Читать книгу Séneca - Obras Selectas - Lucio Anneo Séneca - Страница 41
Capítulo XV
ОглавлениеY no basta desechar las causas de la tristeza particular, que sin ellas nos posee muchas veces un aborrecimiento de todo el género humano, saliéndonos al encuentro la turba de tantas bien afortunadas maldades; y cuando hacemos reflexión de cuán rara es la sencillez, cuán no conocida la inocencia y cuán poco guardaba la fe, sino es en aquel a quien le está bien guardarla; y cuando miramos las ganancias y los daños de la sensualidad, igualmente aborrecidos; cuando vemos que la ambición, no ajustada en sus debidos términos, resplandece con su misma torpeza, escóndesele al ánimo la luz, y salen oscuras tinieblas, cuando por estar abatidas las virtudes, ni es permitido esperarlas, ni aprovecha el tenerlas. Debemos, pues, rendirnos a no tener por aborrecibles sino por ridículos todos los vicios del vulgo, imitando antes a Demócrito que a Heráclito. Éste siempre que salía en público lloraba, y el otro reía. Éste juzgaba todas nuestras acciones por miserias, y aquél las tenía por locuras. Súfranse todas las cosas con suavidad de ánimo, siendo más humana acción reírnos de la vida que llorarla. Y añade que en mayor obligación pone al género humano el que se ríe de él, que no el que le llora; porque el primero deja alguna parte de esperanza, y estotro llora neciamente aquello que desconfía poder remediarse. Y bien considerado todo, mayor grandeza de ánimo es no poder enfrenar la risa que el no poder detener las lágrimas; porque todas las cosas que nos obligan a estar alegres o tristes, mueven el ligerísimo afecto del ánimo, sin que juzgue que en tanto aparato de cosas hay alguna que sea grande, severa ni seria. Propóngase cada uno todas aquellas cosas por las cuales venimos a estar alegres o tristes, y sepa ser cierto lo que dijo Bión, que todos los negocios de los hombres eran semejantes en sus principios, y que la santidad y severidad de su vida no era más que unos intentos comenzados. Y así es más cordura sufrir plácidamente las públicas costumbres y los humanos vicios, sin pasar a reírlos o llorarlos, porque es una eterna miseria atormentarse con males ajenos, y el alegrarse de ellos es un deleite inhumano, al modo que es inútil tristeza el llorar y encapotar el rostro porque alguno entierra su hijo; pues aun en tus propios males conviene dar al dolor aquella sola parte que él pide y no la que pide la costumbre: porque hay muchos que derraman lágrimas para que otros las vean, teniendo secos los ojos mientras no hay quien les mire, y juzgan por cosa fea no llorar cuando los otros lo hacen; y hase introducido de tal manera este mal de estar pendientes de ajena opinión, que aun en cosas de poquísima importancia viene el dolor fingido. Síguese tras esto una parte que no sin causa suele entristecer y poner en cuidado, cuando los remates de los buenos son malos, como son morir: Sócrates en una cárcel, y vivir en destierro Rutilio, y entregar Pompeyo y Cicerón la cerviz a sus mismos paniaguados, y que el gran Catón, única imagen de las virtudes, recostado sobre la espada dé juntamente satisfacción de sí y de la República. Conviene, pues, el dar quejas de que la fortuna pague con tan inicuos premios; porque ¿qué puede esperar cada uno cuando ve que los buenos padecen grandes males? ¿Pues qué hemos de hacer en tal caso? Poner los ojos en el modo con que ellos sufrieron, y si fueron fuertes desear sus ánimos; pero si murieron, mujeril y flacamente, no hay que hacer caso de la pérdida. O fueron dignos de que su virtud te agrade, o indignos de que se imite su flaqueza; porque ¿cuál cosa hay más torpe que aquellos a quienes los grandes varones, muriendo varonilmente, hicieron tímidos? Alabemos aquel que por tantas razones es digno de alabanza, y digamos de él: «Cuanto más fuerte fuiste, fuiste más dichoso; escapaste ya de los humanos acontecimientos, y de la envidia y enfermedad; saliste de la prisión tú que no eras merecedor de mala fortuna; y los dioses te juzgarán por cosa indigna que ella tuviese en ti algún dominio. A los que (cuando llega la muerte) rehuyen y ponen los ojos en la vida, se han de echar las manos. Yo no lloraré al que está alegre, ni lloraré al que llora; porque el primero con la alegría me quitó las lágrimas, y éste con las suyas se hizo indigno de las de otros. ¿He de llorar yo a Hércules quemado vivo? ¿A Régulo clavado con muchos clavos? ¿A Catón, que con fortaleza sufrió tantas heridas? Todos éstos, con corto gasto de tiempo breve, hallaron modo de eternizarse, llegando a la inmortalidad por medio de la muerte. Es asimismo no pequeña materia de cuidado el tenerle grande de componerte, no mostrándote sencillo; culpa en que caen muchos, cuya vida es fingida y ordenada a sola ostentación; y esta continua diligencia los martiriza, recelando no los hallen en diferente figura de la que acostumbran: porque este cuidado jamás afloja mientras juzgamos que todas las veces que nos miran nos estiman; y hay muchos sucesos que contra su voluntad los desnudan de la ficción; y dado caso que esta fingida compostura les suceda bien, no es posible que los que siempre viven con máscara tengan vida gustosa ni segura; y al contrario, la sencillez cándida, y adornada de sí misma, sin echar velo a las costumbres, goza de infinitos deleites. Pero también esta vida tiene peligro de desprecio: porque cuando todas las cosas son patentes a todos, hay muchos que hacen desestimación de lo que tratan más de cerca, aunque la virtud no tiene peligro de envilecerse por acercarse a los ojos, y mucho mejor es ser despreciado por sencillo que vivir atormentado con perpetua simulación. Mas con todo esto conviene poner en ello límite, habiendo mucha diferencia del vivir con sencillez al vivir con negligencia. Conviene mucho retirarnos en nosotros mismos, porque la conversación que se tiene con los que no son nuestros semejantes descompone todo lo bien compuesto, y renueva los afectos y las llagas de todo aquello que en el ánimo está flaco y mal curado. Pero también, conviene mezclar y alternar la soledad y la comunicación, porque aquélla despertará en nosotros deseos de comunicar a los hombres, y estotra de comunicarnos a nosotros mismos, siendo la una el antídoto de la otra. La soledad curará el aborrecimiento que se tiene a la turba, y la turba curará el fastidio de la soledad: que el entendimiento no ha de estar perseverante siempre con igualdad en una misma intención, que tal vez ha de pasar a los entretenimientos. Sócrates no se avergonzaba de jugar con los niños, y Catón recreaba en convites el ánimo fatigado de cuidados públicos. Scipión danzaba a compás con aquel su militar y triunfador cuerpo; pero no haciendo mudanzas afeminadas de las que exceden a la blandura mujeril, como las que ahora se usan, sino como lo solían hacer aquellos antiguos varones que se entretenían entre el juego y los días festivos, danzando varonilmente, sin que pudiesen perder crédito aunque los viesen danzar sus enemigos. Darse tiene algún refrigerio a los ánimos, porque descansados se levanten mejores y más valientes al trabajo; y como los campos fértiles no se han de fatigar, porque el no dar alguna intermisión a su fecundidad los enflaquecerá con presteza, así el trabajo continuo quebranta los ímpetus del ánimo, que recreado tomará más fuerzas. De la continuación en los cuidados nace una como inhabilidad y descaecimiento de los ánimos; y el eficaz deseo de los hombres no se inclinará a tanto, si en el entretenimiento y juego no hallara un casi natural deleite, cuyo uso siendo frecuente quita a los ánimos todo el vigor y fuerza. Necesario es el sueño para reparar las fuerzas; pero si le continúas de día y de noche, vendrá a ser muerte: mucha diferencia hay en aflojar o soltar una cosa. Los legisladores instituyeron días festivos para que los hombres se juntasen públicamente, interponiendo con alegría un casi necesario temperamento a los trabajos; y los grandes varones, como tengo dicho, se tomaban cada mes ciertos días feriados; y otros no dejaron día alguno sin dividirle entre los cuidados y el ocio, como lo sabemos de Polión Asinio, gran orador a quien ningún negocio detuvo en pasando la hora décima; y después, ni aun quería leer las cartas, porque de ellas no le resultase algún cuidado, reparando en aquellas dos horas de descanso el trabajo de todo el día. Otros dividieron el día reservando para las tardes los negocios de menor cuidado, y nuestros pasados prohibieron el hacerse en el Senado nuevas relaciones pasada la hora décima. El soldado divide las velas, y el que viene de la campaña está libre de hacer la centinela. Conviene ensanchar el ánimo dándole algún ocio que aliente y dé fuerzas; y el paseo que se hiciere sea en campo abierto para que en cielo libre y con mucho aliento se levante y aumente el ánimo; y tal vez dará vigor el andar a caballo, haciendo algún viaje y mudando de sitio. Los banquetes y la bebida algo más licenciosa, y aun llegando tal vez a la raya de la embriaguez (no de modo que nos anegue, sino que nos divierta) nos aligerarán los cuidados sacando el ánimo de su encerramiento; porque como el vino cura algunas enfermedades, así también cura la tristeza. A Baco, inventor del vino, le llamaron Liber, no por la libertad que da a la lengua, sino porque libra el ánimo de la servidumbre de los cuidados, fortaleciéndole y haciéndole más vigoroso y audaz para todos los intentos; pero como en la libertad es saludable la moderación, lo es también el vino. De Solón y Arquesilao se dice que fueron dados al vino; a Catón le tacharon de embriaguez; pero el que a Catón opone esta culpa podrá con más facilidad persuadir que ella sea honesta que no que Catón haya sido torpe. Mas esta licencia del vino no se ha de tomar muchas veces, porque el ánimo no se habitúe a malas costumbres, aunque tal vez ha de salir a regocijo y libertad, desechando algún tanto la sobriedad triste: porque si damos crédito al Poeta Griego, alguna vez da alegría el enloquecerse, y si a Platón, en vano abre las puertas a la poesía el que está con entero juicio, y si a Aristóteles, pocas veces hubo ingenio grande sin alguna mezcla de locura. No puede decir cosa superior y que exceda a los demás, si no es el entendimiento altivo, que despreciando lo vulgar y usado se levanta más alto con un sagrado instinto, porque entonces con boca de hombre canta alguna cosa superior. Mientras una persona está en sí, no se le puede ofrecer pensamiento sublime, y puesto en altura, conviene que se aparte de lo acostumbrado y que se levante, y que tascando el freno arrebate al caballero que le guía, llevándole hasta donde él no se atrevería a correr. Con esto tienes, oh carísimo Sereno, las cosas que pueden defender la tranquilidad, las que la pueden restituir y las que pueden resistir a los vicios que se quieren introducir. Pero conviene sepas que ninguna de estas cosas es suficiente a los que han de guardar una tan débil, si no es que al ánimo que va a caer le cerque un continuo y asistente cuidado.