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CAPÍTULO XVI



Más que la herida y los golpes, a Adrián Garrido le dolía el orgullo. No se explicaba cómo pudo dejar escapar al principal sospechoso cuando ya lo tenía en sus manos. En el hospital de La Santa Creu de Sant Pau le advirtieron que sería recomendable que se quedara en observación durante cuarenta y ocho horas, pero la rabia le hizo contestar un «y una mierda» a la doctora, y aunque le dolía la cabeza, salió de allí en dirección a la comisaría. Cogió el metro de la L5 en la parada de Sant Pau/Dos de Maig y puso rumbo a su trabajo. Mientras iba en el vagón no paraba de mirar hacia todos lados con expresión malhumorada. La gente lo miraba, pero cuando se cruzaban con sus furiosos ojos apartaban rápidamente la vista. Giraba la cabeza de un lado a otro, creyendo ver Gótik’s por todas partes. Se había obcecado con la idea de que se le había escapado Salomón, y una furia interior le hacía temblar levemente. Decidió bajarse en la estación de Diagonal y fue testigo inoportuno de un hurto en el andén de la estación. Mientras el tren estaba parado, había un tipo calvo con un polo de color rosa que se acercó a una señora mayor preguntándole por Las Ramblas, mientras que una mujer sujetaba las puertas del vagón para que no se cerraran y otro individuo cortaba con un cúter la parte baja del bolso de la víctima y lo dejaba vaciar en una bolsa. Algunos pasajeros se dieron cuenta y comenzaron a gritar: ¡carteristas!; Garrido intentó abrirse paso entre el gentío para coger al de la bolsa, pero entró en escena una pareja de vigilantes de seguridad que se lanzaron en pos del calvo, y el de la bolsa salió corriendo, yendo Garrido tras él, y los vigilantes se dieron cuenta y uno de ellos sentenció:

―Vamos a por esos dos que están corriendo.

Se inició una persecución de la cual los vigilantes salieron victoriosos, atrapando a los dos individuos. Hubo un forcejeo y Garrido le soltó un puñetazo a uno de los vigilantes que lo dejó fuera de juego mientras el otro estaba enzarzado con el carterista. Garrido no se cortó un pelo y soltó toda su furia en forma de golpe con el puño cerrado que acabó en la cara del ladrón. El vigilante se quedó alucinado.

―Tío, tú le pegas a todo el mundo; a mi compañero, al tuyo…

Lo miró furibundo.

―No es mi compañero, soy policía, gilipollas.

Al vigilante le salió la vena irónica.

―¿Policía, gilipollas; o policía gilipollas?

Garrido lo cogió por la pechera.

―Vuelve a abrir la boca y te parto la cara.

El vigilante no se amilanó.

―Está bien, yo me callo, pero por lo menos enséñeme la placa y la TIP.

―Vigilantes listillos.

Le mostró la documentación y el otro se disculpó. Garrido avisó a sus compañeros y el vigilante pidió una ambulancia por posibles lesiones. Cuando llegó una patrulla, el inspector se fue sin despedirse. Comenzó a bajar por la Rambla Catalunya girando por Plaça Catalunya hasta Vía Layetana. Cuando iba llegando a comisaría se fue acordando de lo sucedido y ello rebajó su malhumor haciendo que una sonrisa aflorara en su rostro.

―Vigilantes listillos ―musitó

Al entrar un compañero lo saludó:

―Pareces que estás de buen humor hoy, Garrido.

Lo miró con sarcasmo.

―Si yo te contara...

―¿No estabas en el hospital?

―¿Ya sabéis lo ocurrido?

―Bueno, no todos los días se le escapa a uno un sospechoso ayudado por… dos «draculines».

Y soltó una tremenda risotada, cosa que hizo que le volviera el malhumor.

―¡Mierda!

Se sentó en su mesa y al abrir el cajón de arriba se encontró una pequeña estaca con una leyenda que decía: «caza vampirillos». Puso cara de fastidio y comenzó a oír risitas tras de sí. Volvió la cabeza y todos se metieron en sus quehaceres. Una voz estridente y grave llamó su atención.

―Garrido, a mi despacho… ¡Ya!

―Sí, comisario. Joder vaya día de mierda.

Una vez estaban los dos solos hubo un largo silencio que rompió su superior.

―¿Qué haces aquí?

―Mi trabajo.

―¿Qué es…?

―¿Qué juego es este?

La cara del comisario se ensombreció.

―Mira Adrián, la cuestión es que esto no es ningún juego. Primero dejas escapar a un sospechoso, luego te vas del hospital donde te recomiendan quedarte ingresado, y no contento con ello te metes en una trifulca entre carteristas y seguratas. ¿Qué coño te ha pasado hoy?

―Es la primera vez que me pasa.

―Lo sé, por eso te lo pregunto. Mira, no sé qué coño está pasando últimamente, y me refiero a tu caso, parece que la gente se ha vuelto loca de repente en esta maldita ciudad.

―No entiendo; me voy acercando cada vez más.

―Confío en ti, pero no dejes que este caso surrealista te mine. Ten cuidado.

―Sí, jefe.

Hubo un silencio.

―Venga, vete a casa hoy y descansa. Quiero al sospechoso lo antes posible aquí para interrogarlo.

―Estaré en mi mesa.

Y salió del despacho justo cuando entraban dos hombres muy bien trajeados y con caras de póker.

―¿El comisario Carles Puig?

El jefe puso cara de sorpresa.

―Yo mismo.

Los dos hombres sacaron sus credenciales.

―Somos de Inteligencia.

―¡El CNI!

Garrido ya pensaba en nuevas estrategias para coger a Salomón. Debió adivinar que aquellos dos individuos eran cómplices suyos y se maldijo por ello. Ahora tenía que acercarse mucho más al mundillo gótico y si hacía falta se disfrazaría de draculín para coger a Salomón. Las sospechas vinieron al leer «BCN Vampire» La sombra del diablo, ya que en uno de los pasajes el autor describe un asesinato y posición de las víctimas como si hubiera estado allí, contando incluso un detalle que no se había hecho público. Sí, Salomón Dark sabía más de lo que parecía y él le sacaría la verdad en cuanto lo cogiera.

Al cabo de media hora se fueron los hombres de negro y el comisario salió de su despacho.

―Adrián ―llamó desde la puerta―, a mi despacho.

Cuando estaban sentados, uno frente al otro, el superior del inspector frunció el ceño.

―Lo que te voy a decir es una orden y no admite réplica, viene del Ministerio del Interior y de instancias aún más altas.

―¿Y cuál es esa orden?

―Deja en paz a Salomón Dark.

La cara de Garrido se descompuso.

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