Читать книгу Séneca - Obras Selectas - Lucio Anneo Séneca - Страница 27
Capítulo I
ОглавлениеHaciendo de mí examen, en mí, oh amigo Sereno, se manifestaron unos vicios tan descubiertos que casi se podían cortar con la mano, y otros más escondidos y no continuados, sino que a ciertos intervalos volvían; y a éstos los tengo por molestísimos, porque, como enemigos vagos, asaltan en las ocasiones, sin dar lugar a estar prevenidos como en tiempo de guerra, ni descuidados como en la paz. Hállome en estado (justo es confesarte la verdad, como a médico) que ni me veo libre de estas culpas que temía y aborrecía, ni me hallo de todo punto rendido a ellas. Véome en tal disposición, que si no es la peor, es por lo menos lamentable y fastidiosa. Ni estoy enfermo ni tengo salud, y no quiero que me digas que los principios de todas las virtudes son tiernos, y que con el tiempo cobran fuerza; porque no ignoro que aun las cosas en que se trabaja por la estimación, como son las dignidades y la fama de elocuentes, con todo lo demás que pende de parecer ajeno, se fortifica con el tiempo, y que así las cosas que tienen verdaderas fuerzas como las que se dejan sobornar con alguna vanidad, esperan a que poco a poco las dé color la duración. Tras esto recelo que la misma costumbre que suele dar constancia a las cosas, no me introduzca más en lo interior los vicios. La conversación larga, así de bienes como de males, engendra amor. Cuál sea esta enfermedad del ánimo perplejo en lo uno y en lo otro, sin ir con fortaleza a lo bueno ni a lo malo, no lo podré mostrar tan bien diciéndolo junto, cuanto dividiéndolo en partes. Diréte lo que a mí me sucede; tú puedes dar nombre a la enfermedad. Estoy poseído de un grande amor a la templanza; así lo confieso. Agrádame la cama no adornada con ambición; no me agrada la vestidura sacada del cofre y prensada con mil tormentos que la fuercen a hacer diferentes visos, sino la casera y común, en que ni hubo cuidado de guardarla ni le ha de haber en ponerla. Agrádame el manjar que no costó desvelo a mis criados, ni causó admiración a los convidados; y no me agrada el prevenido de muchos días, ni el que pasó por muchas manos, sino el ordinario y fácil de hallar, sin que en mi mesa se ponga cosa alguna de las que el precio subido atrae, sino las que en cualquier lugar se hallan, sin ser molestas a la hacienda y al cuerpo, y sin que sean tales y tantas que hayan de salir por la parte por donde entraron. Agrádame el criado poco culto y el tosco esclavo, y la pesada plata de mi rústico padre, sin que en ella haya considerable hechura y sin que esté grabado el nombre del artífice. Agrádame la mesa no celebrada por la variedad de colores, ni la conocida en la ciudad por diferentes sucesiones de curiosos dueños, sino aquella que baste para el uso, sin que el deleite ocupe ni la envidia encienda los ojos de los convidados. Pero después de estar agradado de estas cosas, me aprieta el ánimo el ver en otros gran cantidad de pajes y esclavos relumbrantes con el oro de las libreas, más bizarras que las de los míos. También me acongoja el entrar en una casa llena de riquezas y adornada con artesones dorados; y apriétame el lisonjero pueblo que de continuo corteja a los que disipan sus haciendas. ¿Qué diré de las fuentes que, transparentes hasta lo hondo, se ven en los cenáculos? ¿Qué de los manjares exquisitos dignos del teatro? Lo que puedo decir es que viniendo yo de las remotas provincias de la frugalidad, me cercó con grande esplendor la demasía, haciéndome por todas partes una dulce armonía, con que titubeó algún tanto el escuadrón; pero contra él levanté con más facilidad el ánimo que los ojos, y con esto me retiré, no peor, pero más triste, no hallándome tan gustoso entre mis deslucidas alhajas, donde me acometió un tácito remordimiento, dudando si eran mejores las más costosas; y aunque ninguna de ellas me rindió, ninguna dejó de combatirme. Agrádame seguir la fuerza de los preceptos, entrándome en medio de la república; y aunque me da gusto ponerme las insignias y honores de juez, no es por andar vestido de púrpura ni cercado de doradas varas, sino por estar más dispuesto para el socorro de mis amigos y allegados y al de todos los mortales. Puesto más cerca, sigo a Zenón, Cleantes y Crisipo, ninguno de los cuales se arrimó a la república, aunque ninguno de ellos dejó de encaminar a otros a ella; a la cual, cuando permito se acerque mi ánimo no acostumbrado, si acaso ocurre alguna cosa indigna o poco corriente (como es ordinario en la vida humana) o cuando las cosas a que se debe poca estimación me piden mucho tiempo, luego me vuelvo al ocio; y como es más veloz la carrera a los cansados ganados cuando tornan a su casa, así a mi ánimo le agrada más el encerrar la vida entre las propias paredes. Nadie, pues, me usurpe un solo día, ya que no pueda darme recompensa equivalente a tal pérdida. El ánimo estribe en sí mismo, estímese y no se embarace en ajenas cosas, ni haga aquellas en que pueda intervenir el juez. Ame la tranquilidad que no se embaraza en cuidados públicos ni particulares; mas donde la importante lección levantó el espíritu, y donde los nobles ejemplos pusieron espuelas, luego se desea acudir a los tribunales para ayudar a unos con la abogacía y a otros con el favor; y aunque parezca que éste no haya de ser de provecho, se intente que lo sea, para enfrenar la soberbia de quien sin razón se engríe por verse próspero. Yo tengo por más acertado en los estudios poner los ojos en la sustancia de las cosas, y que el lenguaje se acomode a ellas, proporcionándoles las palabras, de modo que a la parte donde ellas nos guiaren, siga la oración sin demasiado cuidado. ¿Qué necesidad hay de adornar lo que no ha de durar muchos siglos? ¿Pretendes que los venideros no te pasen en silencio? Advierte, pues, que naciste para la muerte, y que el entierro con silencio tiene menos de molesto. Escribe alguna materia en estilo sencillo, y sea para ocupar el tiempo en beneficio tuyo y no para ostentación: menor trabajo hasta a los que escriben para el tiempo presente. Cuando el espíritu se levanta de nuevo con la grandeza de algún pensamiento, luego se hace altivo en las palabras; porque al modo que aspira a cosas altas, procura hablar con altivez; y entonces, olvidado de la ley del ajustado juicio, me dejo subir en alto, hablando con labios ajenos. Y para no discurrir con singularidad en cada cosa, digo que en todas me sigue esta enfermedad del entendimiento sano, y temo caer poco a poco en ella, y lo que más cuidado me da es el estar siempre colgado, a imitación del que va a caer, siendo esta indisposición mayor que la solicitud que de curarla tengo. Porque a las cosas domésticas las miramos amigablemente, siendo este favor perjudicial al juicio. Entiendo que muchos llegarán a la sabiduría, a no persuadirse que ya la habían conseguido, y si en sí mismos no hubieran disimulado muchas cosas, mirando las de otros con ojos despabilados y atentos. No pienses que con la adulación se destruyen solamente los negocios ajenos y no los propios. ¿Quién hay que tenga valor para decirse la verdad a sí mismo? ¿Quién es el que, metido entre la multitud de aduladores, no se lisonjeó? Suplícote que si sabes algún remedio con que detener esta tormenta que padezco, me juzgues digno de que te deba la tranquilidad. Bien sé que los movimientos de mi ánimo no me son peligrosos, ni me acarrean cosas de inquietud; mas para declararte con un verdadero símil aquello de que me lamento, te digo que lo que me fatiga no es tempestad, sino fastidio. Líbrame, pues, de esta indisposición, y socorre al que padece a vista de tierra.