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CAPÍTULO IV



Mi cerebro no podía procesar con claridad aquel infernal ruido hasta que abrí los ojos, giré la cabeza y me quedé observando el despertador al lado de una botella vacía de Knockando. Me levanté medio zombi, me acerqué a la ventana y subí la persiana. Un haz de luz me cegó por momentos.

―¡Joder!

Hacía un día tan brillante que tuve que tapar mis ojos con la mano mientras frotaba los dientes al notarme la boca pastosa. Miré al suelo y vi una braguita tanga de color negro.

―¿Cómo es posible? ―mi mente era un hervidero― ¿Estuve anoche con una mujer y no me acuerdo? ¡Joder, cómo me duele la cabeza!

Me dirigí al baño para darme una larga ducha tonificante; el agua fue calmando la rara ansiedad que sentía; cuando, de pronto, me pareció ver algo a través de la mampara, como si fuera la figura de una mujer; me alerté y asomé la cabeza no viendo nada. Seguro que la resaca del whisky me la estaba jugando.

Me puse unos tejanos desgastados y una camiseta de color blanco con bambas del mismo color. Al ir a lavarme los dientes noté como un pequeño dolor en los caninos, pero lo alucinante eran las pequeñas manchas en ellos, como alguna pasta seca. Los lavé con fruición y luego me senté ante mi Underwood, esperando que alguna idea viniera a mi cabeza para llenar de frases estúpidas el papel en blanco y golpear sus teclas con fruición. Pero solamente conseguí llenar media papelera de hojas arrugadas y hechas una pelota. Me levanté y me fui a la calle. Necesitaba tomar un café y observar a la gente, sacar alguna idea que me hiciera ensamblar unas palabras con otras y crear algo digno de leerse. La actividad frenética del lunes por la mañana me distrajo por momentos mientras tomaba un capuchino en el bar de la esquina. Hubo un momento en que me quedé absorto hasta que una voz me hizo girar la cabeza.

―Tienes ojeras. ¿Mucha fiesta anoche?

La miré como siempre lo hacía: con ojos de cordero degollado. Observar su mirada fresca y penetrante, con unos ojos color miel increíbles que me aceleraban el pulso, y una figura grácil y estupenda que alineaba por la espalda con una larga cabellera rubia recogida en una cola de caballo. Alicia era una delicia.

―¡Supongo que sí!

―¿Supones?

No pude evitar una sonrisa.

―No recuerdo lo que hice. Quizá bebí demasiado.

Movió la cabeza cuando una amplia y preciosa sonrisa se dibujó en su rostro mientras bromeaba.

―Cuando te cases conmigo vivirás más tranquilo.

¡Casarme con ella! Ojalá fuera yo de esos, pues ella sería la candidata perfecta. Seguro que sabría hacerme feliz; pero soy un paria del amor, un rebelde y salvaje. Me acerqué y la besé en la mejilla.

―Tú sabes que, aunque no me case contigo, te quiero mucho, y no quiero que faltes en mi vida.

Ella soltó un suspiro.

―Me voy, que debo ir a trabajar. Algunos no tenemos la suerte de ganarnos la vida con la pluma y el pergamino.

Me acordé que tenía una reunión con mi editora. Seguro que me caería una bronca por no tener lista la siguiente historia de la saga «BCN vampire» que llevaba unos tres meses teniendo un éxito aceptable, con lo que mi bolsa se solía ver llena de billetes. Me dirigí al Paseo de Gracia en metro. Cuando llegué me quedé mirando la fachada del edificio donde se encontraba la editorial, muy antigua y muy bonita. Me pregunté cuánto valdría vivir en uno de aquellos pisos; quizá algún día pudiera permitírmelo. Cuando entré en el despacho de Marta esta me miró un tanto malhumorada.

―Muchacho, ¡está a punto de expirar la fecha de entrega de tu manuscrito! ¿Me traes algo?

Saqué a relucir mi mejor sonrisa y me senté en la silla de invitados.

―Estoy a punto de acabarlo.

Me miró de reojo con el escepticismo dibujado en su cara.

―¿Seguro?

―Pasado mañana lo tienes aquí.

Cambió la expresión a pícara.

―Entonces tendrás que compensarme con… ¿una cena por ejemplo?

Lo volvió a hacer. Me volvió a tirar los tejos. Marta era una mujer atractiva para la edad que tenía, pero no era mi tipo, así que tenía que echarle más imaginación para desembarazarme de ella que para escribir mis novelas.

―Tú sabes que algún día tomaremos algo juntos, pero ahora me debo al próximo capítulo de la saga. Porque si no, tomaré algo con una mujer cabreada.

Me levanté y cogí un caramelo de la tacita que había encima de la mesa. Luego sonreí, me encogí de hombros y me dirigí a la salida.

―Ha sido una reunión corta, pero intensa, señora editora.

Mientras me perdía por la puerta ella solo se fijaba en mi trasero. No pude evitar sonreír de nuevo.

Una vez en la calle volví a coger el metro y me fui hasta el Paseo de Sant Joan, a la biblioteca Arús, a ver al hombre que me dio la idea de que escribiera la saga. Vladimir Kälugärul, un rumano de pelo largo y una mirada negra como la noche, afincado en Barcelona desde hacía muchos años; un tipo interesante a la vez que misterioso. Cuando llegué estaba inmerso en la lectura de un libro que parecía muy antiguo.

―Vlad, amigo, se me escapan las ideas.

Su voz era suave y su manera de expresarse muy lenta, como si diera una lección con cada palabra que decía.

―Querido Radu, la inspiración nos vendrá por gracia divina, por aquel que es portador de la luz.

Nunca supe por qué me llamaba Radu y no por mi nombre que es Salomón.

―La verdad es que cuando estoy contigo se me llena la mente de ideas. Tenemos que vernos más a menudo, así seré el escritor más prolífico de la ciudad.

Él levantó la vista del libro y la fijó en mí mientras esbozaba una extraña sonrisa. Estuvimos hablando sobre su tierra y los seres míticos que la poblaban en sus tinieblas: los vampiros, empapándome de su sabiduría. Luego nos despedimos.

―Me voy, y ya sabes amigo, tenemos que vernos más a menudo.

Salí de la biblioteca mientras él me miraba cuando me iba. Susurró algo muy bajo que nadie oyó.

―«Muchacho, nunca te acuerdas de que nos vemos cada noche».

Bajó la mirada y siguió en su estudio.

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