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IV. El control te controla

Según el profesor Dilbert de Harvard, los seres humanos llegamos al mundo con pasión por el control y salimos de aquí igual… Y, si lo perdemos, nos sentimos infelices, indefensos, desesperados y deprimidos.

El control se ha convertido en algo habitual en nuestra sociedad. Todo el mundo quiere controlar a todo el mundo.

Esto proviene de nuestros ancestros, para quienes no controlar la situación podía significar la muerte.

Por eso nuestros padres, en su deseo de control y de buscar nuestra seguridad (y la suya), querían para nosotros un trabajo seguro y para toda la vida: una buena oposición, un banco o Telefónica… ¡¡Lo que han cambiado las cosas!!

¿Has visto la película El día de la marmota? Un periodista, Phil, revive todos los días las mismas situaciones pues ha quedado atrapado en el tiempo.

Un día eternamente repetido te permitiría conocerlo todo y tenerlo todo controlado. Eso significaría que no habría mañana y que al día siguiente lo que hubiéramos hecho no tendría consecuencias. Pero, ¿te gustaría esto realmente…? ¿Te gustaría tenerlo todo controlado?

Nuestras acciones tienen consecuencias y somos muy sensibles a los malos resultados. Tenemos aversión al riesgo. Nos enfocamos más en evitar los errores y las pérdidas que en buscar los mejores resultados. Si viviéramos en el día de la marmota, sería más fácil decidir cometer errores rápidamente y multiplicar la tasa de aprendizaje, pues siempre podríamos empezar de cero al día siguiente. Sin embargo, como le pasa al protagonista de la película, llegaría un momento en que nos encontraríamos al borde de la desesperación; los días empezarían a pasar sin aliciente alguno. Phil, que lo sabe todo y lo controla todo, entra en barrena. Intenta suicidarse de muchas maneras pero al día siguiente todo vuelve a ser igual.

Si la persona no evoluciona, como en el caso de Phil, el resultado solo puede ser la angustia existencial, la desesperación y el suicidio.

Nuestro deseo de control es tan intenso y la sensación de control tan gratificante, que llegamos a querer controlar hasta lo que no es controlable.

¿Eres controlador? ¿Te pasa que?

 ¿Tienes ansiedad por tener todas las respuestas?

 ¿Planificas todo, tu vida y la de los demás?

 ¿Quieres mostrarte entero ante los demás aunque por dentro estés hecho polvo?

 ¿No te permites errores ni mostrar tus fragilidades?

 ¿Sufres antes de tiempo, desconfías, tienes miedo a equivocarte?

 ¿Te frustras cuando las cosas no salen como tú quieres: tus hijos no te obedecen, tu pareja no hace lo que te gustaría...?

Lo que de verdad te descontrola es querer controlarlo todo. Tienes mucho más poder cuando te sueltas.

La búsqueda de control nos ancla en nuestra zona de confort y nos impide arriesgarnos y crecer. Miedo y control son uña y carne.

En el mundo de la empresa, por desgracia, el control es la herramienta más habitual de gestión. Debido a la falta de autoconfianza y a que los directivos ven los errores como fracasos, muchos intentan controlarlo todo para evitar errores. ¿Y qué crees que consiguen en sus equipos? Desconfianza y pérdida de seguridad. Eso limita a las personas y provoca su falta de compromiso. Trabajan desde el «tengo que» en vez de desde el «quiero».

Luego está el otro extremo: ceder el control de nuestra vida a los demás. ¿Estás tu realmente al mando de tu vida?

Imagínate que un compañero de trabajo te pide que le acerques a su casa y en el camino te dice: «Qué música tan mala, ¿no tienes otra? ¿No vas muy despacio? Para, que tengo que comprar tabaco… Trae anda, que conduces fatal, ya lo llevo yo…» ¿Qué le dirías? Pues probablemente: «Tú estás loco? ¡Es mi coche!

Pues en la vida, ¿no entregas muchas veces su control a otros? ¿Cuántas veces haces cosas contra tu voluntad solo por quedar bien, por no decir que no, por no enfrentarte?

Retoma el control de tu vida. Nadie te puede controlar si tú no lo permites.

Tim Gallwey, padre del coaching deportivo y actual –del que luego hablaremos y al que recientemente trajimos a España con ICF–, nos contaba en su conferencia que los seres humanos somos como empresas que, a lo largo de nuestra vida, vamos vendiendo acciones a los demás para que nos quieran: a nuestra pareja, a nuestros hijos y compañeros… Y cada vez somos menos nosotros y perdemos el control de nuestra vida y nos vamos quedando sin acciones.

Pero siempre podemos recomprarlas… El gran problema es: ¿A qué precio? ¿Qué te va a costar ahora empezar a ser realmente tú mismo? ¿Cómo lo van a aceptar los que llevan años conociéndote de otra manera?

Al final, todo en la vida es una cuestión coste-beneficio. Recuerda que todo lo que haces es porque al final te compensa. ¿O hay alguien que te esté poniendo una pistola en la sien para hacerlo?

Viaja conmigo a Ítaca

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