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Las erratas se sigilosan

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No tengo ningún problema con las erratas. En el fondo, creo que conspiran a favor del libro. Acabo de leer una crónica boxística de Normal Mailer, en una viejísima edición cubana, que no es tanto un homenaje a Mohamed Ali y Joe Frazier como a las cagadas del tipógrafo. Me creería si me dijesen que Mailer encargó el asesinato de ese individuo, incluso que se ocupó él personalmente, aunque eso no evita que aquel disparatado trabajo editorial me resulte simpático. Esto no es ningún sentir general. Hay quienes sienten mareos si descubren una errata en un texto. No digamos si ese texto es suyo. A Cortázar le molestaban por encima de su salud. Eso lo convirtió en un insigne teórico de la errata.

En Papeles inesperados —esa familia de libros que, cuando estás muerto, descubren en un baúl tus herederos— se incluyen varios episodios inéditos de Un tal Lucas, personaje alter ego del autor. En uno de ellos, se muestra como un tipo obsesionado con las erratas. Está convencido de que estas degeneran en ratas y encarga a un miniaturista japonés la elaboración de una ratera para erradicarlas. «Las erratas se sigilosan», sostiene Cortázar, «viven una vida propia y es precisamente esa idiosincrasia la que lleva a estudiarlas con lupa en mano y a preguntarse una noche de iluminación si el misterio de su sigilosancia no está en eso, en que no son palabras como las otras, sino algo que invade ciertas palabras, un virus de la lengua, la cia del idioma, la transnacional de la semántica…».

La literatura está plagada de millones de erratas, algunas célebres. Si tiene curiosidad, búsquelas por su cuenta. Confieso que si me he puesto a escribir es porque un amigo me ha prometido un gin-tonic. Personalmente, tengo devoción por Arroz y tartana, de Blasco Ibáñez, que en su primera edición decía: «Aquella mañana, doña Manuela se levantó con el coño fruncido». Feliz error. No quiero imaginar Arroz y tartana, o cualquier otro texto de Ibáñez, y tener que leer una sosería como «ceño fruncido». En la misma onda dichosa se halla este verso de Garcilaso: «Y Mariuca se duerme y yo me voy de putillas [por puntillas]».

El aborrecimiento de Cortázar hacia la errata se transforma en pasión con Borges. Enrique Krauze cuenta que en una ocasión, estando Borges en México, acudió con Isabel Turrent a entrevistarlo. De paso, le llevaron el último número de Vuelta, revista a la que el argentino contribuía con un poema. «Dígame, ¿salió con alguna errata?». Todo indicaba que no. «Lástima, ya mi única esperanza son las erratas. Cuando Alfonso Reyes publicó un libro de poemas en el que abundaban, Enrique Díaz comentó que Reyes había publicado un libro de erratas con algunos versos. Las erratas, cuando se las descubre, son como picaduras de mosquito, pero le importan solo al autor. El lector sabe con resignación que de todos modos leerá una insensatez», les manifestó Borges.

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