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CAPÍTULO IX



Sentí un escalofrío cuando recobré la consciencia. Tenía la sensación de haber estado durmiendo un siglo; mi cuerpo fue recobrando el tacto a la vez que una serie de imágenes inconexas cruzaban por mi cabeza; abrí los ojos lentamente y contemplé un cielo limpio de nubes; un sonido suave dulcificó mis sentidos, era el de los pájaros anunciando el amanecer. Me incorporé despacio para ver que había estado tumbado en un banco de un parque. Me froté las sienes en un intento de conectar con la realidad, pero una sensación desagradable parecía recorrer mis venas; miré a mí alrededor y comencé a reconocer el Parque de La Ciutadella. Me incorporé, todavía exhausto y con la cabeza embotada me puse las gafas de sol y miré hacia todos lados hasta que mi vista tropezó con un bulto en el suelo al lado de otro más pequeño. Como un autómata me dirigí hacia el mismo hasta que frené en seco, y una arcada involuntaria me hizo vomitar. Una muchacha vestida con un chándal pasó corriendo hasta que también lo vio y, sin poder dejar de mirarlo, soltó un tremendo grito de horror; yo me acerqué temblando, conmocionado, y me agaché para comprobar que la joven en el suelo tuviera pulso, pero no, estaba tan muerta como el pequeño bultito al lado de lo que parecía ser un feto nacido antes de tiempo; eso hubiera pensado si no fuera por la carnicería que teníamos ante nosotros. La chica del chándal se tapó la boca hasta que reparó en mi presencia; sé que le dije algo, pero al hablarle ella comenzó a retroceder, y gritar aún más si cabía, mientras me señalaba con el dedo. Yo me quedé estupefacto, hasta que una lucecita se dejó caer por mi cerebro, y sin saber muy bien por qué, salí corriendo de allí como alma que lleva el diablo. Crucé el Paseo Lluís Companys y el Arco de Triunfo como una exhalación para acabar andando con rapidez por el Paseo Sant Joan, cuando vi que alguien me hacía señas desde la puerta de la biblioteca Arús. Al principio no lo reconocí, hasta que me di cuenta de que era Vlad. Fui corriendo a su encuentro.

―Radu, estás pálido como la nieve. ¿Dónde te habías metido?

Lo miré extrañado por la pregunta, pero le conté lo que había visto en el parque. Él se quedó pensativo durante unos instantes.

―Es la segunda vez que ocurre. Entra conmigo, no debe verte nadie por ahora.

Yo no entendía nada, ni dónde había estado, ni qué pretendía Vlad, pero le seguí. Entramos en una estancia de la cual en lo único que me fijé era en una tremenda espada colgada en la pared. Vlad estaba delante de mí, dándome la espalda; me acerqué a él y al darse la vuelta sentí un pinchazo en el hombro.

―¿Qué? ―y se hizo la oscuridad para mí…

Vlad miraba mi cuerpo inerte con frialdad.

―Esto lo hago por ti, mi querido Radu. Todavía no es el momento de que sepas la verdad; y hasta entonces debo protegerte.


Sobre las doce de la mañana lucía un sol imponente, y al abrir los ojos no recordaba nada de lo pasado, y la luz que entraba por la ventana comenzó a molestarme. Al incorporarme, miré la mesita y el suelo de toda la habitación, pero ni rastro de botella de whisky ni de tanguita de mujer.

―Creo que es hora de ir al médico. Me está dando la impresión de que me estoy volviendo loco.

Me di una ducha que duró media hora, luego me hice un café bien cargado, recobrando energías. Intenté recordar algo de la noche pasada, pero no había manera de hacerlo. Me dirigí al despacho para ver si por lo menos podía teclear algo, y al llegar a la mesa vi que no había ningún folio, ni en esta ni en la máquina. ¿También olvidé eso? Y de pronto me acordé de Marta, el cabreo que debería tener conmigo sería mayúsculo. Maldije en alto, ya que ella esperaba la nueva entrega y no tenía nada. Parecía que mi vida se estaba yendo al traste. Me senté en el sofá del comedor y estuve pensando durante un buen rato, y decidí que lo correcto era llamarla y decírselo. Marqué el número de la editorial y me encomendé a todos los santos.

―¿Sí?

Era ella.

―Hola Marta, yo…

―Hombre, Salomón, ya era hora.

―Deja que te explique.

―No hay nada que explicar. Déjame que te dé la enhorabuena. ¡Menuda historia!

Yo me quedé totalmente descolocado.

―¿Cómo dices?

―«BCN Vampire» La sombra del diablo es una pasada. Ven aquí al despacho, queremos celebrarlo contigo. Comeremos tú, Esteban y yo. Eres genial.

Me colgó.

Y yo me quedé como un tonto ante el auricular.

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