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QUE SEA UN MOTIVO (Jaime Jaramillo Uribe)

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Leo en la prensa que se murió en Bogotá*, casi de cien años, Jaime Jaramillo Uribe, uno de los historiadores más importantes de Colombia, si no el más importante o al menos el que más influyó en todos los demás. Y si no lo hizo de forma directa con su pensamiento y sus preguntas y sus métodos, sin duda sí como un precursor (un ejemplo) que contribuyó como nadie a mejorar la manera en que aquí se estudiaba y se entendía el pasado.

En el caso de Jaramillo Uribe, con una vida tan larga y tan llena de realizaciones, claro, la muerte no significa tanto una sorpresa como el recordatorio nostálgico de que aún estaba vivo. Pero debe significar también, y sobre todo, una oportunidad y un pretexto para volver a su obra: para leer otra vez sus libros o para descubrirlos; para renovar con ellos algunas de las ideas más lúcidas e interesantes que se hayan dicho sobre lo que es este país.

Un país, qué extraño, del que se podría decir que ha tenido mejores historiadores que historia, mejores intérpretes del pasado que fortuna en él. Mejor historiografía que suerte, y quizás lo uno por lo otro, no lo sé. Pero escribe uno nombres al azar, casi sin pensarlos, y ninguno sobra y faltan muchos, más bien: Joaquín Tamayo, Luis Ospina Vásquez, Margarita Garrido, Santiago Castro-Gómez, Jorge Orlando Melo, María Clara Guillén…

En fin: gente muy valiosa –y toda la que falta, ya digo– que se ha ocupado de nuestro pasado y lo ha cuestionado y ha tratado de entenderlo y recrearlo, de volverlo presente porque todo pasado siempre lo es. Cada quien con sus más y sus menos, con sus sesgos, sus ideas, sus diferencias y obsesiones; todos con las limitaciones propias de su época y de su vida, faltaba más, ya lo decía Lucien Febvre: «Toda historia es hija de su tiempo».

Y en esa tradición, la de nuestro pasado hecho ciencia, por feo que suene, y suena horrible, la obra de Jaime Jaramillo Uribe fue definitiva, un antes y un después. Por los instrumentos de otros saberes, como la sociología o la demografía, que incorporó en sus reflexiones; por los debates que propuso o que trajo de afuera para enriquecer las interpretaciones que aquí se hacían todavía muy a la antigua, demasiado a la antigua.

Pero ante todo, creo, por su ausencia total de dogmatismo: por su afán sincero de comprender, que en sus textos se percibe siempre abierto y generoso, lleno de dudas y de preguntas más que de respuestas a la brava y atropellos al lector. Jaime Jaramillo Uribe es un ejemplo en este país de lo que es de verdad un pensador liberal, aquí donde ese adjetivo está tan devaluado y manoseado por quienes son su negación y lo llevan en el pecho.

Es que era tan liberal Jaramillo Uribe que fue quien mejor entendió, por no decir que fue el único que lo hizo, a don Miguel Antonio Caro. Yo recomiendo siempre un libro suyo que se llama La personalidad histórica de Colombia: una selección de algunos de sus ensayos, en donde aparecen todos sus méritos intelectuales: su curiosidad, cuando habla del Romanticismo; su agudeza, cuando reivindica el espíritu mediocre de este país…

Y recomiendo también, por supuesto, su obra maestra, El pensamiento colombiano en el siglo XIX: una profunda disección, autor por autor, de una sociedad cuya mente estaba todavía (y está, quizás) en la Colonia, pero que trataba de ser moderna a pesar de sus estructuras señoriales. Un país contradictorio y feudal que decía ser democrático y pocas veces lo fue de verdad.

Que la muerte de Jaime Jaramillo Uribe sirva para recordar su vida. Sobre todo ahora que se habla al mismo tiempo de la memoria y de la inutilidad de las humanidades.

Que sirva para volver a sus libros, que hicieron mejor nuestra historia.

Calamares en su tinta

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