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VISITA A ALFRED ADLER
(lunes, 28 de octubre de 1912)

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Primera visita a Adler.5 Hasta bien entrada la noche. Es amable y muy razonable. Tan sólo me molestaron dos cosas: el que hablara de un modo excesivamente personal de las actuales disputas, y también, el que parezca un botón. Como si se hubiera quedado sentado en algún lugar de sí mismo.

Le dije que no había llegado a él a través del psicoanálisis sino por los trabajos de psicología de la religión6 que en su libro (Über den nervösen Charakter) [Acerca del carácter nervioso] llevan a ricas confirmaciones y a conceptos emparentados con los míos en lo tocante a la formación de la ficción. Pero en cuestiones prácticas no pudimos avanzar casi nada. Tampoco cuando, después de cenar, discutimos vivamente sobre cuestiones psicoanalíticas. Considero poco fructífero el que, para conservar la terminología7 de «arriba» y «abajo» y de la «protesta masculina», tan sólo pueda dar un carácter negativo a lo «femenino», mientras que algo pasivo (y actuante como tal, en lo sexual o de modo general) descansa como fundamento positivo del yo. En él, toda entrega se ve desprovista de su positividad y realidad, simplemente porque la califica de «medio femenino para fines masculinos», cosa que halla muy pronto su venganza en la teoría de las neurosis, donde, como consecuencia, no se constituye el concepto de compromiso. Por el contrario, Freud ha considerado siempre el compromiso, incluso cuando concebía anteriormente el fundamento de las neurosis de un modo más uniteralmente sexual,8 como lo esencial, es decir, como la perturbación mutua entre dos partes. Adler tan sólo en apariencia llega a desprenderse de ello, puesto que en sus seguros «secundarios» (que contienen justamente lo opuesto a las sobrecompensaciones del sentimiento de inferioridad gracias a los seguros primarios) la vida instintiva reprimida resurge de nuevo enmascarada, sólo que entonces es considerada como un artificio de la psique.

Toda neurosis me parece una confluencia de yo y de sexo; en lugar de estimularse recíprocamente, abusan mutuamente de sí: el yo se «limita» con tendencias sexuales, y éstas hacen lo propio con el yo. La pulsión del yo se sexualiza, por ejemplo en la crueldad (sadismo), y lo sexual salta, en el masoquismo, por encima de las barreras impuestas por el yo. Me fue muy antipático lo que Adler relató sobre Stekel, y lo que espera para sí de su publicación periódica, a pesar de que sabe muy bien de qué medios se ha valido Stekel para hacerse con ella. Considera que Stekel es a pesar de todo, una buena persona; ciertamente que no es tan profundamente malo, cuanto que no es capaz de imponer su pensamiento de modo dominante. Lo que más me ha gustado de él es su movilidad, que le impulsa a interrelacionar muchas cosas; sólo que resulta superficial y poco fiable, dando saltos en lugar de recorrer paso a paso grandes distancias. Ahora, por ejemplo, se convierte en símbolo yoico sexual (Sexuelles ich symbol) en sentido adleriano, todo aquello que no era antes más que símbolo sexual en forma aparentemente yoica, y sobrepasa a Freud allí donde admite una causa orgánica y no un origen psicosexual.

Al acompañarme a casa, Adler me invitó a asistir a las discusiones de los jueves por la tarde, cosa de la que no quiero hablar francamente con Freud.9 Acepté con satisfacción.

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