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Esa historia se organiza sobre un horizonte, el del análisis textualista, que, con variantes, llega hasta las últimas intervenciones de Ludmer. Ese modo de abordar la literatura latinoamericana registra el impacto del trabajo de Noé Jitrik y de la cátedra de Literatura Latinoamericana de la Universidad de Buenos Aires, que Jitrik dirigía, y de la que Ludmer participó durante los primeros setenta. Es también el efecto de una sincronía que puede verse en un conjunto de textos que a lo largo de la década comienzan a publicarse en todo el continente en la estela del estructuralismo. De 1972 es “Barroco y neobarroco” de Severo Sarduy, de 1973 es la primera edición de “El entre-lugar en el discurso latinoamericano” de Silviano Santiago, de 1979 es José Revueltas: una literatura del lado moridor de Evodio Escalante, todos textos que intentan pensar la posibilidad de una textualidad específicamente latinoamericana.

En esos años (los de su formación, según declara en “La crítica como autobiografía” [2009]) se diseña la máquina de lectura que hará nítidamente reconocibles las intervenciones de Ludmer. En efecto, sea cual sea su objeto, los artículos de Ludmer siempre leen un acontecimiento: la emergencia de una singularidad que permanece irreductible a sus condiciones de posibilidad, pero que, a la vez, solo puede pensarse a partir de esas condiciones. Desde su tímida presentación en “Ernesto Sábato y el testimonio del fracaso” (1963) hasta su gozoso colapso en “Literaturas postautónomas: otro estado de la escritura” (2013), la crítica es un emplazamiento inestable entre lo inevitable y lo inesperado.

El asedio a la singularidad depende en los textos de Ludmer de la constitución de dos instancias cuya relación asimétrica caracteriza el trabajo crítico. Por una parte, aparecen los órdenes, las repeticiones, las variaciones, los múltiples entes que constituyen una regularidad (lo público y lo privado en las novelas de Benedetti, la nación y el sueño en Sobre héroes y tumbas, el saber y el decir en la “Respuesta a Sor Filotea”, los regímenes de sentido en Santa). En los textos de Ludmer asumen diferentes pero significativos nombres: series, líneas, cadenas y, finalmente, fronteras. Por otra parte, entre las series aparece un elemento que las excede, que las lleva más allá de sí mismas para constituir un punto de suspensión (los héroes de las novelas postautónomas), de destrucción (el uso del policial en Dejemos hablar al viento de Onetti) o de desborde de las series (el uso de los pronombres en Elena Bellamuerte de Macedonio).

La máquina registra siempre esa tensión: la crítica es una crítica de serialidad.

Lo que vendrá

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