Читать книгу La historia de Pájaro y el niño que no crecía - José María Gentil - Страница 14

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Pájaro dio el último sorbo a la copa en completo silencio. Solo quedaba ya el hielo casi derretido. La narración le había dejado tan impactado que realmente no sabía qué decir. A pesar de que hubiera acabado, él seguía imaginando esa cruz de madera apenas erguida entre corales y rodeada de la vasta desolación. Le había parecido una historia verdaderamente trágica.

Ambos se quedaron callados durante al menos un minuto. En el disco sonaba ahora, de fondo, una canción instrumental de un grupo londinense. Solo llegaba a través de la ventana un ligero rumor de la calle hasta el sofá, donde se habían acomodado cuando había empezado a refrescar el ambiente.

—A Scott al menos lo enterraron. En fin, una vez muerto probablemente da igual que te entierren o no, creo yo, pero lo tenemos localizado. Sin embargo, aquel que lo hizo, ¿qué fue de él? —se cuestionó Lula—. Es la pregunta que más me repito.

—Hay muchas cosas por saber, desde luego —dijo él—. ¿Cómo se puede sobrevivir en una barca durante tres mil seiscientos kilómetros a la deriva?

—Pues te sorprenderías. Comiendo pescado y recogiendo agua de lluvia o incluso bebiendo sangre de tortugas, hay náufragos que han aguantado meses.

—¿De veras es una historia real?

—Sí, ocurrió más o menos así. No te negaré que la he adornado con algún añadido, he rellenado algunos huecos —admitió sonriendo—. Si no, apenas me daría para media página. Pero puedes informarte sobre el destino del Sarah Joe por internet, no me lo he inventado yo. De hecho, creo que los restos siguen aún en aquella playa de las islas Marshall.

—¿Y aún no lo has escrito?

—No, me queda decidirme por el estilo. Según elija uno u otro, hasta el lenguaje tendría que ser diferente. Las mismas palabras no quedan igual si lo cuento en tono de misterio o en tono periodístico, o poético. Las frases largas van bien unas veces; otras son mejor cortas. Hay algunos trucos que sirven casi siempre, y a partir de ahí construyo el resto.

—¿Esto es lo que publicas en las revistas?

Ella negó inmediatamente con la cabeza.

—Qué va, lo que mando a las revistas son siempre cosas más técnicas. Esto no dejo que nadie lo lea, creo que sentiría algo parecido a si me vieran desnuda. —Como si le avergonzara, inmediatamente cambió de tema—. ¿Sabes que la casa se ve un poco rara?

De nuevo, la pared vacía, el cable de la antena, el único cojín. Se encogió de hombros.

—Faltan las cosas que Lucía se llevó.

—No quiero ser indiscreta —se disculpó—, pero ¿llevabais mucho tiempo juntos?

Pájaro hizo un rápido cálculo mental antes de contestar:

—Algo más de un año.

Pero una cifra, lo sabía muy bien, no podía expresar lo que habían vivido. Hay años y años. Hay relaciones que duran décadas, pero nunca tienen una estación de metro de Príncipe de Vergara ni un portero de rasgos aindiados con un ojo de cada color, y esa certeza, asumió, ni aunque tratara de contársela a ella podría transmitírsela del todo.

—Se te ve cansado —dijo Lula.

—¿Sí?

—No ahora, no físicamente. Se ve que tienes algo que te pesa, y no sé si es su ausencia.

Sí, a lo mejor era su ausencia. Era su ausencia desde mucho antes de que se fuera. Pero en realidad, de algún modo lo sabía, no solo era eso; también era la vida impersonal de una ciudad a la que no pertenecía, también la sensación de que el tiempo le llevaba hacia adelante en un camino que no sabía si quería recorrer, también le pesaba no haber fregado platos en Edimburgo ni servido hamburguesas en Copenhague.

—A lo mejor si ella no se hubiera ido no lo habría afrontado nunca —reconoció—. Creo que en realidad soy muy cobarde. Pero ahora sí que veo que no estoy del todo contento con mi vida.

—¿Y qué es lo que te falta? —se interesó ella, y a Pájaro le sonó absolutamente sincera.

—No lo sé. Puede que una aventura, como las que tú has tenido. Salirme de lo estipulado y sentir que soy el dueño de mis decisiones. Buscar, como el ingenierito del cuento, un tigre que a lo mejor no existe, pero no tener miedo de ello. Así, tal vez, entendería quién soy, porque creo que nunca lo he sabido.

—A lo mejor mi vida te parece una aventura, pero en realidad también estoy atrapada. El mundo no es tan grande como te crees, y todos los sitios, al final, son iguales. —Quizá lo eran, pero él no podía evitar sentirse un poco incompleto por no haberlo descubierto por sí mismo—. Además, eso de que nunca es tarde es una estupidez, muchas veces sí lo es, pero no esta. No tiene por qué serlo para ti.

Por un momento, el vino y la ginebra lo impulsaron a pensar que era posible, efectivamente, cambiar las cosas. Al fin y al cabo, quién le hubiera dicho dos días atrás que estaría charlando de literatura con una chica de pelo azul delante de una pared vacía de las cosas de Lucía. Pero pronto lo acosó una conciliación de pagos pendiente, una hoja de cálculo que pasar al jefe de proyecto, una semana laboral por delante. Pájaro no sabía, nadie hubiera podido saberlo, que la fase de demolición iba a comprender también todo aquello.

—Ojalá pudiera —dijo quedamente.

Hubo un momento en la vida de Pájaro en que las cosas tal vez pudieron ser diferentes. En el último año de carrera, un compañero le propuso esperar antes de buscar trabajo en serio, y mientras tanto aprovechar para irse de mochileros a algún lugar. Por ejemplo, Sudamérica.

—Es ahora o nunca —le dijo—. Si empezamos en un despacho, ya sabes lo que viene: comprar un coche, buscar un piso, pagar la letra y el alquiler. De ahí no salimos más.

Era una tarde fresca de febrero en que acababan de salir de un examen que estaban seguros de haber aprobado. Ya no les quedaba mucho para finalizar la vida universitaria. En un bar cutre cercano a la facultad, compartían como siempre un par de cervezas y un plato de patatas bravas. No solían tener dinero para mucho más, ni lo necesitaban. Con la euforia del momento, aceptó:

—Venga, ¿por qué no?

Pero luego llegó un proceso de selección que sentía, o que los demás le hacían sentir, que no podía dejar pasar; una prueba psicotécnica, que consistía en descubrir qué figura geométrica finalizaba una serie planteada en el supuesto, o qué palabra encajaba mejor en una frase determinada; una dinámica de grupo en la que todos los participantes querían aparentar ser algo que en realidad no eran; una entrevista personal con el socio de la auditora, desde una torre con vistas al Paseo de la Castellana. Al final, el elegido fue Pájaro. Le pareció que rechazar la oferta era demasiado pretencioso. Una semana después, su amigo despegaba de Barajas en un vuelo de Air Europa rumbo a Lima, con un solo bulto de equipaje y apenas mil euros en la cuenta corriente de los que ir tirando. Nunca volvió a España, y acabaron perdiendo el contacto.

La hora, que pasaba ya la medianoche, empezó a pesarles. Lula dijo:

—Creo que me estoy durmiendo.

Pero él no la escuchó del todo. Estaba recordando de nuevo el sueño de la noche anterior, el lobo que aquella vez no había aullado ni estaba interesado en perseguirlo. Tan solo lo observaba con sus ojos color miel desde una distancia que no impedía contemplar su pelaje pardo ni sus costillas marcadas. ¿Existía realmente aquel animal o era únicamente su miedo?

Cuando volvió la mirada de nuevo, vio que ella estaba completamente dormida. Despertarla le pareció innecesario. Contempló su respiración pausada bajo el vestido amarillo y contó, una, dos, tres. ¿Cuántas veces más respiraría hasta que despertase a la mañana siguiente? La tapó ligeramente con una sábana que no la fuera a agobiar demasiado, y con un gesto de algo que se podría haber entendido como ternura, le apoyó la cabeza de pelo azul sobre una almohada.

Antes de apagar la minicadena, escuchó un par de versos de una canción de una banda de Barcelona que había visto tocar en directo en sus comienzos. Fue en un concierto sencillo en una playa de Sitges, un fin de semana de verano en que con su grupo de amigos alternaron baños en el mar y borracheras juveniles. Desde entonces no había dejado de escucharlos. La voz se abría paso entre la batería y las guitarras como si fuera un himno:

Ya empezó el segundo asalto

y esperaré el gran impacto,

golpea bien. Hazlo bien.

Y luego se retiró a dormir a la habitación con una sonrisa que nadie hubiera pronosticado a primera hora de la mañana.

La historia de Pájaro y el niño que no crecía

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