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ОглавлениеCuando Natacha salió de la sala, corrió hasta el invernadero. Una vez allí, se detuvo y escuchó las conversaciones del salón mientras esperaba a Boris. Comenzaba ya a impacientarse, a patear el suelo y a sentir violentos deseos de llorar porque no aparecía inmediatamente, cuando se oyó el rumor de los pasos, ni premiosos ni rápidos, pero seguros, del joven. Natacha echó a correr entonces y se escondió tras los arbustos.
Boris se detuvo en el centro del invernadero. Con la mano se sacudió el polvo del uniforme. Acercóse luego al espejo y contempló en él su arrogante figura. Natacha le miraba desde su escondite, observando todos sus movimientos. Boris paróse aún un momento ante el espejo, sonrió y se dirigió a la puerta. Natacha intentó llamarle, pero se detuvo. «Que me busque», pensó. En cuanto Boris hubo salido, Sonia entró corriendo por el lado opuesto, sofocada y murmurando palabras de rabia a través de sus lágrimas. Natacha reprimió el impulso de correr hacia ella y no se movió de su escondite, observando todo lo que sucedía en torno suyo. Experimentaba con ello un desconocido y particular placer. Sonia musitaba algo, con la mirada fija en la puerta del salón. Por ésta apareció Nicolás.
- ¿Qué tienes, Sonia? ¿Qué te ocurre? - le preguntó Nicolás acercándose a ella.
- Nada, nada. Déjame - sollozó Sonia.
- No, ya sé lo que tienes.
-Pues si lo sabes, déjame.
– Sonia, escúchame. ¿Por qué hemos de martirizarnos por una tontería?-preguntó Nicolás cogiéndole las manos.
Sonia las abandonó entre las suyas y dejó de llorar.
Natacha, inmóvil, conteniendo la respiración, con los ojos brillantes, miraba desde su escondite. «¿Qué ocurrirá ahora?», pensaba.
- Sonia, el mundo no significa nada para mí. Tú lo eres todo - dijo Nicolás -. Te lo demostraré.
-No me gusta que hables de este modo.
- Como quieras. Perdóname, Sonia.
Y, acercándola a sí, la besó.
«¡Qué lindo!», pensó Natacha. Y cuando se hubieron alejado del invernadero, salió también y llamó a Boris.
-Boris, ven aquí-dijo dándose importancia y con un brillo pícaro en los ojos -. He de decirte algo. Por aquí, por aquí - y atravesando el invernadero lo condujo hasta su reciente escondite. Boris la seguía, sonriendo.
- ¿Qué es? - preguntó.
Natacha se turbó un poco. Miró en torno suyo y, viendo a la muñeca entre las plantas, la cogió.
- Dale un beso a la muñeca - dijo.
Boris, con una tierna mirada de extrañeza, contempló su animado rostro y no contestó.
- ¿No quieres…? Pues ven aquí.
Y, acomodándose entre los cajones, tiró la muñeca.
- Más cerca, más cerca - murmuraba.
Cogió el brazo del oficial. En su rostro enrojecido leíase la emoción y el miedo.
- ¿Y no quieres dármelo a mí? - susurró en voz muy baja, mirando al suelo, llorando y sonriendo a la vez a causa de la emoción contenida.
Boris se ruborizó.
- ¡Qué extraña eres! - dijo inclinándose hacia ella, ruborizándose todavía más, pero sin atreverse a nada y esperando.
Natacha saltó sobre un macetero, de modo que su rostro quedase a la altura del de Boris. Abrazándolo con sus brazos delgados y desnudos en torno al cuello, lanzó hacia atrás sus cabellos con un movimiento de cabeza y le besó en los labios.
Se deslizó por el lado opuesto del macetero, bajó la cabeza y se detuvo ante Boris.
- Natacha - dijo éste -. Ya sabes que te quiero, pero…
- ¿Estás enamorado de mí? - le interrumpió Natacha.
- Sí, pero te ruego que no volvamos a hacer nunca más esto que hemos hecho ahora… Aún nos faltan cuatro años… Entonces te pediré a tus padres…
Natacha reflexionó.
- Trece, catorce, quince, dieciséis… - dijo, contando con sus ahusados dedos-. Está bien. De acuerdo.
Y una sonrisa alegre y confiada iluminó su radiante fisonomía.
- De acuerdo - repitió Boris.
- ¿Para siempre? - añadió ella -. ¿Hasta la muerte?
Y ofreciéndole el brazo, con el rostro resplandeciente de felicidad, abandonaron lentamente el invernadero.