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LOS LÍMITES DE LA RACIONALIDAD

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“Nuestra razón, nuestra inteligencia, constantemente nos están probando que este mundo es atroz, motivo por el cual la razón es aniquiladora y conduce al escepticismo, al cinismo y finalmente a la aniquilación. Pero, por suerte, el hombre no es casi nunca un ser razonable, y por eso la esperanza renace una y otra vez en medio de las calamidades. Y ese mismo renacer de algo tan descabellado, tan desprovisto de todo fundamento es la prueba de que el hombre no es un ser racional” (p. 177).

Sábato opone, valorando, dos concepciones del mundo: el racionalismo sería negativo y estéril como posibilidad vital, el irracionalismo, fecundo y positivo. Su filosofía no es nueva ni original, adolece de los lugares comunes y de las contradicciones características de esta visión del mundo. Sábato llega al extremo de afirmar, por boca de Bruno, que el hombre no es un ser racional. El que reniega de la razón comprueba, racionalmente, que la razón no lo justifica, que solo le reporta insatisfacción, que no está de su parte; es el que ve que la razón lo condena a la muerte porque no sirve, reniega de la razón porque vive, con la razón, su propia derrota. Sábato no piensa así: yo y todos los hombres pensamos que la razón lleva a la aniquilación, por lo tanto la negamos, el hombre no es un ser racional. Sábato niega la razón en general y no su propia razón, lo que equivaldría a negar su ideología; apela a todos los matices posibles de las creaciones y recursos puramente “espirituales”, abstractos, imponderables, y que por su falta de contenido, su indeterminación, apuntan solo al vacío.

La esperanza sería uno de esos recursos que salvarían al hombre aniquilado por la razón: concreta un élan vital, el instinto de vida, el eros frente al thánatos racional. Pero la esperanza que se formula y se propone en Sobre héroes es una espera de algo indefinible, no de un paraíso o de un mundo mejor, ni siquiera una perfección o mejoramiento puramente individual, tampoco la simple espera de la muerte; la esperanza de Sábato es, simplemente, esperanza y nada más, carece de objeto concreto. Como la esperanza que adquiere bruscamente Martín, al encontrarse con Hortensia Paz, ese “dios desconocido”. Porque Martín, que había pensado suicidarse por desprecio a su madre e insatisfacción hacia las mujeres, que renueva su fe gracias a Alejandra, que nuevamente cae en la desesperación después de su experiencia con ella, recobra su fe en la vida por otra mujer, Hortensia Paz. Símbolo, apariencia de dios o casualidad, azar o destino. Sábato da una respuesta a la desesperanza de Martín, a su intento de suicidio y a su búsqueda de Dios, y esa respuesta es otra mujer, un ser humano pobre, bueno, generoso, madre, resignado, satisfecho y aun agradecido por su miserable situación: Hortensia Paz, que devuelve a Martín el impulso vital, es la antítesis del intelecto, la negación de la “razón aniquiladora”. La salvación está entre los humildes, su espiritualidad llena el vacío que nos dejan las neurosis de las clases decadentes; el populismo de Sábato, sin embargo, es insuficiente en la práctica, es absolutamente verbal, ya que lo que realmente confiere a Martín cierta fe en la vida, suficiente como para impedir el suicidio pero endeble porque lleva a una evasión, es la comunicación con una mujer al nivel simple de una regresión: Martín es un niño frente a la madre Hortensia, que lo recoge y lo cuida; la novela se cierra con otra comunicación, esta ya directamente fisiológica, Martín y Bucich orinan juntos. Y son, en cuatrocientas páginas, los dos únicos acercamientos reales entre seres humanos, no hay otro más: el amor no comunica en ningún plano, el intelecto es solo dominio de un personaje y asentimiento pasivo por parte de otros. El hombre, en Sobre héroes y tumbas, es un niño o un animal.

La esperanza es una fantasía, pero también un instrumento de conocimiento; Sábato siente que no solo hace amar a la vida, sino que revela un “Sentido Oculto de la Existencia (sic) que es más verdadero que la Nada” (p. 178). Ese sentido oculto queda, en la novela misma, oculto; la máxima profundidad existencial a que llegan los existentes de Sobre héroes son los mecanismos psicológicos; no hay nada que remita a un más allá, en los seres y cosas creados por el autor; si la esperanza confiere algo, es el puro y simple seguir viviendo. Esa esperanza como instrumento gnoseológico supondría una teoría aristocrática del conocimiento: solo los esperanzados, los que han recibido ese don –un poco milagrosamente, sin saber por qué medios y gracias a qué–, los elegidos, podrían captar el “Sentido Oculto”, esa realidad superior, cualitativamente diferente de la que resulta accesible a la reflexión discursiva.

Sábato abandona el agnosticismo luego de negar la razón, intenta encontrar salidas “constructivas”, no quiere que Sobre héroes termine como El túnel, pretende rescatar al hombre después de haberlo reducido a la más insignificante pequeñez, y alude a una instancia, clave en la novela, ya que da (junto a la esperanza) la razón del aparente reencuentro de Martín con la vida: lo comunitario. El simple entregarse a una tarea con otro y el sentirse necesario a los demás, aunque objetivamente no lo sea, confiere, según Bruno y según Martín (a través de Bruno y de Hortensia Paz) sentido a una vida.6 En la formulación de este principio ético y psicológico se evidencia la falta de objetivos concretos y la falsedad real de las construcciones “positivas” de Sábato: lo “comunitario” sería un fin en sí mismo, al que acudiría el hombre solo y atormentado por la incomunicación; el trabajo en equipo comunica a los hombres entre sí a través de cualquier objeto; no importa que en equipo se haga una guerra o simplemente se componga un tema de jazz. Pero lo que precisamente define a una comunidad y sobre todo a un acto colectivo son los fines que propone en común, el horizonte, el proyecto que aúna las voluntades individuales y las orienta en una dirección; la interiorización, por parte de cada individuo, de ese proyecto de todos, es lo que da sentido a su actividad y la constituye en acto colectivo. El trabajo con otros, simplemente, no es acto colectivo, comunidad ni trabajo en equipo y aún menos si se limita a satisfacer frustraciones individuales puramente psicológicas; “lo comunitario” que añora y recomienda Bruno es hacer cualquier cosa junto a otros con el fin absolutamente individualista de salir de la soledad.

Las postulaciones de Sábato –la esperanza, lo comunicativo, y, en otro plano, el arte como creación de otra realidad “más profunda y verdadera” que “recupere esa armonía perdida con el misterio y la sangre” quebrada por la cultura (con lo cual Sábato se coloca en la línea de los críticos de la cultura y de la idea de progreso, proponiendo una suerte de rousseaunismo estético)– son, tal cual están formuladas en Sobre héroes y tumbas, programas que no trascienden al individuo, cuyos objetivos son meras satisfacciones psicológicas, salidas falsas, mitos en tanto construcciones puras a las que atribuye un papel de realidad.

Y esas positividades son las que, sobre todo, hacen que la novela fracase, los intentos de echar luz y esperanza en un mundo que expresa incomunicación y derrota lo tornan equívoco, contradictorio y fallido; en El túnel Sábato fue más auténtico que en Sobre héroes y tumbas, cerró la novela en la soledad sin salidas, no intentó rescatar al hombre.

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