Читать книгу Lo que sabemos y lo que somos - Kike Ferrari - Страница 15
ОглавлениеELIA BARCELÓ nació en Alicante en 1957 y desde 1991 vive en Austria, donde es profesora de literatura hispánica.
Aunque ha escrito tanto narrativa juvenil –El almacén de las palabras terribles– como novela policial –El caso del crimen de la Ópera– se la reconoce sobre todo por libros como El mundo de Yarek o Futuros peligrosos que la transformaron en una de las voces más importantes de la ciencia ficción en castellano.
Dice de su primer encuentro con Paco, en Madrid, hace más de 20 años: “en mi vida, el hada madrina apareció con bigote, vestido de tela vaquera y con libros bajo el brazo”. Su relato propone un enroque fantástico entre autor y personaje.
Universos paralelos
Don Héctor Belascoarán Shayne es un hombre difícil de contactar. Según ha dicho en otras de las raras entrevistas que ha concedido a lo largo de su carrera, su timidez congénita le impide sentirse a gusto en una posición de preeminencia. Sin embargo, esta vez, después de su reciente Premio Cervantes, el eminente escritor se ha avenido a recibirnos esta mañana en el modesto hotel donde se ha instalado en Madrid. Llega vestido con su sencillez habitual –nadie lo ha visto jamás con traje o con corbata–, saluda con cortesía y se somete, casi resignado, a la sesión fotográfica mientras nos cuenta que no duerme bien y de ahí las ojeras que luce.
–¿Qué ha supuesto para usted la concesión del Premio Cervantes, maestro?
–No me llame usted así. Yo no soy maestro de nadie. Nunca he querido enseñar nada. El premio ha supuesto, sobre todo, una gran sorpresa. Jamás pensé que un escritor de novela negra como yo pudiera ser elegido.
–Es que, de hecho, es la primera vez que sucede, pero parece que su personaje, el gran Paco Ignacio Taibo II, ha logrado conquistar no solo a millones de lectores en todo el mundo, sino también a los miembros del jurado.
Belascoarán se encoge de hombros y esboza una tenue sonrisa.
–Ahora me preguntará usted por qué he creado un personaje tan poco verosímil, con un nombre tan raro... un hombre que, además de ser detective independiente, es también historiador, activista político, creador e impulsor de ferias y festivales... y algo muy raro en las novelas de detectives: buen esposo y buen padre...
–Pues sí, la verdad, esa era mi siguiente pregunta.
–Me lo han preguntado muchas veces y tengo que confesarle que ni siquiera yo lo sé. En ocasiones, siento que Paco está más vivo que yo mismo. No puedo decir que lo inventé yo. A mí me pasó como a Zeus: cuando nació Atenea de su cabeza, ya era adulta y venía vestida y armada.
–Pero... ¿por qué crear un personaje mexicano, profundamente mexicano, enamorado de México, aunque muy crítico con su país, pero nacido en Asturias, hijo de emigrantes españoles?
–No sé bien... Yo también soy mexicano y, cuando empecé a escribir las primeras novelas de Paco Taibo, aún vivía allí y me sentía muy unido a esa terrible y maravillosa ciudad que empecé a explorar de su mano. Yo también soy hijo de un vasco y una irlandesa, de padres europeos emigrados. Al principio él y yo éramos bastante parecidos. Luego yo me vine a vivir a España, me españolicé, pero él siguió siendo todo lo que yo ya no podía ser, y fue creciendo, expandiéndose, haciendo cosas que yo, años antes, jamás habría imaginado.
–¿Es Paco Ignacio Taibo II el reverso de usted?
–¿A qué se refiere?
–Usted nunca se casó ni tuvo hijos; él, en la última novela, ha celebrado su cuarenta aniversario de boda. Su esposa Paloma es uno de los personajes centrales en todos sus casos; es con ella con quien el detective comenta sus investigaciones y más adelante, también con su hija Marina e incluso con su yerno, José Ramón. Déjeme que le diga que es absolutamente inaudito en la novela negra que el detective privado tenga un yerno.
Se ríe suavemente y enseguida me corrige.
–Privado no. Independiente. Detective independiente. Pero, como de eso no se vive teniendo familia, además de investigar, Paco hace muchas otras cosas. Y lo de tener yerno... eso le da credibilidad al personaje. Es lo que suele suceder con el tiempo cuando uno tiene una hija. –Sonríe, con algo de sorna, da la impresión–. Taibo no es mi reverso. Es un personaje completo; es él mismo, aunque a algunos les resulte raro que sea una persona íntegra, que sea solidario, luchador, infatigable. Además, en algunas cosas nos parecemos: los dos fumamos, a pesar de la mala prensa que tiene en la actualidad, ninguno de los dos tomamos alcohol y, a cambio, somos demasiado aficionados a un refresco dulce que no voy a nombrar. También detestamos ambos las corbatas, aunque él suele vestir con camisetas con inscripciones y camisas de mezclilla y yo, sin embargo, prefiero los pantalones y camisas e incluso en ocasiones muy especiales me echo encima una americana, si lo creo necesario.
–¿Y su manera de ver la sociedad, de concebir la vida? ¿Son parecidos también ahí?
–Es difícil decir que mi personaje, que es casi todo lo que a mí me habría gustado ser, es igual que yo. Supongo que es demasiado bueno para ser verdad, pero creo que es justo lo que enamora a los lectores: que es un hombre decente, que sabe que la sociedad en la que vive es una basura, que los malos siempre son los que ganan y los pobres pierden casi siempre pero que, a pesar de ello, no se amilana. Sale a la calle y trabaja, y lucha, y trata de llevar la cultura a los de abajo, a los que nunca han tenido oportunidad de aprender, ni voz que alzar frente a los poderosos. Hace trabajitos de investigación, intenta no usar nunca el arma que tiene y que ya va estando algo anticuada y, en la penúltima novela de la serie, incluso hace sus pinitos de escritor romántico cuando vuelve a casa de madrugada y su mujer ya está durmiendo. Se sienta a un ordenador descacharrado que ha comprado de segunda mano a propósito para eso y escribe historias tristes mientras escucha boleros muy bajito.
–Si quiere que le diga la verdad, maestro, esto ya me pareció un poco excesivo.
–Es cuestión de imaginación y de llevar las cosas a su conclusión natural. Uno no puede estar siempre rodeado de fango y realidad. Hace falta una escapatoria: la fantasía. Y Paco, como yo, duerme poco, y mal.
–Pero él siempre ha escrito biografías y artículos históricos entre caso y caso.
–Todo cansa, amigo mío. Aunque nunca dejará de escribir ensayos. Los casos criminales que intenta resolver, las investigaciones de archivo, las biografías y la fabulación... todo está muy ligado y, en mi opinión, hacen al personaje más creíble, más redondo.
–¿Quiere decirnos algo de la última novela, que ha salido esta misma semana?
–En esta, Paco vuelve a Austria, un país de oscuro pasado que, por desgracia, después de una época de gobiernos socialistas, se ha ido inclinando cada vez más a la derecha. Taibo ya lo visitó hace años cuando se estaba documentando para la biografía de Irmfried Eberl, el primer comandante del campo de exterminio de Treblinka, austríaco, médico y abogado, un auténtico monstruo. Entonces entró en contacto con un historiador de Innsbruck, Klaus Eisterer, y con su mujer, Elia, española, forense, con los que forjó una buena amistad. Ahora, en esta novela, Elia ha sido asesinada y Klaus pide ayuda a Taibo para esclarecer el crimen, que tiene ramificaciones políticas.
–¿Piensa seguir usted con la serie? Mientras tanto son ya veintiséis novelas... conocemos a Paco Ignacio Taibo II desde que tenía treinta y pocos años y aún vivía con otros compañeros en un piso de la ciudad. Toda la historia de México ha ido desarrollándose en esas novelas frente a nuestros ojos, como la historia de España en las novelas de Vázquez Montalbán, con Pepe Carvalho.
–Sí, ese era el desafío: ir contando el país a través de un personaje que va evolucionando novela a novela y que, si al principio puede parecernos un poco falso y exagerado, poco a poco se nos va haciendo querido y yo hasta diría que necesario, porque conocemos su devenir, sus dudas, sus seguridades, sus deseos, su lucha, su amor por Paloma, por su familia, por la gente que no tiene quien la defienda, quien hable por ella.
–Es un detective extraño. No todos sus casos se solucionan por completo ni terminan bien. Eso es también muy original.
–Siempre traté de reflejar la realidad en mis novelas. Por eso hay varios casos paralelos y además mezclados con problemas personales que a veces lo desconcentran o lo llevan por otro camino. Él, como yo, tiene dos hermanos con los que se lleva bien, pero no solo es eso: sus padres han vivido mucho tiempo, y su hija lo ha hecho tener que confrontarse con otras formas de ver el mundo, con lo cual siempre he podido mostrar las opiniones y formas de vida de al menos tres generaciones. A mí nunca me ha interesado la novela enigma, ni las novelas basadas en avances científicos de la ciencia forénsica. Yo soy heredero de Hammett. A mí me gusta explorar la negrura en el ser humano, en la sociedad; el deseo de poder que lleva a aplastar al de abajo; la egolatría de los que se creen superiores a los demás; la corrupción de nuestra sociedad, de nuestros políticos...
–¿Piensa regresar a México, maestro?
–Le he dicho que no me llame maestro, joven. Voy con frecuencia, de viaje, de vacaciones, a ferias... pero no creo que vuelva a vivir allí. Leo las noticias, hablo con mis amigos, estoy al día de lo que sucede... el resto lo hace la imaginación.
–¿Nunca se le ha ocurrido pensar que quizás, en un universo paralelo, usted podría haber sido la criatura de su personaje, que Paco Ignacio Taibo II hubiera podido ser un escritor astur–mexicano que hubiese creado a Héctor Belascoarán Shayne, detective independiente de nombre y ascendencia raras?
El maestro ríe suavemente.
–Le va a parecer extraño, pero sí que lo he pensado alguna vez. Espero que, en ese caso, Taibo me hubiese dado al menos la posibilidad de llevar pistola en una funda sobaquera, y gabardina, y me hubiese permitido dormir en el sillón desvencijado de un despacho alquilado, compartido con un plomero. Y también que me hubiese concedido algunas aventuras galantes.
En este momento, como conjurada por sus palabras, una mujer joven y esbelta, con el pelo recogido en cola de caballo, entra en el salón con una sonrisa de disculpa, le susurra unas palabras al oído, le da algo que Belascoarán oculta en el cuenco de la mano, y vuelve a marcharse.
–Perdón –nos dice. Se sirve un vaso de agua del jarro que hay sobre la mesa, se toma una pastilla y luego, con resignación, se coloca sobre un ojo un parche de satén negro–. Aún tengo vista –nos explica–, pero con tanta luz se me cansa un poco y debo cuidarlo cuando estoy de viaje.
–¿Un accidente?
–Sería bonito decir que me pegaron un tiro, una esquirla del suelo que salió disparada hacia mi ojo cuando yo me había tirado a la alfombra para evitar que me asesinaran, pero no sería verdad. Lástima. Eso podría haberle pasado a mi detective, a Paco, no a mí. Y ahora, caballeros... si me disculpan... El gran Paco Taibo no se cansa jamás, aunque las ojeras le lleguen a la boca y el bigote se le ponga blanco de agotamiento, pero yo no soy él...
Nos despedimos con un fuerte apretón de manos, agradeciéndole el tiempo que nos ha concedido y el regalo que ha supuesto para los lectores la existencia de ese gran personaje inmortal: Paco Ignacio Taibo II, el detective independiente de la Ciudad de México.