Читать книгу Lo que sabemos y lo que somos - Kike Ferrari - Страница 9

Оглавление

EZRA ALCAZAR, el benjamín del libro, nació en la Ciudad de México ayer nomás: en 1993.

Es escritor, periodista, crítico pero, sobre todo, un lector voraz. Fue parte de la Brigada para Leer en Libertad y hoy trabaja con Paco en la aventura del FCE, lo que no siempre es fácil: “más de una vez he pensado en que debería morir antes de seguir haciendo esto”, dice sonriendo.

En su relato vuelve, una vez más, la araña, uno de los grandes personajes de los relatos febriles de Paco.

La araña, otra vez

La evocación es un archivo saqueado, leyendas desvanecidas, insistencias ópticas

Carlos Monsiváis

--

Naciste como todos, y como todos fuiste condenado a repetir la historia que no conocías. Creciste en el más o menos que es mantra de los tuyos, en el más o menos estudias mientras más o menos te alcanza para comer, te dieron un trabajo más o menos que pagaba igual, conseguiste la propuesta del sindicato para más o menos salir adelante. Vives en el país del más o menos y sin embargo no dejas de pensar todo el tiempo en esa nota:

El pasado está vivo y en entenderlo radica la verdadera transformación


La transformación empezó hace mucho —o eso decían—, cuando tú apenas estabas en la secundaria diurna número 79. Ahí estabas con tu suéter verde y pantalón Príncipe de Gales comprado en Soriana cuando llegó el cambio. Pero nunca entendiste cuál era ese cambio. Nunca te hiciste esa pregunta hasta ahora; ahora que el cambio se ha generado, que vives en los frutos de eso y dejaste tu segundo suéter verde para regresar a un pantalón —también comprado en el Soriana— que usas en tu chamba de office boy. Fue ahí donde viste aquel mensaje. Un post it cualquiera con aquella nota y una pequeña araña dibujada debajo de él. Algo parecido habías escuchado decir a Roberto, aquel hombre viejo del sindicato, tan harto del trabajo pero que por ancas o por ranas le tocó una Ley Federal del Trabajo que según él nunca lo dejaría jubilarse. Y dicho y hecho, Roberto se murió en el hospital, pero no interno sino limpiando los pisos. “El pasado está vivo y ahí radica la verdadera transformación”, al principio creíste que era una frase un tanto poética, caminabas por Palacio viendo las placas que conmemoraban a los héroes. Pero los héroes eran estatuas y placas olvidadas, que miraban todo y que todos miraban sin entender realmente, como tú también hacías.

Los funcionarios son pinches, pero los funcionarios mexicanos son pinchísimos, son como corchos que siempre logran flotar


Y ahí estaba otra vez, ahora lo entendías bien. El mensaje no fue poético, era real. Tocaba entender que el pasado viciado seguía ahí, enraizado al “cambio”, a un cambio que fue más o menos cuando las viejas voces se callaron. ¿Pero cuáles eran esas voces? ¿Cómo se callaron?

Antes de dejar el hospital te enamoraste más o menos de una enfermera a la que dejabas poemas de Ángel González en su tarjeta del checador. Cuando dejaste el hospital y viniste aquí, también la dejaste a ella. Así eran las cosas aquí, no había tiempo para los poemas pero sí para los discursos y las ceremonias, para el protocolo. Vives en una velocidad que apenas te deja entrever lo que haces, meditarlo un poco, y cuando lo haces ya cayó un nuevo golpe y sigues. ¿De eso se trataba el cambio?

Ayer te tocó recoger las cartas de renuncia, llegó una nueva administración que barre con lo que existía y como tú eres de esta misma que entró no te queda más que seguir y tragar tus sentimientos. La justicia no existe para los justos, la justicia no existe cuando estás de este lado ni cuando estás del otro. Te toca exigirla a veces o callarte cuando te la exigen a ti. ¿Cómo empezó esto? ¿O es que nunca empezó?

Al salir del Palacio una nota más:

Las horas extra se pagan doble


Ahí vuelves a soñar. Recuerdas las primeras marchas, los días de lucha agarrado de tu madre. Caminar sobre Reforma al lado de un gordito bigotón que logra atraer a las masas como el flautista de Hamelín. Habla de otros tiempos, de la lucha de los trabajadores, de los villistas, de Zarco, de la libertad que tanto buscamos y que cuando parece que más nos acercamos alguien nos jala de regreso y nos deja fuera de su alcance. Pero la libertad nunca la conociste como la pintaban, la libertad estuvo cuando te enamoraste de aquella enfermera, cuando leíste ese libro, cuando bailaste. La libertad nunca estuvo en los cuadros de formación ni en la transformación nacional. La libertad estuvo en escribir los poemas para tu novia, en combatir con el palillo de dientes que es la palabra a los abusos sistemáticos del poder. En el hospital aprendiste que la lucha sindical había desaparecido para convertirse en el paraíso del charrismo. Intercambios de favores entre los miembros, tira y afloja de sobornos entre patrón y dirigentes ¿quién pediría horas extra cuando sabes que tu mismo secretario general te mandará a madrear?

Siempre creíste que la política era lo tuyo, pero la política no eran los discursos ni las ideologías, la política eran los favores y los compadrazgos. Eso iba a cambiar, eso te dijeron. Pero no fue así. Poco a poco quienes lo gritaban a los cuatro vientos, quienes se partieron la vida por eso, se fueron yendo, y quedó este cúmulo de funcionarios sin militancia ni ideología. Nuevos herederos del sistema contra el que tanto se había luchado.

Al entrar al sindicato el futuro se veía prometedor. Tus estudios en Ciencias Políticas auguraban que sabrías moverte dentro del aparato, y podías hacerlo. Poco a poco fuiste escalando y no fue la conciencia la que te alejó de tomar el poder sino la posibilidad de seguir escalando en otro aparato. Subiste —más o menos— en otro escalón. En tu nuevo aparato los lugares ya estaban tomados, moldear la conciencia de muchos para seguir a un sindicato charro no era suficiente. ¿Es eso, el que no puedas escalar o verdadera conciencia lo que ahora te mueve? ¿Esas notas de la araña funcionan en verdad?

Al día siguiente te mandaron con el de Recursos Humanos, una de las despedidas no aceptaba firmar su renuncia. Antes de que terminara la administración anterior la habían hecho firmar una renuncia y la recontrataron, con lo cual perdía inmediatamente la antigüedad de haber trabajado durante 25 años. La jubilación no estaba lejos, pero a nadie le importó. La señora estaba a cargo de sus nietos y ahora había perdido el trabajo. Saliste corriendo de ahí. Estabas enojado, decepcionado y con ganas de lanzar todo al vacío. Olvidar el trabajo y limpiarte de las manchas que se te quedaban pegadas por tener que cumplir con tu trabajo que prometía realizar un cambio que en su época no llegó más que al más o menos de costumbre y que ahora veías caer por completo.

Nos meteremos en sus sueños. Seremos su peor pesadilla.


Llegas a tu casa, más o menos cansado, pero con la terrible necesidad de hacer algo. Le das vuelta y renunciar no sirve de nada. Contratarán a otro, y a otro que siga haciendo el trabajo, que tal vez se dé cuenta de lo mismo que tú y renuncie, y así vendrán más. O no, se quedarán, callados, conservando su empleo y más o menos olvidando su conciencia y todo tipo de moral. Entonces vas a tu escritorio, levantas los papeles, tiras todo de un lado a otro buscando con impaciencia. Ya está, tienes el bloc, y un paquete nuevo de post it; y así empiezas a hacer dibujos, bocetos apenas de una aparente araña morada. Cuando tienes el dibujo perfecto empiezas a llenar el bloc, las hojitas amarillas, una con cada consigna y el dibujo de la araña, que ahora sí pueden estar todos seguros, ha vuelto.

Al día siguiente sales más temprano que nunca. Cuando la gente llega a la oficina tú ya vas por el segundo café y has terminado todas tus tareas. Dejaste la evocación a los héroes del cambio y pasaste a la acción, esa es la transformación. No hay baño, elevador, checador ni computadora que no tenga al menos uno de los mensajes de la araña.

Lo que sabemos y lo que somos

Подняться наверх