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El escritor debe seguir caminos de perdición

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La idea que estoy teniendo últimamente es que la ignorancia produce grandes obras. Tal vez parezca una idea ridícula, equivocada, pero en el fondo es irreprochable y redonda. En una entrevista de hace dos años, Fabio Morábito sostenía que un escritor es, en rigor, alguien que no sabe escribir. Al principio no entendía qué quería decir, pero me pareció evidente que alguien que se pronunciaba en esos términos misteriosos estaba accionando una bomba invisible. La verdad, en ocasiones, es verdad porque no se entiende. Hice lo que conviene hacer en casos así: huir, pensar en otras cosas. No pensar. Como era previsible, el enunciado acabó regresando por su propio pie, pero esta vez claramente descrito. Morábito hablaba de la necesidad de trabajar con las herramientas que otorga la ignorancia. Un novelista tiene que desconocer dónde pone los pies. Una idea clara nunca puede ser superior a una duda, incluso a un error. Cesar Aira sostiene a menudo que cuando se comete un error, cuando algo sale mal, no hay que cambiarlo, no hay que corregir, sino seguir hacia delante. A veces, siguiendo adelante —añade— los errores se capitalizan y dejan de ser errores.

Un escritor debe acometer novelas que no sea capaz de abordar, que lo aboquen al fracaso. Hay que fracasar de nuevo cada vez. Ese es el programa del verdadero escritor. Acabar con todo aquello que lo haga sentirse seguro como novelista. Solo así, tal vez, no fracase. Trato de explicarlo en mi próxima novela, que deambula a la busca de editor. Probablemente estas condiciones sean las únicas en las que lo imposible puede hacerse realidad. En algunos oficios hay que encontrar la determinación y la fuerza necesarias para tomar siempre caminos de perdición. La dirección correcta es siempre la dirección equivocada. Entre dos caminos, elegir el que no es. Los aciertos que se siguen del conocimiento no deparan a menudo más que aburridas emociones.

Es imprescindible que un autor, en cada momento, sienta que no tiene nada que ver con lo que está escribiendo. La filosofía sería que, en ese instante milagroso previo a redactar las primeras palabras, el novelista declare la intención de escribir la novela que no tiene ni puta idea de escribir. En literatura, como en otras facetas de la vida, no conviene disponer de plan. Y si existe un plan, es imprescindible salirse de él. Juan José Becerra mantiene que escribir «es una secuencia donde uno escribe con la mano y borra con el codo». El hecho de borrar, en el sentido de escribir contra lo que uno sabe, le parece una operación obligada para cualquier escritor. Es en el naufragio, en la ignorancia frente a las decisiones que se deben tomar, donde el hombre está más seguro y próximo a acertar.

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