Читать книгу Desconocida Buenos Aires. Pulperías y bodegones - Leandro Vesco - Страница 12
Bodegón de campo El Paisanito,
el corazón de Germania
ОглавлениеCuando la provincia de Buenos Aires se está por terminar y las rutas comienzan a señalar pueblos santafesinos, Germania es uno de los últimos bonaerenses. Asombra, primero, por su prolijidad. Sus calles, veredas y espacios verdes, meticulosos y ordenados. Incluso la luz del sol parece bajar con un filtro que le agrega belleza. Sin duda, es un pueblo con encanto propio que vale el viaje hasta los márgenes del mapa. En una de sus calles periféricas está el boliche El Paisanito, querido reducto que es fruto de una historia de amor increíble, de esos que se llaman “de novela”. “Es un clásico de Germania, todos sus habitantes hemos ido por diferentes motivos, siempre te atienden cálidamente, siempre hay comida casera para llevar, alpargatas para comprar o un vino para compartir mientras esperás la comida”, cuenta Natacha Diz (47 años), nacida y criada allí. Ella nos contará la historia.
“Los dueños de El Paisanito son Negrita y Hugo, hace 54 años que tienen el almacén, ellos se conocieron cuando vivían y trabajaban en el campo, ella tenía 14 y el 24, por ese motivo el noviazgo no era bien visto en la familia de Negrita. Les concedieron unos pocos días para encontrarse, y en uno de esos encuentros, se pusieron de acuerdo y Hugo se la ‘robó’ a caballo y la llevó a su casa paterna. Ahí les exigieron casarse porque ella era menor, así que ese mismo día fueron al registro civil y se casaron con dos vecinos que se encontraban en el lugar como testigos. Después de vivir unos años en el campo vinieron al pueblo y abrieron el almacén El Paisanito, pasaron 54 años desde entonces. Nunca se han separado”, relata entusiasmada Natacha.
El eterno matrimonio funciona como una unidad. Hugo está encargado del despacho de bebidas, los dioses sabrán cuántos aperitivos ha servido y a cuánta gente ha hecho feliz. Negrita, de la comida. Aquellos pueden saciar la sed, pero la segunda esgrima con la magia. “El producto estrella, sin dudas, es la empanada de carne frita, pero también son muy pedidos los pastelitos y los ravioles caseros”, afirma Diz. Caso aparte para las empanadas, orgullo del pueblo. Buenos Aires tiene el Obelisco, Germania las empanadas de Negrita. “El secreto está en la masa, es casera, ella amasa todos los días del año. Y, todos los días hay empanadas frescas, recién fritas”, afirma Natacha. Peculiaridades de los almacenes de pueblo. La rutina se vuelve una seguridad que abraza la propia identidad.
“El almacén parece detenido en el tiempo, tiene el encanto de los viejos almacenes de pueblo, con venta de alpargatas, víveres, comestibles y al lado el boliche, donde se juega a las cartas mientras se toma vino, Gancia, caña y se picotean fiambres caseros y las clásicas empanadas”, describe Diz. La compra de mercaderías es un evento social. Los vecinos se ven y charlan, los rumores se crean o se reproducen, el pueblo late en lugares así. Negrita, que atiende el almacén, atesora historias. Hugo, al lado, las confirma o desacredita mientras despacha las copas, y la peonada entra pacientemente buscando la protección de la amistad. El Paisanito es el corazón de Germania.
“Disfruto mucho de la sensación de pertenencia que me da ir a El Paisanito, es un lugar de mi infancia, donde íbamos con mi abuelo a buscar empanadas y pasteles los días domingo”, recuerda y reflexiona Natacha. Toda su vida el boliche la acompañó, hasta tal punto que hizo tender puentes hacia recuerdos formativos que involucran a seres queridos.
El salón es austero. No se necesita mucho. Un puñado de mesas, siempre con sillas de diferentes juegos, ceniceros, cartas y porotos. El mostrador es una postal de la tradición: las botellas de aperitivos, una botella de vino de mesa con tapa a rosca y un sifón de soda. El trapo rejilla, y las copas. Con estas limitadas herramientas, el hombre de campo es feliz. La compañía es el objetivo supremo, los chistes a flor de piel, las anécdotas del día laboral. Cada cual entra y se suma a la charla, la inclusión es total. Los temas son los que importan: el estado de los caminos, los milímetros que ha llovido, la actualidad de las diferentes siembras, el precio de la leche y el anuncio de un inminente viaje a algún pueblo grande cercano, aquellos que viven en un pueblo de frontera conocen de distancias. Siempre se avisa un viaje así para ofrecerse y ser correo, llevar o traer algo. Todas estas delicadas cuestiones sociales se debaten entre un truco y el próximo vale cuatro. Es difícil pensar en un ambiente más humano.
“En el almacén trabajan Negrita, Hugo y Sergio, su hijo, más conocido como ‘El Topo’, aunque los fines de semana su hija Graciela les da una mano en la cocina y María, la hermana de Negrita, también. Es un emprendimiento familiar”, aclara Natacha. Entonces las empanadas y los pastelitos cobran valor. En esas recetas se está trasladando la historia de una familia. Sentarse en el boliche, hablar con Hugo y Negrita y probar estas delicias es una experiencia inolvidable y educativa.
“Creo que este tipo de negocios, los almacenes y pulperías de campo, son deseados por su autenticidad y por la calidez de sus dueños, por la calidad de la comida, que nos lleva a nuestra infancia o a esas historias que escuchamos contar a nuestros abuelos. Los turistas vienen a buscar ser parte de esas historias, sentir que prueban, junto a la comida un pedacito de tradición, de costumbre y de comida hecha con el alma”, resume Natacha la emotiva realidad que se vive dentro del boliche. Estas cosas hay que tomarlas en serio, dos vidas que se encontraron hace más de medio siglo, muestran su corazón.
La inmortal heladera de cuatro puertas de madera atesora las bebidas y el hielo. Un cuadro con un caballo ganador está colgado en lo alto de la estantería. Su elevación está en sintonía con su importancia. Un reloj que recuerda el paso del tiempo finge estar atento al giro de la tierra alrededor de su eje. No tiene valor ese tiempo en lugares como El Paisanito. El tiempo en los boliches pasa como si fuera un invitado que llegó de un lugar alejado y, cansado, queda en un rincón, asistiendo como privilegiado testigo del paso de la vida, sin ni siquiera rozarla. “Podés venir simplemente a tomar algo”, resume Natacha. En la simpleza de esa sugerencia se esconde el resplandor de la felicidad.
“Mi pueblo es un pueblo tranquilo, chico, de pocos habitantes y ritmo lento. Si bien no tenemos las mismas oportunidades que en las grandes ciudades, tenemos una paz y tranquilidad difíciles de encontrar en esos centros urbanos. Nuestros hijos van solos a la escuela, a jugar a la plaza, dejamos las puertas abiertas y nos saludamos todos”, resume Diz, para darle un marco al clásico y emotivo Paisanito. Si Germania es un pueblo bello y encantador, su boliche decano le agrava humanidad y sonrisas. “Es imposible pasar y no entrar, enseguida Negrita te ofrece algo, ¿la última vez? Papas fritas en grasa de cerdo: increíbles”, concluye.
+ info: Germania tiene acceso sobre ruta 7. El boliche está en la calle Córdoba 571. En el pueblo hay hospedajes. El clásico Hotel Argentino (teléfono 02356 49-4046) y los departamentos Lo de Chichina (teléfono 02356 49-4051). Existen otras alternativas para probar comidas típicas, en el pueblo, además de El Paisanito, se encuentra el bar El Lagarto donde se ofrecen asados, el Club Sarmiento, epicentro de las clásicas peñas. También hacen pizzas y comidas por encargo. Luego, el Centro Recreativo Germania, donde organizan torneos de pelota paleta en cancha cerrada. Antes o después, en la cantina se ofrecen bebidas y comidas típicas. En Germania hay cajero automático, pero no estación de servicio. Para conseguir combustible se sugiere ir a General Pinto y a Alberdi.
Las tierras donde hoy se encuentra Germania fueron adquiridas por el káiser alemán Guillermo II para crear aquí una colonia alemana. El Estado nacional les vende estas tierras en 1886 a los hermanos Carlos y Roberto Gunther, quienes fundaron la Estancia La Germania. Aquí está la génesis del nombre del pueblo.
Algo curioso sucede en esta ciudad fronteriza, cuna de Manuel Puig. Existe una red bohemia de boliches que son frecuentados por singulares personajes que todos los días al caer la tarde se juntan para tomar un aperitivo, jugar a los naipes y comer, según el día, algún asado o comida típica. El boliche de Tarugo es uno de ellos, con una fauna de personajes de notable humor. Las mesas son escenarios de acalorados y divertidos partidos de mus. A pocas cuadras de allí, en una esquina periférica del pueblo –por cierto muy lindo, y con muchos atractivos– está el Boliche del Polaco, bastión de la amistad. Padre e hijo aquí están a cargo de un espacio bello y emotivo. Una cofradía de hombres lo visita a diario para recrear una hermosa tradición: la de la charla y las risas. El método que se sigue aquí es práctico. Cada cual lleva un trozo de carne que es hecho al disco, o a las brasas por Cholfi, chef bolichero, acaso el único del país. A medida que van saliendo los cortes, se depositan en las mesas o el mostrador. Se los disfruta en forma comunitaria. Algo para destacar: Román Alustiza, periodista local, tuvo la genial idea de decorar todas las paredes del boliche con cientos de cuadros de glorias deportivas nacionales, regionales y locales como Pelayo Pérez, un boxeador que mantuvo un invicto: nunca ganó una pelea. Es difícil hallar en toda la provincia una comunidad tan aferrada a estas tareas bohemias a diario. Emociona y gratifica. + info: General Villegas está sobre ruta 188.