Читать книгу Canción dulce - Leila Slimani, Leila Slimani - Страница 15
ОглавлениеMyriam va a la puerta de entrada y mira por la mirilla. Cada cinco minutos, dice: «Están tardando». Y eso pone nerviosa a Mila. Sentada en el borde del sofá, con ese horroroso vestido de tafetán, la niña está a punto de llorar.
«—¿Crees que no van a venir?
—Claro que vendrán —responde Louise—. Dales tiempo a que lleguen.»
Los preparativos para el cumpleaños de Mila han adquirido unas proporciones que sobrepasan a Myriam. Louise lleva dos semanas hablando de ello. Cuando Myriam llega del despacho, al final de la tarde, agotada, le enseña las guirnaldas que ha confeccionado ella misma. Le describe con una voz histérica el vestido de tafetán que ha visto en una boutique y que —está segurísima— le va a encantar a Mila. Myriam se ha contenido varias veces para no desairarla. Está harta de esas ridículas preocupaciones. ¡Mila es tan pequeña! No ve interés alguno en alterarse de ese modo. Pero Louise se la queda mirando, con esos ojos pequeñitos abiertos de par en par. Intenta poner de su lado a Mila, que está exultante de felicidad. Lo más importante es el placer de esta princesa, la magia del próximo cumpleaños. Myriam se guarda para ella sus sarcasmos. Se siente culpable y promete que hará todo lo posible para asistir a la fiesta.
Louise ha decidido organizarla un miércoles por la tarde, pues los niños no tienen clase y así se asegura de que estén en París y asistan todos. Al salir para el despacho por la mañana, Myriam ha prometido que estaría de vuelta después de comer.
Cuando llegó del trabajo, al principio de la tarde, por poco suelta un grito. Ya no reconocía su casa. El salón estaba literalmente transformado, chorreando de purpurina, globos, guirnaldas de papel. Para colmo, el sofá había sido retirado, para que los niños pudieran jugar a gusto. Incluso la mesa de roble, que pesaba tanto y que nunca se había movido de donde estaba, había sido trasladada al otro lado del cuarto.
«—¿Quién ha cambiado de sitio los muebles? ¿Le ha ayudado Paul?
—No —responde Louise—. Lo he hecho yo sola.»
Myriam, incrédula, tiene ganas de echarse a reír. Es una broma, piensa, viendo sus brazos menudos, delgados como palillos. Luego recuerda que ya se había asombrado de la fuerza tan sorprendente de Louise. En una o dos ocasiones, le impresionó el modo con qué levantaba unos paquetes pesados y voluminosos, a la vez que llevaba en brazos a Adam. Tras ese físico frágil, delgado, oculta una fuerza de gigante.
Louise se ha pasado la mañana hinchando globos a los que da forma de animales, y los ha colgado por todas partes, desde la entrada hasta en los tiradores de los cajones de la cocina. Ella misma ha hecho la tarta de cumpleaños, una enorme charlotte con frutos rojos, toda decorada.
Myriam lamenta haberse pedido la tarde libre. Habría estado tan bien en la tranquilidad de su despacho. El cumpleaños de su hija le genera angustia. Teme asistir al espectáculo de unos niños que se aburren y se impacientan. No le apetece mediar entre los que se pelean, ni consolar a aquellos cuyos padres se retrasan en recogerlos. Unos recuerdos amargos de su propia infancia acuden a su memoria. Se ve a sí misma sentada sobre una tupida alfombra de lana blanca, aislada del grupo de niñas que juegan a las cocinitas. Había dejado derretir un trozo de chocolate entre los hilos de lana e intentó disimular un estropicio que empeoró las cosas. La madre de la amiga que cumplía años la regañó delante de todos.
Se esconde en su dormitorio, cierra la puerta y finge que está absorta en la lectura de sus correos electrónicos. Sabe que puede contar, como siempre, con la niñera. El timbre no deja de sonar. El salón está a rebosar de gritos infantiles. Louise ha puesto música, Myriam sale discretamente de su cuarto y observa a los niños aglutinados a su alrededor. La rodean, cautivados por completo. Ha preparado canciones y trucos de magia. Se disfraza ante los ojos estupefactos de los niños, y estos, que no son fáciles de engañar, saben que Louise es uno de ellos. Allí está ella, arrebatadora, alegre, bromista. Canta canciones, imita los ruidos de los animales. Incluso se sube a la espalda a Mila y a un amiguito ante los chavales que lloran de la risa y le suplican que los deje participar a ellos también en el rodeo.