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MIGUEL BARNET:
EL MONTAJE DE LAS PALABRAS

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Canción de Rachel* nos propone, quizás definitivamente, un problema particular: la negación de lo “imaginario narrativo” y sus corolarios: la superación de la subjetividad creadora, la resolución de la dualidad realidad/ficción, y el surgimiento del escritor a partir de un contenido ajeno. Desde Biografía de un cimarrón**, Barnet crea una narración que él no inventó ni llevó a cabo; así, declarativamente, el autor cumple una función marginal: es un transcriptor, un mero intermediario entre la palabra de otro y la lectura. La materialidad de la escritura está llevada a su punto extremo: el escritor es simplemente el que dobla la representación: desplaza una palabra emitida por una voz a la letra escrita; la palabra como materia es el único material de su escritura; no crea personajes, situaciones, mitos, no se expresa, no irrealiza; corta, numera capítulos, titula, corrige, actualiza. Pero en ese acto crea un texto (y ese texto, que surge cuando Barnet registra en la escritura la palabra pronunciada, se recorta sobre la ausencia de quien la emitió y sobre la ausencia del mismo Barnet como interlocutor) y, de inmediato, el oyente, el etnólogo, el antropólogo, el historiador se transforman en lectores; el testimonio, la crónica, la historia se hacen literatura.

El texto surge de su lectura: Barnet es el primer lector de lo que será su obra; instauró el pasaje, antes de nosotros, de oyente a lector. Así, Barnet como escritor es ese hombre a través del cual la palabra de otro se constituye en discurso; y al asumir esa palabra el autor no se diferencia sustancialmente de su lector, es solo el que primero leyó. Nosotros constituimos una cadena de lectores segundos, que mantenemos con el lector primero una relación dual: por un lado recibimos una materia, una historia que él también recibió de otro; por otro lado somos lectores de la primera significación que él, primer lector, atribuyó y constituyó en esa materia ajena. (Barnet mantiene con el origen del material una relación de uno a uno; cuando él se constituye en origen del material, es decir en autor, ofrece esa relación a la mirada de otros). Y esa situación particular acerca a Barnet, como escritor, al estatuto específico del crítico y a las relaciones que este mantiene con su lector: por un lado una materia ajena, por otro una significación primera, escrita, que el crítico transmite a su lector. Barnet es el primer lector crítico de su propia obra: inicia, a partir del otro, la cadena indefinida de la significación.

Y sus dos modos de leer a los otros instauran dos correlativas formas narrativas. Biografía de un cimarrón marca el primer modo de lectura: Barnet lee en el negro ex esclavo de 104 años en un sentido etimológico; leer es elegir, reunir, apoderarse. Lo elige como testimonio privilegiado, reúne sus palabras, se apodera de su historia. El movimiento es el de la apropiación del material ajeno, el hacerlo suyo en bloque e instalarse en esa palabra, eligiéndola en su totalidad. Se constituye de este modo un espacio narrativo bidimensional de inclusiones recíprocas: Montejo está en Barnet y Barnet en Montejo, el otro es yo y yo el otro. Barnet repite el movimiento de “contar su historia” y lo ofrece, sustrayéndose desde adentro de la narración. Es que la distancia la pone el mismo Montejo, que fue cimarrón: se apartó rebelándose contra la injusticia de su tiempo y se plegó en la lucha por la independencia. Y el sentido de esa Biografía reside justamente en esa voz, en ese modo particular en que una sociedad revolucionaria se habla hoy de su pasado; ante esa voz ejemplar, casi sagrada, solo cabe introducirse y ordenar, aliviar de redundancias; si se agrega algo hay que fundar la separación física: como introducción o como notas fuera del texto, fuera del cuerpo de la voz. El esclavo es así la verdad del narrador.

Pero cuando las notas, objeciones, explicaciones, contradicciones o aserciones son llevadas al texto (cuando Esteban Montejo, nombrado, entra en el texto de Rachel), comienza el segundo modo de lectura, el de Canción de Rachel. Barnet rompe la simbiosis narrativa y surge el otro del otro; a la voz de Rachel se superpone todo un proceso: otras voces, textos de otros, cortes, distanciamientos que crean un espacio no ya plano sino en perspectiva: se inaugura una profundidad narrativa cuyo efecto es la constitución del escritor como ente autónomo. Es que la voz y la materia han cambiado. Ya no se trata del esclavo anónimo que se rebeló contra la opresión y cuya historia puede asumirse metonímicamente como la historia de Cuba; se trata de una corista cuyo esplendor coincide con el esplendor del teatro Alhambra y con el esplendor de un estilo de vida que Cuba reconoce como definitivamente pasado. Montejo y Rachel, ancianos, hablan de sus pasados; Barnet solo introduce el presente en Rachel; Montejo y Rachel hablan de sus cuerpos; Barnet coloca a otros cuerpos junto al de Rachel; Montejo y Rachel hablan de sus ideologías; Barnet incluye otra ideología –la del mismo Montejo– que la de Rachel. En ese movimiento narrativo nunca se trata de la voz del autor; siempre son otros los que hablan, escriben o simplemente están presentes. Pero de esos otros surge el no, la distancia, el tiempo, el diálogo, la movilidad, la contradicción. Barnet es así la verdad de Rachel.

De modo que una narración simbiótica corresponde a un personaje (para llamarlo de algún modo) que se distancia de su orden social rebelándose, y una narración distanciadora corresponde a un personaje en actitud simbiótica con su orden social. Y cuando el escritor debe fundar la separación y la distancia en el interior mismo del texto, cuando tiene que inventar el pasaje (entre el relato de Rachel y el mundo, entre el sí y el no, entre el afuera y el adentro, entre el entonces y el ahora) nace toda una dialéctica narrativa que en la historia de Montejo estaba ausente. Cuando Barnet confronta textos, voces y presencias de otros que Rachel en el pasado y en el presente traza un diálogo que puede esquematizarse así:

1) la canción de Rachel consiste en la exaltación afirmativa del cuerpo, en la alegría profunda, en la afirmación de su situación no contradictoria en el interior de una sociedad fundada en la escisión, donde su papel fue exclusivamente de ser cuerpo;

2) los textos y las voces de su época de esplendor confirman esa exaltación y alaban a Rachel en su cuerpo, en su atracción, en su situación de hembra;

3) voces actuales, testigos de su época, corroboran la escisión negando a Rachel en tanto no cuerpo: por ignorante, burda, no refinada;

4) pero el texto mismo de Rachel, sus palabras (emitidas en ausencia del cuerpo, negándolo ellas mismas, porque una palabra sobre el cuerpo o referida a él es ya un modo de síntesis) niegan desde el presente a los que la negaban. Ahora, anciana, irremediablemente anacrónica, desde la interioridad del recuerdo se constituye como interioridad, rebelándose implícitamente de su destino de cuerpo y negando la escisión de que fue objeto;

5) la negación de la escisión es negación, a través de su palabra, de la propia escisión; Rachel sigue pensando, sin embargo, desde la escisión cuando condena la lucha de los negros y a los negros mismos;

6) Montejo (un negro) y un revolucionario blanco asumen, desde el presente, la defensa de los negros que Rachel negaba y la afirmación de la rebelión contra la escisión; al negarla en los otros y en sí mismos, la niegan en su totalidad, incluyendo no solo la negación particular de Rachel (que se refería a sí misma) sino la negación del orden social que la fundaba, sobre el cual se erigió el esplendor y el destino de Rachel.

Y en esa dialéctica narrativa Barnet, en su segunda lectura, leyendo a Rachel y superada la simbiosis, se constituye él mismo como escritor.

Publicado en Los libros, n. 3, septiembre de 1969, p. 6.

* Miguel Barnet, Canción de Rachel, Galerna, 1969, 169 ps.

** Miguel Barnet, Biografía de un cimarrón, Galerna, 1968, 219 ps.

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