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XI. Cambia, Todo cambia

Cambios, cambios y más cambios. El mundo está en estado de cambio permanente. La vida es cambio. Las células de nuestro cuerpo se renuevan totalmente cada siete años. Hoy el cambio es la norma, por lo que es necesario reinventarse para crecer y no estancarse.

Y, entonces… ¿por qué no nos gusta el cambio?

¿Por qué, cuando oímos hablar de cambio, nos ponemos alerta? Pues porque anticipamos algo que afectará a nuestra tranquilidad.

Un cambio, la mayoría de las veces supone un «paso a ciegas». Es como saltar al vacío sin paracaídas. Un proverbio zen dice: «Salta y la red aparecerá…» Pero hay que tener muchas narices para hacerlo. Entonces nos autojustificamos diciéndonos: «si no estoy tan mal». Hasta que llegamos a un punto denominado el «umbral máximo de dolor» que inesperadamente se vuelve nuestro aliado y entonces decidimos cambiar y saltar al abismo (y luego nos alegramos de ello).

En Oriente al cambio lo llaman «impermanencia» y lo aceptan como una ley universal que nos recuerda el carácter transitorio de las cosas. Cuando aceptamos la impermanencia no sufrimos cuando llega el inevitable cambio.

¿Qué nos depara el futuro? Pues nadie lo sabe. Lo único seguro es que no tendrá nada que ver con lo que estamos viviendo y que cuando el ritmo de cambio fuera de la empresa es superior al ritmo de cambio dentro de ella, el final está cerca.

Tras la crisis que hemos vivido, ya nada volverá a ser igual. El estilo de liderazgo tendrá que ser más abierto, cercano y colaborativo. Habrá revisiones culturales en las compañías. Ya no vale lo del «es que aquí siempre se ha hecho así». Con la globalización, las fronteras serán cada vez más líquidas y la comunicación y las redes sociales serán clave. Tendremos que dejar de buscar trabajo fijo. Los sueldos serán variables. Se trabajará por proyecto. Tendremos que aprender a vivir en la incertidumbre.

Todo esto supone tener que «cambiar el chip»... Tenemos que sustituir el miedo por la confianza para afrontar esos cambios.

Cuanto más conservador seas, más miedo tendrás porque el miedo está asociado a la necesidad de control y a la inseguridad, a ver el cambio como amenaza.

Víctor Frankl decía que cuando ya no somos capaces de cambiar una situación, nos encontramos ante el desafío de cambiarnos a nosotros mismos. Lo que corroboraba Gandhi cuando decía: «Tú debes ser el cambio, que quieres ver en el mundo», es decir, que ¡¡¡todo empieza por ti!!

Primero tienes que tomar conciencia real de quién eres para luego poder cambiar.

Aunque tampoco sirve el cambio por el cambio. Antes de cambiar y, para estar seguro de la necesidad de hacerlo, hazte las siguientes preguntas:

 ¿Es meditado o improvisado?

 ¿Es una necesidad o es un capricho?

 ¿Es un deseo o es un deber? Es decir, ¿lo hago porque quiero o porque debo?

 ¿Proviene de ti o de otros?

 ¿Te acerca a tu ideal o te aleja de él?

 ¿Es urgente o es importante?

Y ahora, después de haber reflexionado, si no te gusta donde estás, muévete, no eres un árbol. Necesitas actuar para ser grande.

Atrévete a cambiar; si lo haces y no te sale bien, te quedará la experiencia. Si no lo haces, solo te quedará el remordimiento.

No persigas lo seguro, persigue lo que amas.

Pero empieza ya; cuando la oportunidad te llegue, a lo mejor es demasiado tarde para empezar a prepararte. El mejor momento para empezar siempre es ahora.

(La única persona que no he conseguido cambiar en mi vida ha sido a mi madre, que me dice que yo, con mis tonterías esas del «cofiching» que hago, cómo pretendo que cambie con 80 años. Pero es que una madre es una madre…) ¿A que me entiendes?

Viaja conmigo a Ítaca

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