Читать книгу Canción dulce - Leila Slimani, Leila Slimani - Страница 13

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Cuando la niña está en el colegio, Louise sujeta a Adam a su cuerpo con un fular grande. Le gusta sentir sus muslos rellenitos sobre su vientre, la baba que se desliza por su cuello mientras duerme. Canta todo el día para este bebé, se emociona ante su pereza. Le da masajes, se enorgullece de lo rollizo que está, de sus mofletes sonrosados. Por la mañana, el bebé la recibe con gorjeos, echándole los bracitos. Durante las semanas siguientes a su llegada, Adam dio sus primeros pasos. Antes lloraba todas las noches, ahora duerme con un sueño apacible hasta la mañana.

En cambio Mila es más arisca. Es una niña frágil con porte de bailarina. Louise la peina con unos moños tan tirantes que los ojos se le achinan. Entonces se asemeja a una de esas heroínas de la Edad Media, de frente ancha y mirada noble y fría. Es una cría difícil, agotadora. Ante cualquier contrariedad reacciona gritando. Se tira al suelo en plena calle, patalea, se arrastra, se resiste, para humillar a Louise. Cuando esta se agacha e intenta hablar con ella, Mila mira para otro lado. Se pone a contar en voz alta las mariposas del papel de la pared. Se mira en el espejo mientras llora. Esta niña está obsesionada por su propio reflejo. En la calle, se fija continuamente en los escaparates. En varias ocasiones, ha tropezado contra algún poste o con algún obstáculo de la acera por estar distraída contemplándose a sí misma.

Mila es lista. Sabe que la gente vigila y que Louise se puede avergonzar. La niñera cede con más facilidad cuando hay público delante. Tiene que dar un rodeo para no pasar frente a la juguetería de la avenida, pues la niña lanza unos gritos estridentes ante el escaparate. Camino del colegio, Mila arrastra los pies. Roba una frambuesa del puesto de una frutería. Se sube a los salientes de las tiendas, se esconde en los portales y sale corriendo a toda velocidad. Louise trata de correr tras ella, empujando el cochecito del bebé, grita el nombre de la niña y esta solo se detiene al llegar a la esquina. A veces, Mila se arrepiente. Se preocupa por la palidez de Louise y los sustos que le hace pasar. Se acerca a ella, zalamera, mimosa, para que la perdone. Se agarra a sus piernas. Llora y reclama su afecto.

Lentamente, Louise se conquista a la niña. Día tras día, le cuenta cuentos con los mismos personajes. Huerfanitos, niñas que se pierden, princesas prisioneras y castillos abandonados, habitados por unos ogros terribles. Una fauna extraña, hecha de pájaros con picos deformes, osos con una sola pata y unicornios melancólicos, puebla los paisajes de Louise. La niña se queda callada, a su lado, atenta, impaciente. Exige que vuelvan esos personajes. ¿De dónde vienen esos cuentos? Emanan de ella, en un continuo tropel, sin que lo piense, sin el menor esfuerzo de memoria o de imaginación. ¿De qué lago negro, de qué frondoso bosque ha extraído esos cuentos crueles en los que los buenos mueren al final, no sin antes haber salvado el mundo?

Canción dulce

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