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Almacén y comedor El Terruño,
donde el alma se alimenta

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“Somos seres sociales que tenemos la necesidad primaria de interactuar con otros en la vida real. El Terruño es una respuesta concreta a este deseo vital. Un espacio físico para conectar después de un largo tiempo de restricciones”, manifiesta, categórica, Verónica Rezk a car­go jun­to a su prima Marita del almacén El Terruño en Morse (Junín), fuente de amistad y encuentros en un pueblo que estuvo durante muchos años huérfano de un espacio así. “Nada funciona en Morse”, “la gente se queja si no hay nada, pero cuando hay algo no apoya”, estas frases comunes a todos los pueblos, verdaderos mitos rurales, fueron derribadas por estas dos mujeres que se trazaron un objetivo: devolverle al pueblo parte de su encanto. “Volver a encontrarnos, compartir una comida y una charla”, asegura Verónica. No es poco, en un pueblo que tiene rango de revolución.

La historia comienza en Beirut. Allá lejos. Corría el año 1910, en el puerto de aquella ciudad del Oriente Próximo subió a un barco Sofía Nadef, una mujer que desafió un mundo en donde solo tenía espacio muy detrás de los hombres. Llegó a Buenos Aires, sin saber el idioma, ni mucho menos qué era este país al fin del mundo. Venía tras una pista: encontrarse con sus primos y tíos que estaban en Junín. “Sin documentos y con toda la cultura árabe a cuestas, se puso al frente de un negocio”, afirma su nieta Verónica. “El rol de la mujer se limitaba a las cuestiones domésticas”, reafirma. Sofía tenía personalidad, podía mover una montaña si se lo proponía. Morse en aquellos años era un pueblo pequeño, dinámico y cosmopolita. Un espejo de lo que sucedía en todas las localidades bonaerenses. En una misma cuadra caminaban un gallego, un judío, un italiano, un ruso y un vasco. Así se hizo Argentina.

Sofía encontró a un libanés en Morse, Abdala Salomón, se casaron y tuvieron seis hijos. Esto no le impidió seguir atendiendo su boliche de adobe en las tierras bajas del pueblo. Muchas veces se le inundó, pero tampoco significó renunciar a tener ese espacio propio de trabajo y sustento. En 1950 consiguen comprar un terreno en una zona más alta y hacen un almacén y una casa con material: este es El Terruño actual. En 1976, la todopoderosa Sofía fallece y uno de sus hijos, Eduardo, se hace cargo del boliche hasta 1993, aquellos años fueron duros para los sueños. La esquina “del turco Salomón” parecía vivir sus últimos días.

Dos nietas de Sofía, que llevan en su sangre la tenacidad árabe, tuvieron una idea. En julio de 2020 Marita quería un negocio, pero mucho más que eso: recuperar la esquina familiar que 70 años antes había sido el epicentro de la actividad en el pueblo. Verónica estaba en la misma sintonía. Si Sofía, con seis hijos lo había logrado, ¿por qué ellas no? Así fue que le dieron forma a El Terruño, una casa que es museo y almacén, que “le devolvió la vida social al pueblo y lo puso en el mapa recreativo de la zona”, sostiene Verónica.

¿Cómo es El Terruño? “Es un punto de encuentro, identidad y pertenencia. Nació con el propósito de promover la producción local de sabores y artesanías, poner en valor la historia y el patrimonio cultural de Morse. Es un almacén de comestibles, casa de picadas, feria de ropa, museo y espacio cultural”, describe Verónica. Es un montón. Abrieron en tiempos de pandemia, y les va muy bien. Vamos a conocer un poco más de qué se trata.

La vieja esquina donde atendía la mítica Sofía conserva sus palenques, por si algún gaucho aparece a caballo. En una galería, están presentadas mesas, y también hay en un formato más pequeño para que los niños no se queden afuera de la ceremonia. “No se trata solo de venir a comer, sino que tenemos talleres de manualidades, música, baile, muestras de arte, degustaciones, peñas de amigos, cumpleaños y torneos de truco”, asegura Verónica. Nadie queda afuera. Todos están invitados, estamos invitados.

“Se respira una atmósfera afectuosa. Es volver a la casa de nuestros abuelos”, resume Verónica. El interior está decorado con señales de otras épocas que impactan al corazón. “En el mostrador es común ver a una mamá enseñándole a su hijo la lata de las galletitas que compraba cuando era niña”, afirma Verónica. El Terruño está pensado para potenciar el turismo en el pueblo, pero también para que tenga un impacto local directo. “Es un espacio de pertenencia familiar y comunitaria”, enfatiza Rezk. ¿Las emociones pueden mensurarse, es aplicable creer que el corazón entiende el lenguaje de aquello que ha dejado de existir en un tiempo? En este almacén, están todas las respuestas.

“Todo el tiempo pasan cosas lindas. Hemos visto llorar frente a la estufa Bram Metal, o una radio Carina, o cuando servimos Hesperidina”, describe el mapa de los sentimientos que se despliega en el almacén. “Es mucho más que eso, es una experiencia que se disfruta con todos los sentidos”, destaca Rezk. Las paredes hablan por sí solas. Fotos de la gesta familiar de Sofía Nadef, aquí entronizada, personajes destacados del pueblo e íconos de la cultura nacional. “Cada visitante se reconoce con alguna historia”, resume.

Como todo lo que tiene éxito en el mapa de los silencios y la calma, El Terruño es un emprendimiento familiar. Verónica y Marita están atentas a cada detalle. Tienen colaboradores de Morse. Lo local tiene una importancia crucial. Todo lo compran en el pueblo. Pan y facturas, de las dos panaderías que tiene la pequeña localidad de 2000 habitantes. “Si necesitamos un plomero, herrero o carpintero, siempre primero pensamos en Morse”, conforma Verónica.

En el poco tiempo que está reabierto, El Terruño ya se hizo un clásico. Vecinos y turistas lo frecuentan. Los caminos de tierra, la pequeña escala, el estar atento al vuelo de un ave, seguir el trote de un caballo, estas pequeñas cosas son las señales que se buscan en los viajes tierra adentro. “Sabíamos que estas escapadas iban a ser deseadas. Se sabe que cuanto más hostil se vuelve el entorno, el hombre busca lo conocido porque le da seguridad”, afirma Rezk. Agregamos que busca lo conocido y volver a sus raíces. “El Terruño funciona como un refugio donde podemos abstraernos del mundo exterior y anclar en medio de tanta incertidumbre”, agrega.

La felicidad suele ser austera, basta con un mostrador de 100 años, historias y aromas. Para Morse, El Terruño cumple la misma función que tuvo cuando aquella siria zarpó del puerto de Beirut: ofrecer provisiones, en este caso, están los comestibles, pero también las que alimentan al alma. “Los clientes del pueblo vienen atraídos por la novedad, a conocer gente nueva y, sobre todo, vienen a charlar, algo tan básico que se había perdido”, afirma Rezk. Las cantinas de los clubes, boliches y bares habían cerrado. “Una señora vino a merendar con sus nietos, después a comer con su marido y más tarde a tomar mates con sus amigas”, describe el sentido de pertenencia al que apuntan. Lo logran, alcanzan sus metas. Pudieron hacer un almacén que es abrazo, alegría y esperanza. Morse tiene un terruño encantador. Las sonrisas que se oyen en el pueblo nacen en este almacén con aires del Medio Oriente.

La gastronomía del almacén es simple y criolla, no hay secretos. Buena señal. Lo simple significa despojo de banalidades. Picadas con salame y queso de la zona, empanadas de carne fritas en el momento, berenjenas al vino blanco y escabeches pampeanos. ¿Postre? Queso con dulce y pastelitos para los dos bandos: batata y membrillo. Para la tarde, suman pastafrolas, alfajores de maicena, facturas, buñuelos y un clásico campero: la torta de chicharrón. Durante la ceremonia no faltan los aperitivos como Pineral, Hesperidina o Amargo Obrero, y bebidas de porte pulpero: ginebra y caña. Vinos y cervezas. Para los niños: chocolate caliente. + info: @el_terruno_morse

El pueblo es el más grande del distrito de Junín. Está sobre ruta 46, a 30 kilómetros de aquella ciudad cabecera. Es típicamente agrícola. Aquí se realiza la Fiesta Provincial del Cosechero. Se puede visitar el Museo Agropecuario al aire libre con objetos y maquinaria agrícola de todos los tiempos. La joya: un tractor Deering de 1924, que aún funciona. El pueblo se llama así en honor al inventor del teléfono.

El escritor Alejandro Dolina nació en Morse. Se trató de un hecho impensado, ya que tenía que nacer en Baigorrita (General Viamonte), pero la partera no podía trasladarse a esa localidad y la mamá de Alejandro debió viajar hasta Morse, para dar a luz al autor de Crónicas del Ángel Gris, entre otros inolvidables libros populares.

Desconocida Buenos Aires. Pulperías y bodegones

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