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Pulpería Los Ombúes,
una de las más antiguas de Argentina

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Cuando Argentina ni siquiera era un sueño, la pulpería Los Ombúes ya estaba abierta. Los papeles nos dicen que para 1780 existía una posta en el mismo lugar y que nunca más cerró sus puertas. Desde hace 116 años la familia Inzaurgarat está a cargo del mostrador, y hace treinta años Elsa la atiende, siendo la única pulpera de la provincia de Buenos Aires. “Es parte de mi vida”, afirma emocionada. Creció entre las estanterías y el peso de estar frente a un lugar que tiene 241 años le calza cómodo, pero le afecta sus sentimientos. “Me acuerdo de mi padre, y lloro, toda mi familia trabajó acá”, confiesa con lágrimas. Es un ser de luz.

Dos grandes y centenarios ombúes enmarcan la pequeña y criolla pulpería, que se ubica cerca de Chenaut, en el partido de Exaltación de la Cruz, a solo 100 kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires. “Cuesta entender que esté tan cerca, acá el tiempo se ha detenido”, asegura César Bonaparte, hace 44 años le lleva mercadería a este templo criollo. “No he faltado nunca, y ni siquiera por lluvia dejo de venir”, aclara. El camino de acceso a Los Ombúes no es el mejor, y hacerlo con agua materializa un inmenso amor hacia Elsa. Todos los guiños y señales propios de las viejas pulperías se encuentran aquí.

Aquella emoción de Elsa se exterioriza. La puerta abovedada, su pintura blanca, impoluta, algunas mesas al aire libre y el interminable horizonte que abraza la confidente y solitaria pulpería recrean una postal de profundo sentido criollo. Las mujeres dominan la escena. “El lema de la pulpería es: lo que no ve, pregunte”, asegura Carina Godoy, la atiende junto a Elsa. “Somos dos mujeres al frente, y nos sentimos muy cómodas”, asegura. El público es mayoritariamente masculino, y ellas se hacen fuertes en la diferencia de género, que no se nota ni se siente en el mundo pulpero.

“Nos vienen a pedir consejos”, confiesa Carina. En la dilatada geografía pampera, la paisanada busca no solo algún trago o abasto, sino también contención emocional. “Problemas con las esposas, hijos, encargados de campo”, enumera las cuestiones por las cuales los oídos de Elsa y Carina son anhelados. La realidad productiva del campo bonaerense ha cambiado, y la mano de obra rural se ocupa con trabajadores del litoral. “Para ellos debe ser difícil adaptarse a esta realidad, nosotras los hacemos sentir como en casa”, afirma Carina.

Así como antaño, la libreta es la tarjeta de crédito rural. A un costado del mostrador, un fichero con docenas de libretas lo decoran, también las hay más grandes. Las pequeñas son para familias, las otras para estancias que hacen sus compras acá para sus empleados. “Todos pagan”, aclara Elsa. “Antes se pagaba una vez al año, ahora, mensual”. Solo su presencia genera veneración y respeto. “Ella no deja a nadie a pie, siempre da crédito”, afirma Susana Lescano, clienta que vive en un puesto de una estancia. “Hay momentos en el mes que no tenés plata, pero ella nos deja llevar productos”, agrega.

“Para los niños es muy importante la pulpería”, a pocos kilómetros se halla una escuela rural. Van los hijos de los puesteros y trabajadores rurales. No hay pueblos cerca, los útiles los compran en Los Ombúes. “Si algo no está en ese momento, Elsa lo consigue para el día siguiente”, aclara Susana. “Hacemos un servicio completo”, manifiesta Carina. Elsa nació en este solar. “Ella comprende mucho a la gente del campo”, sugiere.

Asimismo cuenta: “La consultan por remedios caseros”. Desde 1955, la pulpera caminó estas huellas y estuvo detrás del mostrador acompañando a su padre. “Pocas personas han visto tanto”, completa su ladera. Entonces, a las obligaciones propias de su oficio, se les agregan las de curandera. “Ella cura el empacho y a los animales”, agrega Carina. “Los vecinos le mandan fotos de gallinas o vacas por WhatsApp y Elsa sabe cómo curarlas”, afirma.

La pulpería conserva el diseño de aquellas que fueron mojones de civilización en los siglos XVIII y XIX. Un pequeño ambiente bajo techo se enfrenta con las rejas y un recoleto mostrador. Detrás, las estanterías donde se exhiben cientos de artículos y botellas. Se tiene la sensación de estar dentro de un aleph rural: todo lo que existe está allí. Un salón a un costado con mesas y un pool sirven de espacio para entretenimiento y epicentro de torneos de truco y mus.

“No hay pulpería que tenga más historia”, refiere Bonaparte. Tiene razón. El registro más antiguo la data en 1780, aunque podría ser más longeva. “Es importante porque acá se habla de temas nuestros: caballos, el campo, la familia”, explica. Personaje arquetípico, nacido en San Andrés de Giles, hace 50 años que es viajante de boliches camperos y pulperías. “Hace 44 años que vengo, y nunca fallé”, reafirma. “Tengo un récord –advierte apoyado en una estantería– en 50 años de trabajo jamás me tomé vacaciones, no puedo dejar sin mercadería a la gente del campo”, sentencia.

Su trabajo es vital, trae garrafas, yerba, mate, azúcar y lo que le pidan. “Por algo esta pulpería es la que más años ha aguantado”, sugiere Bonaparte, buscando una explicación de por qué este pequeño islote de ladrillos unidos con barro y este techo criollo generan tanto hechizo.

La gastronomía es un factor importante por el cual Los Ombúes es muy apreciada por turistas y viajeros solitarios, es una parada obligada. El sándwich de jamón crudo y queso que preparan es una experiencia que evoca delicados sentimientos, generoso y suculento. Es rendidor y fundamenta el viaje por los agrietados caminos de tierra. “Viene mucha gente”, aclara Carina. Los fines de semana, los aventureros llegan para recuperar la paz, la tranquilidad y los sabores.

En moto, a caballo o en bicicleta, el polvoriento camino que conduce a la pulpería es transitado. Las mesas al aire libre se ocupan enseguida. Pero el predio es amplio, y no falta el picadito de fútbol entre amigos. “Es como nuestro club”, resume Carina. Punto de encuentro por excelencia, todo termina con una picada, un aperitivo y un trago que es usual aquí, muchos gauchos prefieren el whisky con coca. Gustos locales.

“La gente del campo depende de nosotros”, resume Elsa, de pocas palabras, pero muy clara en sus conceptos. Su función es simple y poderosa: permitir que la vida se desarrolle en este rincón apartado y bondadoso del mapa. “Es nuestro supermercado”, comenta Tito Bouza, asiduo cliente. “Acá encontramos carne, frutas, comida, de todo”, agrega.

“Si no estuviera la pulpería sería muy difícil la vida en el campo”, reconoce Bouza. Cuando el sol se despierta en el horizonte, las puertas se abren y después de la caída del astro, Los Ombúes continúa abierta. “Me siento muy feliz de estar acá”, confiesa Elsa. “Siento que he encontrado mi lugar en el mundo”, le contesta Carina. Ambas ya entraron a la historia y en el corazón de la comarca campera. Hay pulpería para rato.

+ info: La entrada a la pulpería está sobre ruta 193. En la entrada a Chenaut. Hay carteles que indican el camino.

Así fue nombrada Capilla del Señor, cabecera de Exaltación de la Cruz. Es un pueblo con encantos propios, alrededor de la plaza se presentan comercios y locales gastronómicos, todos muy recomendables. La Casa Miralejos domina la atención. El patrimonio arquitectónico, con guiños coloniales, le da un resplandor encantador. Caminar por sus calles es una invitación a participar de una sentimental actividad muy reconfortante. Lugares imperdibles: Museo del Periodismo Bonaerense, Templo Parroquial, tienda La Mar y almacén Cafferata. Es importante la oferta de cabañas y hospedajes rurales alrededor del pueblo. + info: www.exaltaciondelacruz.gob.ar

Desconocida Buenos Aires. Pulperías y bodegones

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