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Capítulo III

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Pregúntasme de qué remedio te has de valer contra este hastío. Y según la opinión de Atenodoro, el mejor fuera ocuparte en las cosas públicas, en su administración y en los oficios civiles. Porque al modo que algunos hombres pasan los días curtiendo sus cuerpos al sol en ocupaciones y ejercicios; y al modo que a los luchadores les es muy útil el gastar mucho tiempo en fortalecer los brazos para el ministerio a que se dedicaron, así a nosotros, que hemos de disponer los ánimos a la pelea de los negocios civiles, nos es fuera de conveniencia asistir siempre en la obra, porque con el intento de hacerse apto para ayudar a sus ciudadanos y a todos, viene a un mismo tiempo a ejercitarse, y a ser provechoso a otros, aquel que, puesto en medio de las ocupaciones, administró conforme a su caudal las cosas particulares y las públicas. Pero tras esto dice, que como en esta tan loca ambición de los hombres son tantos los calumniadores que tuercen lo justo a la peor parte, viene a estar poco segura la sencillez, siendo más lo que impide que lo que ayuda. Conviene, pues, apartarnos de los tribunales y de los puestos públicos, que el ánimo grande también tiene en los retiramientos donde poder espaciarse; y como el ímpetu de los leones y de otras bestias fieras no me acobarda estando metidos en sus cuevas, así tampoco dejan de ser grandes las acciones de los hombres grandes, aunque estén apartados del concurso. De tal manera se retiran éstos, que donde quiera que esconden su quietud, lo hacen con intento de aprovechar a todos en común y a cada uno en particular, ya con su ingenio, ya con sus palabras y ya con su consejo. Porque no sólo sirven a la república los que apadrinan a los pretendientes, y los que defienden a los reos, y los que tienen voto en las cosas de la paz y de la guerra, sino también aquellos que exhortan a la juventud y a los que, en tiempo que hay tanta falta de buenos preceptos, instruyen con su virtud los ánimos, y los que detienen y desvían a los que se precipitaban a las riquezas y demasías. Y si de todo punto no lo consiguen, por lo menos los retardan. Los que esto hacen, aun estando retirados, tratan el negocio público. ¿Por ventura hace más el corregidor y juez, que entre los vecinos y forasteros pronuncia las sentencias comunicadas con su asesor, que el que retirado enseña qué cosa es justicia, piedad, paciencia, fortaleza, desprecio de la muerte, conocimiento de los dioses y, finalmente, el gran bien que consiste en tener buena conciencia? Luego si gastares el tiempo en los estudios, aunque te apartes de los oficios, no será desampararlos ni faltar a tu obligación, pues no sólo milita el que en la campaña está defendiendo el lado derecho o siniestro, sino también el que guarda las puertas, y el que asiste haciendo centinela en la plaza de armas, porque aunque este puesto es menos peligroso, no es menos cuidadoso; y así, aunque estos cuidados tienen menos de sangrientos, entran a gozar de los estipendios y sueldos. Si te retirares a tus estudios y dejares todo el cansancio de la vida, no vendrás a codiciar la noche por el fastidio del día, ni te cansarás de ti mismo, ni a otros serás enfadoso. Llevarás muchos a tu amistad, y te irán a buscar todos los hombres de bien: porque aunque la virtud esté en lugar oscuro, jamás se esconde: antes siempre da señales de sí, y cualquiera que fuere digno de ella, la hallará por las huellas. Pero si nos apartamos de la comunicación, y renunciamos el trato de los hombres, viviendo solamente para nosotros, sucederá a esa retirada una soledad, carecedora de todo buen estudio, y una falta de ocupaciones, con que comenzaremos a plantar unos edificios, y a derribar otros, a dividir el mar, a conducir sus aguas contra la dificultad de los lugares, consumiendo mal el tiempo que nos dio la naturaleza para que le empleásemos bien. Unos usamos de él con templanza y otros con prodigalidad: unos le gastamos en tal forma que podemos dar razón, otros sin que nos queden reliquias de él, por lo cual no hay cosa más torpe que ver un viejo de mucha edad que, para probarlo, no tiene otro testimonio más que los años y las canas. Paréceme a mí, oh carísimo Sereno, que Artemidoro se rindió con demasía a los tiempos, y que con demasiada presteza huyó de ellos, porque yo no niego que tal vez se ha de hacer retirada, pero ha de ser a paso lento, sin que el enemigo lo entienda, conservando las banderas y la reputación militar. Los que con las armas se entregan al enemigo, están más seguros y estimados: lo mismo juzgo convenir a la virtud y a los amadores de ella, que si prevaleciere la fortuna, y les atajare la facultad y posibilidad de hacer bien, no huyan luego, ni volviendo las espaldas desarmados busquen donde esconderse, siendo cierto que no hay lugar seguro ni exento de las persecuciones de la fortuna. En tal caso entren con mayor denuedo en los negocios de la república, buscando con buena elección algún ministerio en que puedan ser útiles a su ciudad. El que no puede militar, aspire a honores civiles; si ha de pasar vida privada, sea orador; si le imponen silencio, ayude a sus ciudadanos con abogacía; si tiene peligro en los tribunales, muéstrese en las casas, espectáculos y convites buen vecino, amigo fiel y templado convidado; y en caso que le falten los ministerios de ciudadano, no le falten los de hombres; y por esta razón, teniendo gallardía de ánimo, no nos hemos encerrado en las murallas de una ciudad, antes hemos salido al comercio de todo el orbe, juzgando por patria a todo el mundo, para dar con esto más ancho campo a la virtud. Si no has podido llegar a ser consejero; si te está prohibido el púlpito, y no te llaman a las juntas, pon los ojos en la grande latitud de provincias y pueblos, y verás que nunca se te prohíbe tanta parte que no sea mucho mayor la que se te deja. Pero advierte en que esta culpa no sea toda tuya, por no querer servir a la república, si no te hacen oidor o uno de los cincuenta magistrados, o sacerdote de Ceres, o Supremo dictador. ¿Será bueno que no quieras militar si no te hacen general o tribuno? Si otros están en la primera frente, y la fortuna te puso en retaguardia, pelea desde ella con la voz, con la exhortación, con el ejemplo y con el ánimo. El que estando a pie quedo esfuerza a los demás con vocería, hallará cómo ayudar en la guerra, aun después de cortadas entrambas manos. Lo mismo harás tú, si la fortuna te apartase de los primeros puestos de la república, si estuvieres firme y la ayudares con voces; y si te cerraren los labios, no descaezcas, ayúdala con silencio, que el cuidado del buen ciudadano jamás es inútil, pues siempre hace fruto con el oído, con la vista, con el rostro, con la voluntad y con una tácita obstinación y hasta con los mismos pasos; porque al modo que muchas cosas salutíferas hacen provecho con sólo olerlas, sin llegar a gustarlas ni tocarlas, así la virtud esparce mil utilidades, aunque esté lejos y escondida, ora use de su derecho, ora tenga las entradas precarias, hallándose obligada a recoger las velas, ora esté ociosa y muda o encarcelada en angosto sitio, ora esté en público, porque en cualquier traje será provechosa. ¿Piensas tú que es de poco fruto el ejemplo del que retirado vive bien? Asegúrote que es cosa muy superior mezclar el ocio en los negocios cuando se prohíbe la vida activa, o ya con casuales impedimentos, o con el estado de la república. Porque nunca se cierran tan de todo punto las cosas que no quede lugar para alguna acción honesta. ¿Podrás por ventura hallar alguna ciudad más perdida de lo que fue la de Atenas, cuando los treinta tiranos la despedazaban, habiendo muerto a mil y trescientos ciudadanos de los mejores, sin poner esto fin a la ciudad que consigo mismo se irritaba? En esta república, donde estaba el rigurosísimo tribunal de los areopagitas y donde se juntaban el pueblo y el Senado en forma de Senado, allí se juntaban también cada día un colegio de homicidas y un infeliz tribunal angosto para tantos tiranos. ¿Podía, por ventura, tener alguna quietud aquella ciudad, donde los tiranos eran tantos cuantos los soldados de la guarda, sin que se pudiese ofrecer a los ánimos esperanza alguna de libertad y sin descubrirse camino para el remedio contra tan gran fuerza de infortunios? ¿De dónde, pues, habían de salir para el reparo de tan mísera ciudad tantos Hermodios? De que estaba Sócrates en ella, y consolaba a los senadores que lloraban, y exhortaba a los que desconfiaban de la salud de la república, y baldonaba a los ricos que temían perder las riquezas con el tardío arrepentimiento de su peligrosa avaricia, y daba a los que le querían imitar un heroico ejemplo, viéndole que andaba libre entre treinta dueños. A éste, pues, que con valor se oponía al escuadrón de tiranos, mataron los atenienses, no pudiendo aquella ciudad, cuando se vio libre, sufrir la libertad; y con esto verás que en república afligida hay ocasión de que se manifieste el varón sabio, y que, al contrario, en la floreciente y bien afortunada reinan el dinero, la envidia y otros mil flacos vicios. En la forma, pues, que estuviere la república, y en la que la fortuna nos permitiere, nos hemos de desplegar o encoger; pero siempre ha de ser nuestro movimiento sin entorpecernos por estar atados con temor. Antes aquel se podrá llamar varón fuerte, que amenazado por todas partes de los peligros, y oyendo cerca el ruido de las armas y el estruendo de las cadenas, no atropellare ni escondiere la virtud, no siendo justo hacer ofensa a la que le conserva. Entiendo que fue Curio Dentado el que decía, que quisiera más ser muerto que dejar de vivir. El último de los males naturales es el salir del número de los vivos antes de morir; pero con todo eso conviene hacerlo cuando te trajere la suerte a tiempo menos tratable para la república, para que con el ocio y las letras la ayudes más, y que, como quien se halla en alguna peligrosa navegación, procures tomar puerto, no esperando a que te dejen los negocios, sino dejándolos tú.

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