo es elocuente y está encaminado a reconocer, según el autor, el declive de la retórica de lo conversacional:

La lírica peruana actual, antes como instancia histórica que como coincidencia de propuestas generacionales, se caracteriza por un replanteamiento de la poesía en tanto problema específicamente lingüístico. Es crítica de su proceder en el idioma, y como tal acumula un necesario despilfarro de discursos. La historicidad del poema tiene tanto en cuenta lo que dice como la forma en que lo expresa. La única coartada de trascendencia es retórica (2009: 29).

Si bien Espina se refiere a los poetas aparecidos en los últimos años, el juicio revela el lugar de la mirada para valorar la poesía previa.

Una antología importante, por la audiencia internacional que concita y porque se enmarca en una serie de volúmenes que ofrecen un panorama de la poesía latinoamericana de la actualidad, es La poesía del siglo XX en Perú de José Miguel Oviedo. Si bien esta muestra revisa la poesía peruana del siglo XX partiendo de Eguren y Vallejo, es interesante observar la lectura y valoración que hace Oviedo del setenta, treinta y cinco años después de Estos trece. Luego de afirmar que un sector considerable de la poesía de ese periodo estuvo a cargo de los grupos Hora Zero y Estación Reunida señala que ellos propusieron un modo de escribir “bastante hirsuto, anárquico e impulsivo […] un síntoma agriado de que la poesía había entrado en una fase de emergencia y desmantelamiento general” (1973: 41-42). La elección de Oviedo privilegia dos voces ajenas a los proyectos colectivos, Watanabe y Sánchez León, y subraya que especialmente el primero sobresale por el cuidado y exactitud en el trabajo del poema muy lejos de cualquier condición “hirsuta” o de “desmantelamiento” del buen decir. En la poesía surgida en los años ochenta observa un aislamiento y ausencia de actitudes de ruptura en los dos poetas seleccionados (Di Paolo y Chirinos). En líneas generales, y reconociendo el valor de los poetas elegidos por Oviedo, puede decirse que su lectura para este periodo es conservadora y respetuosa del canon y las expectativas internacionales.

No podemos dejar de considerar en esta revisión la antología Poesía peruana siglo XX. Tomo II de Ricardo González Vigil (1999). Aparecida a fines de la década del noventa, pretende ofrecer un recuento integral de la poesía peruana del siglo XX y como tal es inclusiva y casi censal; basta consignar que dicho volumen recoge los poemas de 122 poetas para el periodo cronológico 1960-1999 y en ella figuran poemas de 40 de los autores que forman parte de nuestra propuesta.38 La misma situación puede observarse en casi todas las antologías aparecidas a partir de El bosque de los huesos. Salvando el marco cronológico que cubre cada una de ellas y el criterio establecido por el antologador hay alrededor de treinta poetas cuyos poemas aparecen en varias de ellas. Esta convergencia revela el valor y el interés de nuestra antología consultada que surge como el espacio de un consenso espinoso y parcial, es cierto, pero consenso al fin. En él están consolidándose, como ya lo hemos señalado, poéticas otrora poco visibles o calificadas de “insulares” y que ahora adquieren un mayor peso específico en el complejo tejido de la poesía peruana reciente.

Espléndida iracundia

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