Читать книгу Lo que sabemos y lo que somos - Kike Ferrari - Страница 14

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BRUNO ARPAIA nació en Nápoles, donde vive, en 1957. Es escritor, periodista y traductor. Ha publicado, entre otras, las novelas I forestieri, Il futuro in punta di piedi, L’Angelo della storia y Il passato davanti a noi y también libros de ensayos como Per una sinistra reazionaria.

Es amigo de Paco hace más de treinta años y su texto nos cuenta los orígenes de esa relación.

La red patito

La primera vez que escuché hablar de la Red Patito fue en la víspera de una Navidad de hace treinta años. Marco Tropea, el editor que teníamos en común en aquel tiempo, había decidido ir a visitar a Paco Taibo a la Ciudad de México y me pidió de que lo acompañara.

Ese 24 de diciembre, apenas había bajado del avión, y no había tenido tiempo ni de rasparme de la garganta la patina gris y casi eterna de smog y niebla que envuelven al DF, ni de sumergirme en la marea de niños, niñas, autos, vendedores ambulantes de turrones y calzoncillos, lustradores de zapatos, escupidores de fuego e improbables hombres de negocios que llenaban las calles del centro histórico, cuando ya había sido catapultado por Marco en medio de la tribu Taibo que se preparaba para festejar la Navidad con una cena enorme.

Eran las seis de la tarde, hora local.

No conocía a nadie ahí, y aun no había leído ninguna novela de Paco.

Pero a las seis y cinco ya me sentía como en casa. No solo eso: me parecía conocer a cada miembro de la tribu de toda la vida.

–Bienvenido a la Red Patito– dijo Paco, abrazándome.

Soy tímido por naturaleza, así que no pregunté nada. Y tampoco tenía ganas de parecer ignorante tan rápido. Media hora después, Paloma, la mujer de Paco, me mostró una habitación vacía mientras me enseñaba la casa,

–Es la 440, está reservada para aquellos que ganan la beca Patito–, me explicó un poco misteriosa.

Necesité varios días de discretas alusiones, preguntas capciosas y sintéticas respuestas, para entender lo que me dijo. Patito no era el nombre en código de una conspiración antimperialista internacional; tampoco era una institución, una ONG, o un club como el de las Marmotas Jóvenes. Era mucho menos, pero infinitamente más: un grupo de amigos, sobre todo escritores y periodistas, dispersos por el mundo, que trataban de ayudarse. Y de ayudar a quien más lo necesitara. Los cubanos, por ejemplo. Para ellos, en esa época, era dificilísimo salir de su país o entrar en contacto con editores y colegas fuera de la isla. Con frecuencia, llegaban llenos de maravillas y buenas intenciones, pero con apenas suficiente dinero para un café en los bolsillos

La Red Patito, además, ayudaba a buscar a los desaparecidos argentinos, a promover la campaña contra el racismo o a reivindicar la libertad de expresión en los países del este europeo, antes y después de la caída del Muro. Servía para discutir de literatura y de política, para intercambiar experiencias, y recomendarse recíprocamente libros para leer (o para escribir); servía para enviar un mapa de Los Ángeles a un cubano que escribía una novela ambientada en aquella ciudad y que no tenía manera de conseguirlo, o para localizar material sobre la P2 para un colega argentino exiliado en México, o para apasionarse –gracias a los relatos de los demás– de los acontecimientos de países lejanos.

Amigos, amigos de verdad, que aún teniendo el mismo oficio sentían la camaradería y no la competencia.

Y cada amigo, traía otros, y el círculo se agrandaba, y cada uno sabía que tenía, en caso de necesidad, un techo y una persona amiga en París, en Milán, en la Ciudad de México, en La Habana, en Buenos Aires o en Sofía.

Y en el centro de ese vaivén de afectos, emociones, solidaridad, apoyo, estima literaria y humana, estaba Paco Taibo. Era él, el tejedor de aquella telaraña mundial, una prefiguración de la web pero en carne y hueso y no solo virtual. Sí, el motor de la Red Patito vivía en Colonia Condesa en la Ciudad de México, bebía cinco litros de Coca Cola al día y escribía jodidamente bien.

Y éramos amigos.

Desde aquella época han pasado muchas cosas, y aquella amistad se ha hecho siempre más fuerte y profunda. Aprendí a no sorprenderme más de su capacidad de escribir en los momentos más disparatados, generalmente trabajando tres o cuatro textos simultáneamente. En su cómoda casa de dos pisos en la Colonia Condesa, donde he sido huésped muchas veces en la 440, lo he visto con frecuencia abstraerse durante horas frente a la computadora, para luego ponerse furiosamente a golpear sobre el teclado, mientras la confusión a su alrededor era total, el teléfono sonaba insistentemente y quizás en el estudio había amigos de paso, editores, periodistas o hasta un vendedor de billetes de lotería que pasaba a tomar un café.

A partir del noir, y sin renegar del género, Paco se lanzó al descubrimiento de nuevos territorios, de espacios más amplios. Aventurero de la literatura, llegó a aquello que ha llamado la nueva novela de aventura: el encuentro, digamos, entre algunas corrientes de la novela de acción que provenían de la tradición del siglo XIX, de la novela popular, y las posibilidades que ofrecían la novela histórica y la buena ciencia ficción, sobre todo aquella que se ocupa de utopías y distopías. A esto se sumaban, como cortina de fondo, elementos típicos del género policial y de la literatura urbana: la ciudad como personaje, el encanto y la fuerza de la trama como motivación de la literatura. Una lección que guió siempre mi escritura.

Pero la participación de Paco en mi trabajo no fue solo teórica. Cuando estaba escribiendo una novela sobre Walter Benjamin y un militante de la guerra civil Española que había participado en la revolución de Asturias en 1934, me fui de su casa con una valija llena de fotocopias y de material que él me había conseguido. Sin su ayuda, jamás hubiera podido escribir ese libro. Y mi miliciano tomó el nombre de parientes suyos que habían combatido en aquella revolución.

Recientemente, Paco puso a mi disposición toda su biblioteca sobre la CIA para que pudiera seguir el rastro de un personaje que debería protagonizar mi próxima novela.

Por último, he participado en la emocionante aventura de la Brigada para Leer en Libertad. Nacida por iniciativa de Paloma y de Paco, el más maravilloso experimento de promoción de la lectura del mundo: en los eventos de la Brigada he firmado centenares de libros -algo que no me había sucedido jamás en la vida- y he constatado con mucha emoción la carga de pasión política y cultural que la Brigada infunde en su público; así como escenas desconcertantes de personas que a punta de codazos buscan comprar libros a bajo precio, mientras que en el país de donde vengo se lamentan por la crisis del libro y de los consumos culturales. En estas experiencias he encontrado también esperanza, voluntad para no rendirme y ganas de seguir adelante.

En estos treinta años, en fin, Paco y yo nos hemos encontrado varias veces en distintas partes del mundo, y hemos participado en festivales y mesas redondas donde presentamos nuestros libros recíprocos, intercambiamos reflexiones e ideas literarias y políticas, pero finalmente siempre he sido yo quien ha chupado energía y vitalidad de su inagotable reserva. Gracias a Paco, conocí a decenas de personas en varios países y aprendí a amar a escritores a los que no había leído. También afiné, en horas y horas de apasionadas discusiones, mis ideas sobre la literatura y hasta los instrumentos del oficio. Si no tuviera miedo de ser retórico, diría incluso que aprendí un poco más sobre la vida. Gracias por todo, carnal.

(Traducción: José Ramón Calvo)

Lo que sabemos y lo que somos

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