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Yo siempre llevo la droga encima

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Esto es lo que ha pasado: acabo de recordar que hace seis meses, cuando me mudé de ciudad, me marché sin pasar por la tintorería a recoger una chaqueta azul marino que había dejado para limpiar. Era mi chaqueta favorita, pero no la he echado de menos hasta esta mañana. En ocasiones, las cosas importantes pasan completamente desapercibidas. No es una tragedia. Ni siquiera una cuestión de vida o muerte. Tal vez, como dijo a propósito del fútbol Bill Shankly, entrenador del Liverpool entre 1959 y 1974, es algo mucho, mucho más importante que eso. Cuando vestía aquella chaqueta cambiaba mi perspectiva de la realidad. Nada me parecía demasiado grave, ni solemne, ni relevante. Era como leer If, de Kipling, donde se te revelaban, de pronto, verdades en las que no habías creído. Es difícil de explicar. En realidad, es difícil de entender. Aquella chaqueta actuaba como escudo, pero también como un cristal deformante que me ofrecía la mejor panorámica posible de lo que tenía alrededor.

Imagino que desde que la llevé a la tintorería, la chaqueta no ha dejado de dar vueltas en ese circuito cerrado que hay en estos negocios, en el que presionando un botón, el mecanismo va moviendo las prendas en círculo hasta que llega a la chaqueta o el pantalón o lo que sea, que el cliente haya venido a recoger. En parte, la vida va de eso, de dar vueltas sin parar, como un idiota, sin ningún sentido especial. No creo que nunca, cuando regrese a Madrid, sea capaz de pasar por la tintorería. ¿Cómo me mirarían? No. Descartado. No sabría enfrentar el contacto con la chaqueta.

El escritor estadounidense Hunter S. Thompson contó una vez en una entrevista en un periódico de Boston, que cierto día recordó, un año después de abandonar un apartamento de alquiler en San Francisco, que había olvidado, escondidos en una baldosa del piso de la cocina, 250 gramos de hachís. ¡Nada más que un cuarto de kilo! ¡Hachís! Cuando echó en falta aquel botín y quiso regresar para recuperarlo, descubrió que en el apartamento ahora vivían dos agentes de policía. Fue un error infantil ocultar la droga en un punto recóndito, y hacerlo, probablemente, cuando estaba borracho. Borracho y drogado, supongo. Yo siempre llevo la droga conmigo. Es vital tenerla cerca. Nunca sabes cuándo vas a necesitarla de urgencia. Naturalmente, Thompson tuvo que abandonar sus pretensiones. Pero aprendió una lección. En mi caso, ahora sé que nunca hay que quitarse la chaqueta favorita. Si es necesario, duermes con ella, comes con ella, follas con ella.

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