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Prefacio Propósitos preliminares a un reencuentro con la obra narrativa de Juan Godoy
ОглавлениеPor Waldo Rojas
Nacido en Chillán el 7 de junio de 1911, el novelista Juan Godoy Corbalán falleció en Santiago a comienzos de enero de 1981, al cabo de un repentino trastorno de salud, poco antes de entrar en sus setenta de edad. Si bien la persona del escritor, hombre de deambulación urbana y de sostenida sociabilidad de bar, su nombre, en el ámbito literario público, como por lo demás el de otros notables escritores de su generación, se había ido recluyendo en un cobijo legendario, difuminado, es cierto, pero sin esfumarse del todo de la ya frágil memoria cultural chilena que el borrón y cuenta nueva del régimen militar contaba dar de baja junto con el pasado democrático del país.
Vino a resultar, por lo mismo, el hecho doblemente inusitado de toda una serie de notas y artículos de prensa aparecidos a partir del día siguiente mismo de conocida la fecha de la muerte del creador del «angurrientismo» literario chileno. Propósitos todos amparados en un cierto sentir de pesadumbre ordinaria ante la desaparición de un escritor meritorio, y de menos usual compunción, un si es no es culposo, por el hecho de haber sido su partida la ocasión tardía de restituir su figura en el debido sitio del horizonte de nuestras letras.
«Un Maestro», intitula con significativa concisión su crónica emotiva el poeta Miguel Arteche, ex alumno suyo del Instituto Nacional, evocando un encuentro casual de pocos meses antes:
Pensé en 1942 ó 1943. Pensé cómo él me había enseñado –entonces no lo sabía– el amor por la palabra. Pensé en esos años, cuando ni siquiera había pasado por mí la idea de escribir un solo verso. Pensé, después de todo, que nunca se sabe a quién se debe lo mejor que hay en nosotros. Pensé que si alguien se salva, lo debe a veces, a un solo gesto, a esa anónima voz que en cierto día perdido, en horas de desesperación, alguien, tal vez el más humilde, dejó en uno. (…) Así con él. No por ser anónimo –ni mucho menos– sino por creer yo que mi continua lucha con la palabra, para vencerla, la debía a otros, y no, en parte, a su lección. Él, que era –en ese tiempo–, y lo es, uno de los mejores escritores de Chile. Él, que fue postergado y silenciado por otros que no valían lo que él valía, ni tenían su talento, y hasta disfrazaban su mediocridad detrás de la mala política1.
Luis Sánchez Latorre, Filebo, entonces presidente de la Sociedad de Escritores de Chile, escribe por su parte:
(…) a las cinco y media de la tarde, se derrumbó sin aviso esa institución mitológica de nuestra literatura secreta que fue Juan Godoy. Un documento inteligente y amplio del decir popular chileno en los fueros del idioma de Castilla. Sobreviviente de mil hecatombes de Dionisos, parecía destinado a la muerte abrupta en la calle, ‘rúa mordida de trumao’, o a quebrar sus huesos en el simposio delirante.
No. Decididamente no. Juan Godoy murió en la cama, acribillado por la bronquitis y las toses, ay, que, entre cigarrillo y cigarrillo, lo iban desgarrando. (…) Profesor de la Escuela Nacional de Artes Gráficas (la única, la primera que fundó el gran Gómez Matus), profesor del Instituto Nacional (¡vaya qué establecimiento este último, merde!, porque, ¿dónde encontrar más rango? Juan Godoy ganaba el asombro y la reverencia de sus alumnos. Demostraba el movimiento andando. De Berceo a Neruda, su versación no tenía fondo. Era el más grande.
A sus bienes pingües sumó la pobreza digna y memorable de una existencia engallada, sólida, firme, como su ‘apetencia vital de estilo’. Si le echamos poca tierra –concluye Filebo–, volverá a resucitar…
Como algunos de sus contemporáneos más o menos próximos en edad y opciones de pluma, Altenor Guerrero, por ejemplo, se suma a estos homenajes póstumos de espontánea, franca, sinceridad:
Juan Godoy había ingresado a la posteridad hacía ya mucho tiempo, acaso cuando escribiera su primer libro: Angurrientos (…). Juan Godoy debió obtener el Premio Nacional de Literatura. Nunca aspiró seriamente a él. Ya le habían dado el premio los críticos: considerarlo el mejor estilista de la literatura chilena.
O el mismo Edmundo de la Parra, uno de los fundadores, en 1941, del Teatro Experimental de la Universidad:
Y qué decir del fabuloso Juan Godoy (…) Una mente analítica, para hacer del lenguaje una perfección, una permanente sonata de estilo y belleza, gozador de la palabra y del pensar.
O bien un periodista buen conocedor y frecuentador de la noche santiaguina, como Raúl Morales Álvarez, quien concluye su crónica:
Al filo de (su obra), a la vista de todos, Juan Godoy se revela como el más excelente escritor de su generación, el mejor de los mejores, sin ninguna duda, en el manejo del idioma y del estilo, el hechizo verbal donde Juan Godoy continúa existiendo, en el goce de una completa vida eterna.
Y también, no menos pertinente, el recuerdo de Jorge Arrate, ex alumno del Instituto Nacional, quien fuera ministro de Educación y del Trabajo durante los gobiernos de Patricio Aylwin y Eduardo Frei Ruiz-Tagle, en su intervencion con motivo de la tercera edición de Angurrientos, en 1996:
Yo el recuerdo que tengo es su modo de andar… su rostro, una boina y los complementos directos e indirectos. Yo me sentaba en el marco de las ventanas porque no había pupitre para mí cuando asistía todo el curso. Cuando faltaba alguien yo me sentaba en el asiento del que faltaba. Y no me he olvidado, aunque recién con el curso de los años y del tiempo le he dado su real significado. Una vez que no tuve asiento en el pupitre, Don Juan Godoy tomó su silla la puso al lado de un pupitre y me la ofreció para que me sentara. Era un hombre que siempre se preocupó no por los que tienen pupitre, sino por los que se sientan en el marco de las ventanas.
Las coincidencias de apreciación póstuma de la persona y obra del escritor Juan Godoy, de parte de personas de edades diferentes o disímil inserción en el ámbito cultural chileno, tendría de qué sorprender. De hecho dan testimonio de un autor que fuera conocido ampliamente no sólo por su especial forma de sociabilidad, como fuera la suya, sino leído desde temprano, incluso antes de que su primera novela fuese editada. Se sabe, en efecto que en aquel ambiente polémico de puesta en cuestión de vastas dimensiones de la realidad social y cultural chilena que va a caracterizar los últimos años del decenio de 1938, Juan Godoy había concluido hacia 1939 el manuscrito de su Angurrientos, y hecho circular entre sus amigos y colegas más cercanos antes de ser publicada en 1940. Su acogida, como también se sabe, fue inmediata entre lectores de ese momento también muy diversos.
Valga citar in extenso una de las primeras reseñas críticas publicadas sobre la segunda edición de Angurrientos, debida al profesor Cedomil Goic:
Juan Godoy (1911) es uno de los más notables novelistas de su generación. Su obra conocida se inicia con la publicación de Angurrientos (1940), novela que tiene ahora, veinte años después, su segunda edición. A esta novela siguió La cifra solitaria (1945), donde se aligera, se poetiza más y se llena de encanto su mundo novelesco. Un inspector de sanidad (1950) y El gato de la maestranza (1952) son libros de cuentos llenos de humor y poesía, de ternura y sentimiento. Finalmente, Sangre de murciélago (1959) remata, en el año que corre, estos veinte años de labor creadora, constante y valiosa.
Angurrientos, novela un mundo de ultramapocho, trans-cristobalino; escenario popularísimo de miserables galleros, hampones, abasteros, albañiles o picapedreros. Esta preferencia de Godoy es también de su generación, cuya nota popularista, plebeyista, le es grandemente peculiar. Pero Godoy no ha hecho realismo social y ésta es su virtud propia y diferencial. (…) Su prosa narrativa, de proliferante imaginería y matizado estilo, de acentuada propensión pictórica –prosigue C. Goic–, desenvuelve con eficacia el mundo sensual en que se ocupa. La condición de estilista de que goza Juan Godoy es única en su generación. Tiene un real dominio y conocimiento del idioma y de sus posibilidades, de la lengua culta y de la popular. Ningún escritor de su generación, embarcado en la imaginería que caracteriza a la novela de un extenso período, consiguió triunfar sobre la materia como Godoy. En cambio, lo frecuente es el abuso de una imaginería trabajosa, ineficaz, pintoresca, que suele conceder a la prosa, al tono y a la perspectiva narrativa una rara siutiquería. El empleo de esta prosa pasa por ser un rasgo generacional en la novela del 38 o 40.
A veinte años de su primera edición, Angurrientos aparece como una obra representativa de nuestra historia literaria, señalando, en su forma óptima, las preferencias que se harían comunes a una generación2.
En fechas ya más recientes, el profesor Román Soto apunta en un vasto ensayo crítico:
Se lee Angurrientos (…) como las voces que se oyen en la calle o entre las mesas de un bar. La novela de Godoy es una novela callejera y de taberna: allí reside su poderosa y cautivante ambivalencia. Une tanto la vitalidad, el movimiento, los aromas y las formas de la calle, y la suciedad y colorido de los depósitos de vino clandestinos, como su precario, pero perversamente atrayente, desamparo. Angurrientos es una novela sensual (…), carnavalescamente grotesca. Apela constantemente a los sentidos: sus metáforas (…) construyen cuadros que integran diversas relaciones sinestésicas que unen lo visual con lo táctil, lo auditivo, lo olfatorio y el gusto: lo sexual3.
Esta novela, como es cosa sabida y aceptada, dará rápidamente origen a una nueva corriente de nuestra narrativa chilena. En cuanto a la procedencia y significados de dicho término «angurriento», el profesor Luis Muñoz, en su diccionario de movimientos y grupos literarios chilenos, lo explica como una «invención» del autor proveniente del chilenismo «angurriento», el que tiene como significado «hambre canina», «hambre del pueblo». Godoy transfiere dicha interpretación hacia el ámbito espiritual e intelectual, en donde el «angurrientismo» se transformaría en una percepción abarcadora y comprensiva de lo humano, de su «apetencia vital de estilo».
Sin entrar en precisiones de orden técnico literario, se puede avanzar que lo propio de la escritura planteado en la novela de Juan Godoy redunda en descoyuntar el orden narrativo y las premisas secuenciales de la corriente «criollista», a la que en cierto modo la obra de Godoy tendía a poner término. Al decir de Víctor Hernández, en su «Aproximación a Juan Godoy y la Generación del 38», el trabajo literario de Godoy se basa en un cierto «orden desordenado» y, citando un propósito de Román Soto, agrega que en el caso de «Angurrientos se lee o más bien se la escucha, como las voces que se oyen en la calle o entre las mesas de un bar»4. Por otra parte –prosigue Hernández–, se enfatiza socialmente el concepto del Roto y ello atraviesa toda la obra de Godoy. Pero a diferencia de otros autores que suelen polemizar en torno a la figura de este personaje popular chileno, en muchos casos ridiculizándolo, en Godoy, en cambio, el Roto adquiere dimensiones continentales»5.
El tema socio, cultural de dicho personaje había sido objeto de un ensayo de Juan Godoy paralelo a la novelización del «angurriento»:
Para una comprensión del roto, fuera menester escarmenar un conjunto de circunstancias geográficas, históricas, económicas, de raza, etc. –¿A qué llevarían tales cosas?– y diferenciar los productos sociológicos de ellos derivados. Acaso obtuviéramos un resultado científico, muy objetivo, pero ¿cómo separar lo que el roto es de lo que pensamos es el roto? ¿Cómo separar nuestro ser real que somos en sí, de nuestra voluntad de ser o no ser? Sin embargo, cada chileno tiene una vivencia del roto y distingue lo auténtico «rotuno» de lo que es falsificación y límite.(…). El roto tiene un origen campesino. Pero es un producto de selección. Quiso ver lo que pasaba más allá de los rincones de su campo. No lo limitaron los horizontes. No vio la cordillera como problema sino como una pura ola muerta. ¡En nuestro Chile, que es como un gran surco de olas! Rebelde de las encomiendas, cae en el bandidaje o huye del campo a los grandes minerales de esta tierra.
El huaso es limitado, torpe, suspicaz. Su sentido de la propiedad se le ha hincado en la carne. A causa de su labor agrícola, lo caracteriza su previsión económica. Vive para la tierra y sus animales. Arranca sus fuerzas de la tierra.
El roto saca de sí mismo todas sus riquezas. Se tiene. Es dueño de sí. Por esto es capaz de todos los heroísmos. Se le encuentra en el fondo de las minas de carbón. O despanzurrando la pampa trágica. En todos los minerales. Y las fábricas. Es un borbotón de vida domeñando las fuerzas ciegas de la materia inerte.
El huaso vive domeñando a la propia vida.
El roto, el costino y el minero, son hermanos trágicos. Viven el instante. Exponiendo sus vidas. Son dueños de sí. Dueños de nada»6.
La condición de «angurriento», percepción abarcadora y comprensiva de lo humano, de su «apetencia vital de estilo», concierne, sin embargo, en el cuerpo de Sangre de murciélago, una gama social amplia y en cierto modo vertical. Hospedados en el recinto del «Instituto de Toxicómanos» o «Instituto de Reeducación Mental», los personajes de esta tercera novela de Juan Godoy en su disparidad y multitud se avienen en una común apetencia dipsómana:
Toxicómanos, bebedores pantagruélicos –escribe Jorge Jobet–, Juan Godoy es uno de ellos. Su embriaguez adquiere los contornos de lo nacional. No pudo ser reeducado. Bebe como de costumbre, echado a la espalda el fracaso de la teoría freudiana, del psicoanálisis, de la psicología terapéutica, de los pobres recursos de la ciencia médica. Novela en parte autobiográfica, espesa y clara, deforme y clásica, idealista y tétrica, como una inmensa borrachera que pasa por todos los grados de la ilusión y la catástrofe, contada con la serenidad rural del paisaje y con la fuerza atormentada de la inteligencia herida por el ramalazo de los vinos anteriores. Grupo de alcohólicos de elevado nivel intelectual. Artistas, médicos, profesores, carabineros de alta graduación, funcionarios especializados y otros de parecido linaje.
El título de la novela remeda el apodo dado al personaje de un marginal dipsómano, y alude a la virtud curativa legendaria de la sangre del quiróptero, entre otros males el del «horrendo problema del alcoholismo que roe a nuestro pueblo». En cierto modo el narrador central hace acopio de vivencias o contenidos de conciencia autobiográficos y se desdobla a través de esos mismos ecos en cada uno de sus interlocutores: les presta su lenguaje. A lo largo de toda la novela abunda justamente en un léxico de voces (sustantivos, adjetivos, verbos) colectadas de un castellano selecto, clásico, formas inusitadas en los usos de nuestra prosa narrativa, como es asimismo el empleo aquí frecuente de pronombres enclíticos o el recurso del voseo reverencial en el curso de pláticas ordinarias.
Por eso –prosigue Jobet–:«No debe extrañar la naturaleza insólita, ingeniosa, irónica, trascendental del diálogo de estos alcohólicos que, al igual que los locos, en las noches “tejían –arañas mentales– sus sueños invisibles”, y en cuyo cerebro anidaba un pájaro de helado fuego»7.
A la distancia temporal que nos separa de 1949, y por entonces a cuatro años de la primera edición de La cifra solitaria, Pablo García, narrador y poeta, concluía su propósito sobre el lugar que la literatura nacional debía acordar a Juan Godoy, a su terreno ya conquistado y por conquistar: «Bien está labrando Juan Godoy el pedestal de su posteridad. Yo espero verle algún día entre los primeros prosistas del idioma. Lo es ya. Pero el reconocimiento de las multitudes es lento y avanza de generación en generación. El tiempo es el mejor juez. No nos apresuremos: démosle tiempo al tiempo»8. Palabras premonitorias pues las obras literarias son su, sus, lecturas. Y ese tiempo ha llegado bajo la forma de un encuentro/reencuentro al pie de aquel pedestal, que es ahora el tomo de toda su obra reunida.
1 Miguel, Arteche. «Un maestro» Las Últ muerte para que, Dios lo quiera, vuelvan a reeditarse sus libros, como lo pedí en 1974, sin que nadie se enterara? ¿Será ese gran desconocido de nuestra literatura, él, cuya prodigiosa palabra tenía, y tiene, textura de plata como para acercarlo a otro, de su mismo nombre de pila y apellido?» (Alusión, si hace falta decirlo, al pastor descubridor del mineral de plata de Chañarcillo, en 1832).
2 Cedomil Goic, La Unión de Valparaíso, Revista de libros, 6 de diciembre de 1959.
3 «Angurrientos de Juan Godoy»; http://www.romansoto.com/escritos/index.php?code=angurrientos.
4 Román Soto, «Angurrientos de Juan Godoy: rotos, indeterminación, sexualidad y un nuevo verosímil» Revista Mapocho, 1992.
5 Víctor Hernández, «Aproximación a Juan Godoy y la Generación del 38».
6 «Breve ensayo sobre el Roto», Revista Atenea CLXIII, Concepción, enero de 1939.
7 Jorge Jobet, «Algo sobre Sangre de Murciélago, otra novela» de Juan Godoy». Prólogo a El impedido, 1968.
8 Pablo García, Atenea. Julio - Agosto 1949.