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VII
ОглавлениеEn casa de los Rostov se celebraba la fiesta de las dos Natalias, la madre y la hija menor. Desde por la mañana, las berlinas conducían a las visitas. Llegaban y desfilaban ante el gran palacio de la condesa Rostov, muy conocida de todo Moscú, situado en la calle Povarskaia. La Condesa, con la hija mayor y las visitas que se sucedían incesantemente, no se movía del salón.
La Condesa era una mujer de unos cuarenta y cinco años, de tipo oriental, de rostro ahusado y visiblemente fatigado por los partos continuos: había tenido doce hijos. Sus lentos movimientos y la premiosidad de su conversación, debida a la falta de fuerzas, le daban un aire imponente que inspiraba respeto. La princesa Ana Mikhailovna Drubetzkaia, que se encontraba allí como si estuviera en su casa, la ayudaba a recibir y conversar con las visitas.
Los jóvenes hallábanse en una habitación próxima, y no creían necesario participar de la recepción. El Conde salía a recibir a las visitas y las invitaba a comer.
- María Lvovna Kuraguin y su hija - anunció con profunda voz el corpulento criado de la Condesa abriendo la puerta del salón.
La Condesa reflexionó y aspiró un polvo de rapé extraído de una tabaquera de oro con el retrato de su marido.
- Me han rendido las visitas - dijo -. Bien, recibiré a ésta, pero será la última. Marea todo esto. Hazlas entrar -dijo al criado con voz triste, como si le hubiera dicho: «Bien, acaba de matarme.»
Una dama alta, fuerte, de altivo aspecto, y una joven carirredonda y sonriente siempre entraron en el salón con gran rumor de telas.
El tema de la conversación era la gran noticia del día: la enfermedad del riquísimo y excelente conde Bezukhov, un hombre viejo, superviviente de la época de Catalina. También se hablaba de su hijo natural Pedro, aquel que se había portado tan desgraciadamente en la velada.
- ¿De veras? - preguntó la Condesa.
- Compadezco mucho al pobre Conde - dijo la visitante-. ¡Está tan enfermo! Estos disgustos de su hijo lo matarán.
- ¿Qué ocurre? - preguntó la Condesa, como si no supiera nada de lo que le hablaba su interlocutora, a pesar de que en muy poco rato le habían contado quince veces el motivo de los disgustos del conde Bezukhov.
- Éstos son los resultados de la educación actual. Este joven, en el extranjero, no tenía a nadie que le guiase, y ahora, en San Petersburgo, dicen que comete tales atrocidades, que ha sido expulsado por la policía.
- ¿De veras? - preguntó la Condesa.
- Ha elegido muy malas compañías - intervino la princesa Ana Mikhailovna -. Según parece, él, el hijo del príncipe Basilio y un tal Dolokhov han hecho alguna sonada. Los han castigado a los dos. Dolokhov ha sido degradado y el hijo de Bezukhov enviado a Moscú. Por lo que respecta a Anatolio Kuraguin, el padre ha podido echar tierra sobre el asunto. Pero parece que también le han expulsado de San Petersburgo.
- Pero ¿qué han hecho? - preguntó la Condesa.
-Son unos verdaderos bandidos. Sobre todo ese Dolokhov - dijo la visitante -. Es hijo de María Ivanovna Dolokhova. Ya ve usted. ¡Una dama tan respetable! Figúrese usted que los tres cogieron un oso de no sé dónde, lo metieron en un coche y se fueron a casa de unas actrices.
Tuvo que ir un policía para calmarlos. Y ¿sabe usted qué hicieron? Cogieron al policía, lo ataron a la espalda del oso y lo tiraron al Moika. El oso se puso a nadar, llevando al policía en las espaldas.
- Querida, debía de ser muy divertido el espectáculo - exclamó el Conde retorciéndose de risa.
- ¡Oh, qué horror, qué horror! ¿Por qué se ríe así, Conde?
No obstante, las damas no pudieron contener la risa.
- Fue muy difícil salvar a aquel desgraciado - continuó la visitante -. Y, ya ve usted: el hijo del príncipe Cirilo Vladimirovitch Bezukhov se divierte de este modo - añadió -. ¡Lo han educado bien! ¡Tan inteligente como decían que era! Ya ve usted adónde nos conduce la educación en el extranjero. Supongo que aquí, a pesar de su fortuna, no le recibirá nadie. Querían presentármelo, pero me he negado en absoluto. Tengo dos hijas.
- ¿Por qué dice usted que este joven es tan rico? -preguntó la Condesa mirando de soslayo a las dos jóvenes, que inmediatamente hicieron ver que no escuchaban-. El conde Bezukhov solamente tiene hijos naturales. Parece que Pedro es también hijo natural.
La visitante hizo un ademán.
- Creo que tiene veinte hijos naturales.
- ¡Y qué joven se conservaba aún el año pasado! - dijo la Condesa -. Daba gusto verlo.
- Pues ahora está muy cambiado - dijo Ana Mikhailovna -. Pero vea usted lo que quería decir - continuó -: por parte de su mujer, el príncipe Basilio es el heredero directo, pero el viejo quiere mucho a Pedro. Se ha ocupado de su educación. Ha escrito al Emperador, de modo que nadie sabe, cuando muera (y está tan enfermo que se espera suceda esto de un momento a otro, puesto que Lorrain, el doctor, ha venido de San Petersburgo), quién de los dos será el poseedor de esta enorme fortuna: Pedro o el príncipe Basilio. Cuatro mil almas y muchos millones. Lo sé muy bien, porque el mismo príncipe Basilio me lo ha dicho, y Cirilo Vladimirovitch es pariente mío por parte de madre. Es padrino de Boris - añadió, como si no diese ninguna importancia a este hecho.
- El príncipe Basilio llegó ayer a Moscú. Dicen que va en viaje de inspección - dijo la visitante.
-Sí, pero, entre nosotras, ya se puede decir-interrumpió la Princesa -. Esto es un pretexto. Ha venido para ver al príncipe Cirilo Vladimirovitch, porque sabe que está enfermo.
- Pero, vaya, querida, ha sido una buena jugada - dijo el Conde. Y, observando que la visitante no le escuchaba, se dirigió a las jóvenes-. Ya veo la cara del policía. ¡Cómo me hubiera reído si lo hubiese visto!
Y suponiendo cómo debía mover los brazos el policía, rompió de nuevo a reír, con risa sonora y profunda, que conmovía su cuerpo repleto, tal como suelen hacerlo los hombres que han comido bien y, sobre todo, han bebido copiosamente.
- Así, pues, si ustedes lo desean, comeremos en nuestra casa - dijo.