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APERTURA DE CURSO
(sábado, 26 de octubre de 1912)

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Cuando Ellen y yo nos asomábamos a la ventanilla del vagón, al entrar en Viena, pensábamos: todo cuanto aquí nos espera está ya predeterminado, es ya un hecho. Nos esperan alegres coincidencias: buscando alojamiento tropiezo con el Dr. Jekels;2 me informa de que el curso de Freud comienza precisamente hoy; la residencia de Freud, a la que he acudido para recoger mi tarjeta de admisión, está muy cerca; el aula (en la Clínica Psiquiátrica), que creía en la Universidad, está casi en frente de la puerta del Hotel Zíta, donde nos alojamos. Y pocos pasos más allá, el restaurante de los freudianos, al que acuden después de las clases y no sólo entonces: die Alte Elster. Un buen principio.

Freud tiene un aspecto más envejecido y cansado que en los días del Congreso (de Weimar); él mismo lo comentó al hacer juntos parte del camino de regreso. Quizás, el actual enfrentamiento con Stekel.3 El curso da la sensación de responder al meditado deseo de asustar ante las dificultades que entraña el psicoanálisis: incluso si lográsemos, «con la rapidez del buceador que recoge algo del fondo del mar», hacernos con algo inconsciente, la generalización de este fragmento no nos reportaría sino una imagen deformada; e insiste en que ello casi sólo puede sernos accesible en la enfermedad, ya que el hombre despierto y consciente se resiste a que nos ocupemos del particular.

Y sin embargo, todo esto no es sino secundario comparado con la grandeza única de lo que no dijo: el que, en principio, haya sido posible captar algo del inconsciente gracias a su modo simple y genial a la vez de acceder a él en las formas patológicas y similares. Este descubrimiento no podía haberse conseguido más que en lo patológico, allí donde la vida interior renuncia algo a sí misma al salirse de su camino, al mecanizarse en la expresión, al hacerse susceptible de morder el anzuelo lógico en sus durmientes aguas, en todas las oscilaciones entre la profundidad y la superficie. Me di cuenta de cómo habían enraizado en mí estos pensamientos desde el primer momento en que se mencionó el tema freudiano: desde mi primer y superficial contacto con él, lo que sucedió gracias a los escritos de Swoboda.4 El inconsciente de Swoboda es respecto al de Freud como un germen de vida, algo en crecimiento, lo que madura para el futuro, frente a lo que ya pertenece al pasado, a lo muerto, a lo esterilizado. Pero es precisamente por ello que Swoboda no puede hacer sino adelantos metafísicos, y su «periodicidad» no es sino un semiintento de introducirse en el terreno de lo científicamente observable. En consecuencia su labor se asemeja a las hipótesis freudianas, por ejemplo allí donde trata un material casuístico, porque nada profundo aporta acerca de su origen, y allí donde dice algo al respecto, cae en especulaciones filosóficas, mientras que Freud puede mantenerse alejado de ellas en el terreno de la interpretación empírica, poniendo al descubierto algo realmente nuevo.

Este aspecto debe ser siempre vigorosamente destacado.

Aprendiendo con Freud

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