Читать книгу Ya no me duele - Лили Рокс - Страница 19
Mis dedos se ponen blancos por la tensión
ОглавлениеPierdo el equilibrio. No puedo mantenerme de pie. Siento como si la tierra desapareciera bajo mis pies, y me agarro al aire, buscando algo a lo que aferrarme. Un poste de luz. Me agarro a él como si fuera mi única salvación, y mis dedos se ponen blancos de tanto apretar. Mi cuerpo tiembla. Es solo un coche, me digo, solo un coche.
Pero el coche se detiene justo a mi lado. Mi cerebro entra en pánico, y mi corazón late tan fuerte que parece que va a salirse de mi pecho. No puedo ver quién está al volante, no distingo su rostro, pero siento claramente cómo una inquietud oscura sube desde dentro de mí.
La ventana del coche se baja lentamente, y una voz me llega desde adentro:
– Oye, chica, ¿estás bien? ¿Necesitas ayuda?
Niego con la cabeza desesperadamente, sin siquiera mirar al conductor, sin intentar enfocar la vista. Todo lo que quiero es que este momento pase, que vuelva a sentir el suelo bajo mis pies, que recupere el control de mí misma. Mi respiración está descontrolada, mi corazón retumba en mis oídos, y lo único que deseo es que el coche se marche.
Tras unos segundos, escucho cómo el coche se aleja, y eso me devuelve a la realidad. Inhalo. Exhalo. El mundo vuelve a estabilizarse, pero ya no quiero estar en la calle ni un segundo más. Camino casi corriendo hacia el quiosco, temiendo cada mirada que encuentro, cada persona que pasa. Me invade la paranoia de que alguien más podría detenerse, hablarme, hacer una pregunta que vuelva a desestabilizarme.
Cuando llego al quiosco, agarro las bebidas energéticas del mostrador sin apenas mirar al vendedor. Todo sucede mecánicamente, como si estuviera en piloto automático. Tan pronto como termino de comprar, me doy la vuelta y corro de vuelta a casa. No es una caminata, es una huida.
Arthur está de pie junto a la puerta. Está tenso, escudriñando la penumbra, claramente buscándome. Probablemente no quiere arriesgarse a perder la cabeza por mi desaparición. Me acerco más, y en cuanto me ve, su mirada me examina, comprobando que estoy bien. Su rostro muestra una mezcla de alivio y una advertencia severa.
– ¿Estás viva? – bromea a medias, pero puedo ver cómo sus hombros se relajan.
– Casi – respondo, sintiendo cómo la tensión se va disipando poco a poco.
***
Lana, con dedos temblorosos e impacientes, abre la lata de su bebida energética, y yo solo la observo, sin estar acostumbrada a verla en este estado. Sin su habitual máscara de superioridad despectiva, parece… vulnerable. La miro mientras bebe, demasiado despacio, como si no se atreviera a enfrentarse a sí misma a solas. Con cada sorbo parece que intenta estirar el tiempo, evitando ese inevitable encuentro con el dolor que lleva dentro.
Cuando Lana termina su segunda bebida energética, asiente en silencio y se levanta, como si ya todo estuviera dicho. Ambas, como si siguiéramos un acuerdo tácito, nos dirigimos a nuestras habitaciones. La sigo, pero de repente, en la puerta, me detengo. Algo dentro de mí me impide dar el último paso. Solo me quedo ahí, mirando su espalda y esperando. Espero que se vuelva. Que al menos por un segundo fije su mirada en mí, como si algo importante hubiera quedado sin decir.
Estoy segura de que entre nosotras hay algo más que ser simples vecinas en esta extraña casa. Tal vez sea porque siento su sufrimiento tan intensamente, como si fuera el mío. Es como si el dolor que lleva consigo resonara dentro de mí, como un eco. Ella no muestra su vulnerabilidad, pero veo lo difícil que es para ella estar sola. Esa enfermedad, su cansancio, su lucha constante… ¿Acaso no está agotada? ¿No tiene miedo? No puede ser realmente tan fría. Solo ha aprendido a esconderlo tras una máscara.
¿Quizá somos más parecidas de lo que parece? Porque yo también tengo miedo. He intentado tantas veces huir de mi propio dolor, del miedo al mundo, de la soledad que me persigue. A ella también le debe dar miedo este mundo lleno de dolor y expectativas. Podría entenderla mejor que nadie. Podríamos ser algo más que simples conocidas en esta casa. Podríamos ser familia. Hermanas. No de sangre, pero sí por ese lazo invisible que ahora siento tan intensamente. Porque, en el fondo, ambas deseamos lo mismo: no estar solas nunca más.
¿Tal vez ella también lo siente? ¿Quizá ella también quiere que haya alguien a su lado que la entienda sin necesidad de palabras, alguien que no la juzgue por sus debilidades? Espero con todo mi corazón que también sienta esta conexión, pero tiene miedo de reconocerlo. Y si ahora se volviera, si me mirara, sabría que no me equivoqué, que ella también quiere estar más cerca. Estoy esperando que, en cualquier momento, se detenga, gire la cabeza y… Pero no lo hace. Sus pasos se vuelven más suaves, y yo me quedo quieta, sintiendo cómo algo dentro de mí se rompe.
Eso es todo. Es el final. Otra vez me he quedado sola. Mi esperanza no era más que una fantasía. Quizá siempre he sido demasiado ingenua, demasiado dispuesta a ver en los demás lo que en realidad no sienten. Soñaba con que Lana podría ser alguien importante para mí. Pero parece que a ella no le importa. Ella puede con todo sola, no me necesita.
Quería con desesperación que al menos una vez se volviera, que me mirara a los ojos, para mostrarme que entre nosotras había algún tipo de conexión. Pero ahora entiendo que eso solo eran mis sueños, mis fantasías, y no tienen nada que ver con la realidad. Me quedo de pie, inmóvil en la puerta, sintiendo cómo las lágrimas se acumulan en mis ojos. Nada ha cambiado. Nadie me necesita.