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Dora nos abrió a la segunda llamada. A la luz del sol su piel arrugada parecía transparente.

Ryan hizo las presentaciones.

La anciana nos miró sin comprender. Yo pensé si no estaría bajo los efectos de algún fármaco.

Ryan mostró su placa. Dora la miró impasible. Era evidente que no sabía quiénes éramos. Yo le ofrecí el ramo y los dulces.

Shabbat shalom —dije.

Shabbat shalom —respondió ella, casi como en un acto reflejo.

—Sentimos mucho la muerte de su hijo, señora Ferris. He estado de viaje, si no la habría visitado antes.

Dora aceptó mis obsequios y se inclinó a oler las flores. Se irguió, miró los dulces y me los devolvió.

—Lo siento, señorita, no son kósher.

Sintiéndome como una tonta, los guardé en el bolso.

Dora dirigió la mirada a Ryan y de nuevo a mí. Eran unos ojos pequeños, húmedos y enturbiados por los años.

—Usted estuvo en la autopsia de mi hijo.

Tenía un ligero acento, quizá del este de Europa.

—Sí, señora.

—En casa no hay nadie.

—Es con usted con quien queremos hablar, señora Ferris.

—¿Conmigo? —preguntó la anciana, sorprendida y un tanto atemorizada.

—Sí, señora.

—Miriam ha salido a comprar.

—Solo será un momento.

La anciana se mostró indecisa, pero al fin se volvió y nos dio paso a un vestíbulo con un espejo ahumado que conducía a una salita de estar soleada con muebles de formica.

—Voy a por un florero. Siéntense, por favor.

Se alejó por un pasillo a la derecha de la entrada.

Yo examiné el cuarto de estar. Era una muestra del mal gusto de los años sesenta. Tapicería blanca de satén. Mesas de roble laminado. Paredes con empapelado en relieve y moqueta de pelo bastante largo. Se detectaban más de diez olores. Desinfectante. Ajo. Ambientador. Y algún mueble despedía aroma a cedro.

Dora volvió arrastrando los pies y dedicó un instante a colocar las flores. Luego, se acomodó en una mecedora con almohadones en el asiento y el respaldo, estiró las piernas y se alisó el vestido. Por debajo del dobladillo asomaban unas zapatillas de deporte azules.

—Los niños están con Roslyn y Ruthie en la sinagoga.

Imaginé que eran las nueras de las otras viviendas. Dora entrelazó las manos sobre el regazo y se las miró.

—Miriam ha vuelto a la carnicería a por algo que olvidó.

Ryan y yo intercambiamos una mirada, y él asintió con la cabeza indicándome que empezara yo.

—Señora Ferris, sé que ya ha hablado con el agente Ryan.

La anciana alzó su mirada turbia e impasible.

—Lamentamos molestarla de nuevo, pero queríamos saber si desde entonces ha recordado alguna cosa más.

Dora negó despacio con la cabeza.

—¿Tuvo su hijo alguna visita fuera de lo corriente en las semanas antes de su muerte?

—No.

—¿Tuvo alguna discusión con alguien?

—No.

—¿Estaba adscrito a algún movimiento político?

—Avram dedicaba su vida a la familia. Al negocio y a la familia.

Yo no hacía más que repetir las preguntas de Ryan. El interrogatorio ciento uno. Una estratagema que a veces da resultado y desencadena recuerdos olvidados o detalles que en principio se consideraron irrelevantes. Y era la primera vez que interrogábamos a Dora a solas.

—¿Tenía enemigos su hijo? ¿Alguien que le deseara algún mal?

—Somos judíos, señorita.

—Me refería a alguna persona en concreto.

—No.

Nueva táctica.

—¿Conoce a los testigos de la autopsia de su hijo?

—Sí —contestó Dora, prestando atención y profiriendo una especie de gargarismo.

—¿Quién los designó?

—El rabino.

—¿Por qué aquella tarde solo volvieron dos de ellos?

—Sería una decisión del rabino.

—¿Conoce a un hombre llamado Kessler?

—Conocí a un tal Moshe Kessler.

—¿Estuvo él presente en la autopsia de su hijo?

—Moshe murió en la guerra.

Mi móvil eligió aquel preciso momento para sonar.

Miré la pantalla. Número privado. No atendí la llamada.

—¿Sabía usted que su hijo vendía antigüedades?

—Avram vendía muchas cosas.

Mi móvil volvió a sonar. Pedí disculpas y lo desconecté.

Impulso. Frustración. Inspiración. Un nombre bailaba en mi cabeza como una melodía inoportuna. No sé por qué hice la pregunta.

—¿Conoce a un hombre llamado Yossi Lerner?

Las arrugas que rodeaban los ojos de Dora se acentuaron y la anciana frunció sus resecos labios.

—¿Le dice algo ese nombre, señora Ferris?

—Mi hijo tuvo un amigo llamado Yossi Lerner.

—¿De verdad? —pregunté con cara de palo y voz tranquila.

—Avram y Yossi se conocieron siendo estudiantes en McGill.

—¿Cuándo fue eso? —pregunté sin mirar a Ryan.

—Hace años.

—¿Seguían en contacto? —añadí, como sin darle importancia.

—No tengo ni idea. Dios mío —añadió Dora, conteniendo la respiración—. ¿Está implicado Yossi en esto?

—Claro que no. Solo le pregunto nombres. ¿Sabe dónde vive ahora el señor Lerner?

—Hace años que no veo a Yossi.

Se oyó abrir y cerrarse la puerta de la casa. Segundos después, Miriam entraba en el cuarto de estar.

Dora sonrió.

Miriam nos miró de un modo tan inexpresivo como si viera moho. Se dirigió a Ryan.

—Le dije que mi suegra no está bien. ¿Por qué la molesta?

—Yo estoy bi... —terció Dora.

Miriam la interrumpió tajante.

—Tiene ochenta y cuatro años y acaba de perder a su hijo.

Dora profirió un sonido, como llamando la atención.

Ryan aplicó de nuevo la táctica de dar la callada por respuesta y esperar a que Miriam rompiera el silencio. Pero esta vez no dio resultado.

—No me molestan. Estábamos hablando tranquilamente —terció Dora, alzando su mano surcada de venas azules.

Miriam clavó la mirada en Ryan como si Dora no hubiese intervenido.

—¿De qué hablaban?

—De Eurípides —contestó Ryan.

—¿Se cree que tiene gracia, agente?

—De Yossi Lerner.

Observé a Miriam con atención, esperando una reacción que no se produjo.

—¿Quién es Yossi Lerner?

—Un amigo de su esposo.

—No lo conozco.

—Un compañero de estudios.

—Sería antes de casarnos.

Miré a Dora. La anciana tenía la mirada borrosa, como si estuviera contemplando recuerdos.

—¿Por qué preguntan sobre ese Yossi Lerner? —dijo Miriam, quitándose los guantes.

—Su nombre salió a relucir.

—¿En la investigación?

Los ojos violeta no mostraban la menor sorpresa.

—Sí.

—¿En qué contexto?

Oí el pitido de la alarma de un coche fuera de la casa. Dora ni se inmutó.

Ryan me miró y asentí con la cabeza.

Ryan le explicó a Miriam lo de Kessler y la foto.

Miriam escuchó impasible. No se detectaba en ella ningún interés ni emoción.

—¿Existe alguna relación entre ese esqueleto y la muerte de mi marido?

—¿Se lo digo crudamente o dorando la píldora?

—Crudamente.

Ryan fue alzando los dedos para subrayar la secuencia.

—Matan a un hombre. Un individuo presenta la foto de un esqueleto y dice que es el motivo del asesinato. Ese individuo desaparece. Y —añadió, alzando un dedo— hay pruebas de que el esqueleto de la foto procede de Masada. La víctima comercia con antigüedades israelíes. —Esgrimió otro dedo. Estiró el tercero—. El esqueleto estuvo en poder de Yossi Lerner. La víctima era amigo de Yossi Lerner.

—El otro era un cura.

Nos volvimos los tres hacia Dora.

—El otro muchacho era cura —repitió sin mirarnos—. Pero eso fue después. ¿O no?

—¿Qué otro muchacho? —pregunté en tono amable.

—Avram tenía dos amigos. Yossi, y después ese otro chico —dijo Dora, apoyando su mejilla en el puño—. Era cura. Estoy segura.

Miriam se acercó a su suegra, pero no la tocó.

Rememoré la escena en la sala de familiares del depósito de cadáveres. Las dos mujeres estaban una al lado de la otra, pero distantes. Sin tocarse. Sin abrazarse. La más joven no compartía su fuerza con la otra. La anciana no buscaba el consuelo de la joven.

—Eran muy amigos —prosiguió Dora.

—¿Su hijo y esos muchachos? —dije a guisa de estímulo.

Dora sonrió por primera vez.

—Se interesaban por todo. Siempre estaban leyendo. Se hacían siempre preguntas y discutían. A veces toda la noche.

—¿Cómo se llamaba el cura? —pregunté.

Dora negó rotundamente con la cabeza.

—Solo recuerdo que era de la Beauce. Él nos llamaba zayde y bubbe.

—¿Dónde conoció su hijo al cura?

—En la Universidad de Yeshiva.

—¿En Nueva York?

Dora asintió con la cabeza.

—Avram y Yossi acababan de graduarse en McGill. Por aquel entonces, Avram era más religioso y estudiaba para ser rabino. El cura que digo hacía estudios sobre religiones de Oriente Próximo o algo parecido. Supongo que por el hecho de ser los tres canadienses sentían afinidad.

Dora desvió la mirada.

—¿Era ya entonces cura? —dijo, como si hablara consigo misma—. ¿O se ordenó más tarde? —Apretó el puño con mano temblorosa—. Dios mío, Dios mío.

Miriam se acercó a Ryan.

—Agente, me niego a que continúen.

Ryan me miró de reojo y nos levantamos. Miriam despidió a Ryan con la misma actitud que la primera vez.

—Descubra al asesino, agente; pero, por favor, no moleste a mi suegra cuando está sola.

—En primer lugar, me parece más soñadora que molesta. Y, además, no puedo consentir semejante limitación a mis indagaciones. Pero procuraremos ser amables.

Para mí, nada.

En el coche, Ryan me preguntó por qué se me había ocurrido mencionar a Lerner.

—No tengo ni idea —dije.

—Buen impulso —comentó.

—Buen impulso —repetí.

Convinimos en que habría que investigar la pista de Lerner.

Mientras él conducía, yo leí mis mensajes. Tenía tres. De Jake Drum.

«Tengo un contacto con información sobre Yossi Lerner. Llámame».

«He hablado con Yossi Lerner. Llámame».

«Noticias extraordinarias. Llámame».

Se lo dije a Ryan.

—Llámale —dijo.

—¿Tú crees?

—Sí. Quiero saber más sobre Lerner.

—Estoy deseando saber qué ha averiguado Jake, pero no falta mucho para llegar a casa. Esperaré y hablaré por el teléfono fijo. De móvil a móvil es peor que hablar con Zambia.

—¿Tú has llamado a Zambia?

—Nunca lo consigo.

Diez minutos más tarde, Ryan me dejaba en casa.

—Tengo servicio de vigilancia este fin de semana y ya llego muy tarde. —Me cogió la barbilla y acarició mi mejilla con el pulgar—. No dejes ese asunto de Lerner y cuéntame qué ha averiguado Jake.

—Que tengas una apasionante vigilancia —dije.

—Ya sabes a quién me gustaría vigilar —replicó.

—No sé si llamarlo así.

Ryan me besó.

—Queda pendiente —dijo.

—Tomo nota —respondí.

Ryan se dirigió al edificio Wilfrid Derome y yo entré en casa.

Después de saludar a Birdie y a Charlie me puse unos vaqueros y me hice una taza de Earl Grey. Luego, llevé el teléfono al sofá y marqué el número de Jake.

Contestó inmediatamente.

—¿Todavía estás en Francia? —pregunté.

—Sí.

—Llegarás con retraso a la excavación.

—No empezarán sin mí. Soy el jefe.

—Ah, sí, claro.

—Lo que estoy descubriendo aquí es más importante.

Birdie saltó a mi regazo. Le acaricié la cabeza y él estiró una pata y se lamió la mano.

—He hablado con Yossi Lerner.

—Me lo decías en un mensaje.

—Lerner aún vive en París. Es de Quebec.

Tenía que ser el Yossi Lerner que recordaba Dora.

—Lerner trabajaba a tiempo parcial en el museo cuando estaba el esqueleto de Masada. Estaba investigando para su tesis doctoral. Ahora, escucha esto.

—No te pongas dramático, Jake.

—Te vas a quedar pasmada.

Y así fue.

Tras la huella de Cristo

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