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CRECER DE FORMA NATURAL

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Consideremos ahora otro cuerpo de arcilla, pero en esta ocasión uno que haya sido modelado por una infancia pasada todo el tiempo en la naturaleza. Por supuesto, nadie sabe con certeza lo que los cazadores-recolectores ancestrales hacían durante todo el día, pero podemos formular hipótesis basándonos en las evidencias existentes. Podemos utilizar los datos físicos y antropológicos de los que disponemos para estimar cuánta distancia recorría una tribu en sus migraciones en un año normal o imaginarnos lo que tenían que hacer para conseguir sus alimentos. Aunque las poblaciones de cazadores-recolectores actuales no son de ninguna manera fósiles vivientes, también puede resultarnos útil observar cómo se desarrollan sus vidas y su día a día, especialmente cuando se trata de intentar integrar algunos de los datos de los que ya disponemos. Incluso el mero hecho de tener en cuenta todas las comodidades de las que carecían las antiguas poblaciones de cazadores-recolectores –y lo cierto es que no tenían prácticamente ninguna– nos puede ayudar a hacernos una idea de cómo tenían que mover sus cuerpos durante todo el día.

CAZADORES-RECOLECTORES, PASADO Y PRESENTE

El término cazador-recolector se refiere a un miembro de una población nómada que sobrevive en la naturaleza obteniendo su alimento tanto de la caza como de la recolección de frutas y semillas y el forrajeo. Se trata de un término amplio que incluye tanto a las poblaciones históricas que subsistían exclusivamente con estas técnicas como a las poblaciones modernas que cazan y recogen frutos durante una parte del tiempo mientras que, en otros momentos, cultivan la tierra, utilizan animales domésticos o recurren a alimentos almacenados anteriormente.

Algunas veces me refiero a las poblaciones históricas de cazadores-recolectores y a los datos recopilados mediante el estudio de sus artefactos y su tecnología, los cuales nos permiten hacernos una idea de las condiciones de su época. En otros casos empleo este término para referirme a las poblaciones modernas que viven actualmente de esta manera y a los datos recolectados mediante la interacción directa. Es importante señalar que los cazadores-recolectores actuales no son reliquias del pasado, sino pueblos modernos que se han visto afectados por la globalización.

Como puedes imaginarte, el desarrollo físico al que está sometida la gente nómada que se mueve constantemente por un entorno completamente natural es muy diferente del que se produce en las personas que habitamos en sociedades modernas. Si formases parte de alguna antigua tribu de cazadores-recolectores, tu desarrollo físico se asemejaría bastante al siguiente escenario: después de un nacimiento totalmente libre de medicamentos, tú, un bebé cazador-recolector, fuiste amamantado de forma natural, dormías con tus padres y ejercitabas tu cuerpo muchas veces al día. Fuiste capaz de ponerte de pie y de caminar a la edad a la que muchos niños modernos comienzan a gatear. Al ser porteado de formas diferentes, comenzaste a ejercitar la zona abdominal, y a cada paso que daban tus progenitores (siempre al aire libre) la posición de tu cuerpo iba cambiando momento a momento en función de sus necesidades o de las tuyas propias; esto te permitiría explorar el mundo y una variedad infinita de cargas propiciadas por las distintas posturas.

Justo antes de cumplir dos años de edad, mezclabas tus juegos con la recolección de frutos, y, de este modo, te pasabas horas y horas al día en cuclillas, de pie, cavando o encaramándote a los árboles. Cuando no tenías que recolectar alimentos, jugabas en terrenos siempre cambiantes. El hecho de que pasaras todo el día en movimiento –y la gran variabilidad de este– hizo que desarrollases las habilidades, la fuerza y la forma que te harían falta posteriormente para poder realizar las actividades propias de los adultos, y tu paso o tu manera de andar –tus andares– no se parecían en absoluto a la típica forma de andar de un bebé; caminabas de un modo mucho más firme gracias a que no llevabas pañales. Tu pelvis y tus caderas adoptaron la forma necesaria para poder seguir siendo capaz de agacharte, de estar en cuclillas, de sentarte en el suelo y de caminar largas distancias, y no tuvieron que padecer la influencia de los portabebés, los carritos o las sillitas adaptadas para los coches, ni tampoco tuvieron que permanecer en la misma postura durante largos periodos de tiempo.

Poco después de la pubertad, probablemente con unos catorce años, ya eras un miembro plenamente operativo de la tribu y participabas a diario de las mismas actividades que tus padres, caminando distancias medias (unos cinco kilómetros) o largas (unos dieciséis kilómetros) casi todos los días de tu vida. Además, trabajabas duramente cosechando y acarreando víveres suficientes como para asegurar la supervivencia. Las frecuentes cargas producidas al caminar hicieron que tu masa ósea alcanzase su máximo durante el periodo más crucial de tus primeros años tras la adolescencia.

Como adulto, no realizabas ningún ejercicio de forma regular. O, mejor dicho, no hacías ningún ejercicio en absoluto. En lugar de eso utilizabas tu cuerpo para ocuparte de las cosas de la vida. La suma total de tus movimientos, las diferentes posturas de tus articulaciones y la tasa de gasto energético que requerías para sobrevivir durante un día superaban fácilmente a las de un entrenamiento deportivo estándar actual. Y, además de moverte más, también te relajabas y descansabas con mayor frecuencia. No tenías el estrés que supone tener que conducir, el ruido constante, la información incesante y la luz excesiva.

Ahora imagínate que pudieses reconfigurar tu cuerpo de arcilla para darle esta forma –la forma que produce la naturaleza–.

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