Читать книгу Séneca - Obras Selectas - Lucio Anneo Séneca - Страница 43
I
ОглавлениеSi no supiese, oh Marcia, que tu ánimo no está menos lejos de las debilidades de la mujer que de sus demás vicios, y que se admiran tus costumbres como ejemplo de la antigüedad, no osaría salir al encuentro de tu dolor, cuando hasta los hombres se abandonan al suyo, le conservan y aún acarician; ni me hubiese lisonjeado, en tiempo tan inoportuno, ante juez tan enemigo y con tan grave acusación, de hacerte perdonar tu infortunio. Inspírame confianza la acreditada fortaleza de tu ánimo y tu virtud probada con brillante testimonio. No se ha olvidado tu conducta con relación a tu padre, al que no amabas menos que a tus hijos, con la diferencia de que no esperabas te sobreviviese, aunque ignoro si lo deseaste; porque el amor inmenso se permite cosas superiores a los sentimientos más legítimos. Mientras te fue posible, impediste a tu padre Cremucio Cordo darse la muerte. Cuando te hizo ver que, rodeado por los satélites de Seyano, no le quedaba otro camino para librarse de la servidumbre, sin alentar su designio, vencida, le devolviste las armas y derramaste lágrimas: verdad es que en público las ocultaste, pero no las escondiste bajo alegre frente; y esto en un siglo en que era grande muestra de piedad no hacer algo impío. Mas en cuanto cambiaron los tiempos, aprovechando la ocasión, pusiste en circulación el genio de tu padre, aquel genio condenado a las llamas; librástele de verdadera muerte, restituyendo a los monumentos públicos los libros que escribió con su sangre aquel varón tan valeroso. Mucho has merecido de las letras romanas, cuyo mejor ornamento había devorado la hoguera: mucho te debe la posteridad, a la que llegarán libres de toda mentira aquellos fieles escritos que tan caros hicieron pagar a su autor. Mucho te debe también él mismo, cuya memoria vive y vivirá mientras se tenga en algo el conocimiento de las cosas romanas; mientras aliente alguien celoso por imitar los hechos de nuestros antepasados; mientras exista uno solo deseoso de saber lo que es un romano, lo que es un hombre indomable, un carácter, un alma, un brazo libre, cuando todas las cervices se doblan y abaten al yugo de Seyano. Pérdida inmensa hubiese experimentado a fe mía la república, de no haber desenterrado tú aquella gloria condenada al olvido por sus dos títulos mejores, la elocuencia y la libertad. Léese, admírase a tu padre, nuestras manos y corazones lo reciben; ya no tiene nada que temer del tiempo, y muy pronto se habrá olvidado todo lo de sus verdugos, hasta sus crímenes, que fue lo único que les conquistó fama. Esta grandeza de tu alma no me ha permitido atender a tu sexo, ni contemplar tu semblante, que conserva todavía la primera huella de una tristeza que dura ya muchos años. Y mira cuán poco procuro sorprenderte, ni ilusionar tus afectos. Evoco ante tus recuerdos, tus desgracias de otros tiempos. Quieres saber si puede curarse tu nueva herida, y te he mostrado la cicatriz de una herida más profunda aún. Obren otros con mayor suavidad, acaricien tu dolor: por mi parte he decidido luchar con él, y secar esas lágrimas que, si he de decirte la verdad, la costumbre, más que el pesar, hace correr de tus ojos exhaustos y enfermos, ayudando tú misma, si es posible, a tu curación; y si no, a pesar tuyo, aunque retengas en estrecho abrazo al dolor, que has hecho sobrevivir a tu hijo para reemplazarle. ¿Cual será su término? Todo se ha ensayado inútilmente; y las reconvenciones de tus amigos, a quienes has fatigado, y la autoridad de personajes importantes, parientes tuyos, y las bellas letras, preciosa herencia de tu padre, han sido vanos consuelos, apenas capaces de ocupar un instante tu ánimo: tu oído está sordo y pasan sin impresionarte: el tiempo mismo, ese remedio natural que calma las aflicciones más grandes, en ti sola ha perdido su influencia. Tres años han pasado ya, y no ha calmado la primera violencia de tu dolor. Diariamente se renueva y fortalece, habiendo formado derecho con su duración, llegando al punto de avergonzarse de cesar. Así como todos los vicios echan raíces profundas, si no se les arranca en cuanto germinan; así también en un ánimo triste y desgraciado, el dolor, cebándose en él, concluye por alimentarse de sus propias amarguras, y el infortunado encuentra en el pesar censurable goce. Por esta razón hubiese querido emprender tu curación en los primeros días; bastando entonces remedio más ligero para dominar la violencia del mal en su origen, mientras que ahora necesitase mayor energía para corregir el mal inveterado. Fácilmente se cura una herida de la que acaba de correr la sangre: quémase o se la sondea profundamente entonces; soporta el dedo que la registra; pero una vez corrompida y trocada con el tiempo en úlcera maligna, su curación es más difícil. No es posible ya tratar con suavidad y timidez tan inveterado dolor: es necesario operar con energía.