Читать книгу Mientras haya bares - Juan Tallón - Страница 23
Mándame verbos, Ernest
Оглавление«Mándame verbos», le pedía el redactor jefe a Ernest Hemingway cuando el novelista redactaba crónicas desde Europa. Aquel periodista —como los escritores y los poetas— creía posible dar información sobre la realidad que hiciese entendible qué ocurría en la misma. De puta madre. Pero la realidad, incluso en aquellos años, ya nos había desbordado. El mundo venció al hombre. Lo aplastó. Aunque parece que no tengamos noticia de esa derrota. ¿Importa lo que recojan los periódicos? ¿Cambia algo el canto de los poetas? ¿Podemos detallar la realidad? Thomas Bernhard estaba convencido de que nunca consigues trasladar al folio lo que piensas o imaginas. «La mayoría —decía— siempre se pierde en el traslado. En el fondo no puedes comunicarte. Aún no lo ha conseguido nadie». La realidad posee un mecanismo superior que, cuanto más realista pretenda ser su descripción, menos posibilidades hay de alcanzar su entendimiento. Llenamos millones de páginas a diario, pero nos quedamos lejos de la comunicación. «Tantos versos y tan poca poesía», lamentaba Jules Renard.
No hay nada que contar que dé la medida verdadera de lo que pasa en el exterior. Recuerdo al novelista estadounidense E. L. Doctorow relatar que un día se vio en la necesidad de escribir una nota para justificar la ausencia de su hijo pequeño en la escuela, y no fue capaz. La escribió veinte veces porque, quien es verdaderamente escritor, hasta cuando escribe algo banal se enfrenta al problema irresoluble del lenguaje para entrar en el núcleo del mundo. Siempre habrá un mal adjetivo, un problema sintáctico, una coma mal puesta. Wittgenstein estuvo cerca de desnudar el misterio cuando se preguntó: «¿Cómo puedo saber sobre qué estoy hablando, cómo puedo saber qué quiero decir?».
En septiembre de 1985, Susan Sontag entrevistó a Borges, que le confesó que le asombraba que se hablara de ediciones definitivas. «¿Cómo puede ser que un autor no pueda arrepentirse de un punto incómodo o de un adjetivo? Es absurdo». Ni las cosas más simples permiten que nos acerquemos a ellas. Solo algunas personas se enteran. Tal vez una fuese D. H. Lawrence, autor de El amante de Lady Chatterley, novela donde los personajes de Constance y Mellors, para acercarse mejor a la verdad de su relación, bautizaron a sus genitales como John Thomas y Lady Jane.