Читать книгу Los habitantes del colegio - Juan Diego Taborda - Страница 7

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Sombras a lápiz

Él era un experto en matar las sombras. Desde preescolar, cuando Valentina lloraba su ingreso al colegio, porque no quería entrar a clase por no dejar a la mamá, supo que las tristezas se acumulaban en las sombras proyectadas por los cuerpos. Un día, cuando el llanto de Valentina colmó su paciencia, corrió apresurado con su lápiz 6B, el de dibujo, para enterrarlo en un ojo de su compañerita, pero tropezó y cayó con la punta firme del lápiz en la sombra de Valentina; sombra que se desvaneció tal cual la tristeza de la niña. Aquel año, 2003, mató las tristezas de sus compañeros de preescolar, quienes en vez de agradecerlo llenaron sus corazones de terror, porque notaron que un cuerpo sin sombra envejece diez años en uno. Él tiene trece años, sus compañeros de preescolar murieron de viejos.

Se sienta en la fila cuatro, frente al profesor. Los compañeros, que no quieren estar allí, hacen un arco alrededor suyo, intentando evitarlo: sus miradas, su presencia, su contacto... Temen perder sus sombras. Quisiera sentirse libre. Lo único que lo acompaña es la música. Cada vez que puede, reproduce el ritual: celular, audífonos, música. Cuando escucha música cierra los ojos, se desprende del mundo de las sombras de sus compañeros, alegra su corazón: siente literalmente volar su alma.

El lunes pasado, sentado en las escalas que dan a la cancha, junto al árbol de guayabas, con sus audífonos puestos en los oídos, escuchaba su canción favorita. Sara, que había llegado triste porque había terminado con su novio, sintió un escalofrío en el cuerpo cuando se apercibió de que él la miraba desde lejos: era morir o matarlo. Él cerró los ojos para no mirarla y se concentró en una canción; ella, con su lápiz afilado para la tarea, corrió hacia él. Se lanzó para traspasarlo con el lápiz, y le cruzó el alma que, al son de la música, salía de su cuerpo.

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